Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Decía Karl Kraus, desde luego un fox-terrier de pelo duro del Círculo de Viena, que cuando una cultura siente que su final se acerca manda a llamar a los curas. En América han llamado a Obama, un voluntario social –el Voluntario Social, qué leche– que cena con el cómico español Banderas y que baila con el rockero de gasolinera Springsteen. Es decir, que Obama es el hombre de la pasta, de la publicidad y, ya puestos, de Carlos Fuentes, que está como loco por que lo inviten a cenar en la Casa Blanca, cosa que no ocurre desde los bíblicos días de Clinton.
–De acá para allá Barak. ¿De allá para acá quién? ¿Licenciado Fuentes? ¡Ándele, Fuentes, y cenamos tira en el propileo de la White House! ¡Quiero nomás saberlo todo de usted, compañero intelectual, sobre la “gobernanza”!
Leer los periódicos estos días es hacer subir hasta los ojos esa dulce humedad de la ternura. Es verdad que la opinión que los periodistas de por aquí tengan de Obama resulta irrelevante para Obama y el resto del mundo, pero da gusto ver a esos periodistas elogiar como quinceañeras la oratoria persuasiva (?) de Obama a la vez que tildan a Sarah Palin de fascista e incompetente (“basura blanca”, en palabras de una virago de progreso) nada más que por haberse empeñado en alumbrar a un niño subnormal cuando contaba con todos los adelantos de una sociedad progresista para haberlo matado. Pero sólo así los periodistas, probablemente el oficio más vanidoso del mundo, consiguen sentirse importantes; sentir, en fin, que también ellos forman parte de un plan. Obama, dicen los muy cursis, es la nueva mayoría social, obviando el aviso del sabio que dijo que las épocas donde las mayorías mandan son épocas de transición entre épocas donde minorías gobiernan y épocas donde minorías oprimen.
La diferencia entre McCain y Obama es la que hay entre un hombre que aplica sus conocimientos a la política y otro hombre que busca en la política el medio de ahorrarse toda clase de conocimientos.
–Un sistema electoral decente sería aquel que declarase sólo elegibles a los que se niegan a solicitar que los elijan.
Eso pensaba Gómez Dávila, tras haber descubierto que la historiografía seria del siglo XX consistió en rectificar errores que el entusiasmo democrático le hizo cometer a la historiografía del XIX.
–La prensa de izquierda le fabrica a la izquierda los grandes hombres que la naturaleza y la historia no le fabrican.