Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En las cosas de Roma, el españolejo, de dar crédito a las encuestas, prefiere la continuidad. Viniendo de dónde venimos, será que ese españolejo considera que todavía quedan muchas cruces en pie.
–En cualquier supuesta transición continua, que termina en un término cualquiera, es permisible instituir un razonamiento general, en el que también puede incluirse el término final –formuló Leibniz su ley de continuidad.
Tampoco hay que leer a Leibniz para comprenderla, pues socialmente uno la ha vivido con el 78: “Lo que tiene éxito para lo finito, también tiene éxito para lo infinito”. Lo que tuvo éxito para la continuidad política (“de la ley a la ley”), también tendrá éxito para la continuidad religiosa. Al ver el juego de las sillas de Trump, Zelensky y Macron en el Vaticano, el españolejo fantasea con ver a Cobo, el cardenal de Sabiote, de papa, con el bello Bolaños de Georg Gänswein, su secretario, acometiendo la Teología de la Resignificación. ¡Nuestros osos de peluche en la cultura de la continuidad!
El filósofo Odo Marquard nos enseña que en el mundo moderno y sus rupturas de la continuidad lo que necesitamos es una compensación del cultivo de la continuidad.
–Los niños muy pequeños nos muestran cómo funciona este cultivo de la continuidad. Cuando se enfrentan con éxito al mundo, nuevo y extraño para ellos, llevan consigo una última reserva del mundo en que confían: sus osos de peluche.
Cree Marquard que allí donde la realidad cambia cada vez más deprisa y se torna permanentemente extraña, también los adultos necesitan tales “transitional objets”, es decir, osos de peluche. Él los ve en los clásicos. Cuanto más rápidamente se convierte el futuro, a la manera moderna, en lo nuevo (lo extraño) para nosotros, tanta más continuidad y pasado debemos llevar con nosotros al futuro (como quien lleva un oso de peluche), y para ello tantas más cosas antiguas debemos indagar y cultivar: la época de los vertederos y la eliminación de residuos es al mismo tiempo la época de los depósitos de veneración, la época de los museos.
La vida humana es breve, y a una vida breve corresponde, dice Marquard, una filosofía breve. En resumen de Marquard: la brevedad de la vida obliga a los hombres a la rapidez, y a la vez, a la lentitud. Tenemos que ser siempre ambas cosas: rápidos y lentos, como el medio centro en el fútbol. El mundo moderno incrementa al mismo tiempo el ritmo de innovación y la humana necesidad de lentitud, mediante la cultura de la continuidad. En nuestro estado de evolución, dijo otro alemán, la defensa sería continuación del ataque por otros medios, el adulterio sería continuación del matrimonio por otros medios, e incluso el demonio sería la continuación de Dios por otros medios, pues lo absolutamente distinto es la continuación de lo absolutamente parecido por otros medios, “con, por cierto, medios absolutamente distintos”.
Mas nuestra pasión de continuidad sólo es hábito de obediencia política.
[Domingo, 4 de Mayo]
