Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
La Nochevieja es absurda como un zapato impar. Si será absurda la Nochevieja que ni siquiera Larra se propuso amargárnosla, cosa que, desde luego, logró hacer con la Nochebuena.
La Nochevieja consiste en trasnochar, y, sin embargo, carece de buena literatura. “Pero, ¿qué es lo que hacen por la noche los que no hacen comedias?”, se preguntaba famosamente el actor Julián Romea. Pues eso, trasnochar, como si todo el año fuera Nochevieja.
A Ortega le llamaba la atención el hecho de que, más que volar, correr y avizorar, lo que de veras defiende a la bestia en la naturaleza son sus costumbres de nocturnidad, esa hora en que, con arreglo a la moral castiza, no puede haber ni condumio saludable ni honesto contubernio. He aquí, según Ortega, un misterio biológico cuya obvia y usada explicación no hace sino hermetizarlo más: “Pues es trágico que animales maravillosos, los cuales basta contemplar para comprender que están hechos para el día, para la luz, hayan tergiversado su existencia haciendo del día noche, y al revés.” No se podría retratar mejor a los tristes cárabos de la bohemia madrileña: nadie, en efecto, les niega el derecho que tienen todos los bohemios para acostarse a la hora que mejor les venga en gana, pero Camba observó que, al imponerse la obligación de no acostarse nunca antes del amanecer, son ellos mismos quienes renuncian a ese derecho y pierden la libertad de que suelen alardear tanto. Pero esto sólo pasa en Madrid.
En Alemania, donde se trasnocha como en Burgos, el pesimista Schopenhauer, que era un Larra con estudios y muy aficionado al lenguaje críptico de los sueños, en una Nochevieja, precisamente, soñó que un grupo de hombres le daba la bienvenida cuando visitaba un país desconocido para él y consiguió reconocer en un adulto a un compañero de juegos de la infancia que tenía su misma edad y había fallecido a los diez años, tres décadas atrás. El gran pesimista interpretó el sueño como un aviso de que, si no abandonaba Berlín en seguida, caería víctima de la epidemia de cólera.
A sus amigos Borges y Bioy el pintor Xul Solar (Óscar Agustín Alejandro Schultz Solari) les confió un secreto: lo que uno hiciera esa noche era lo que después iba a hacer durante todo el año. Pero Borges, que era un Schopenhauer con diccionarios, siempre hizo lo mismo: plantarse en casa de Bioy y matar la noche en silencio y bebiendo, ay, ¡un poco de sidra!, antes, naturalmente, del boicot al “Estatut”.