Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Me cuenta Juan Lamarca, el hombre que hizo de la de Madrid la plaza más seria del mundo, que Pepín Cabrales fue un fenómeno. José María Cabrales... y Campos por mamá, como solía decir. Pepín fue un amigo. Pepín fue un artista. Pepín fue el amante de su familia. Pepín fue un patriota. Pepín fue el “chinorri” de Aurelio Sellés, el que recogió los cantes de El Mellizo. Pepín fue el confidente de Caracol el del bulto, mozo de espadas de Joselito El Gallo. Pepín fue el confidente y el sustento del más grande de los cantaores, Manolo Caracol: Manuel Ortega Juárez, como le gustaba recalcar a Pepín, que se sabía los apellidos de todo el mundo. Pepín fue el alma del tablao “El Duende”, en Madrid, de Gitanillo de Triana y Pastora Imperio. Pepín fue el estandarte de “Gitanillos”, el bar comandado por el mejor camarero del mundo, de nombre Laureano. Pepín fue el soniquete de La Paquera de Jerez y de La Perla de Cádiz, del Beni de Cádiz, de la Bernarda y la Fernanda de Utrera, de Chano Lobato, Juanito Villar, Rancapino... Y admirador del Caudillo fue. Pepín fue la alegría de Antonio Ordóñez, Paco Camino, Curro Girón, Curro Romero, Antonio Bienvenida... Y se moría por la amistad de Ángel Luis y su tertulia con Manolo Cano, Pepe Dominguín, Manolo Navarro, Bojilla, Juanito Bienvenida... Pepín bebía los vientos por “Visentón” (Zabala), y transmitió su amor a su hijo “Visentín”. Pepín hablaba del cante y del toreo como si lo hubiera “parío”. Pepín fue la persona genial única de la que todos presumíamos ser amigos. Pepín fue el gran gastrónomo que todo se lo llevó... por delante hasta que “reventó”, pero como él quería que ocurriera:
–Bien comío, bien bebío y bien...
¡Cómo queremos al amigo Pepín! ¿Verdad que sí, Esmeralda, Tarugo, Cuchita...? Los suyos. ¡Su gente! Y así, como lo recuerda Juan Lamarca, lo recordaba yo, no sé por qué, la otra tarde, en una barrera de la Maestranza, sobre el callejón donde se acomodaba Morante de la Puebla, un personaje en busca de autor, con Fernando Arrabal, el loco que con motivo de la muerte de Roland Topor escribió: “¡Con qué cortesía los muertos se dejan adelantar los unos por los otros!” En el albero, morían –y nos mataban de aburrimiento– los pobres “juanpedros” que los veterinarios no habían rechazado “por falta de conformación zootécnica para la categoría de la plaza” (?). En verdad os digo que en ese Morante que sahumaba a Arrabal con un habano de Santo Domingo había algo.
