San Juan de la Cruz
Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
En una noche como ésta, “como un loquillo de atar”, salió Juan de la Cruz de su celda en el convento, meciendo al Niño en sus brazos, saltando y cantando un villancico aldeano, aunque llevado por él a lo divino:
“Si amores me han de matar / ¡agora tienen lugar...!”
No se sabe si el nacimiento fue en verano o en invierno. El caso es que el constantinismo tuvo a bien la cristianización de una fiesta pagana, la del solsticio del invierno, y con eso dio alas a la más bella metáfora de la luz, y de paso, pie a algunos alcaldes de verso suelto, como el de Madrid, que, sólo por haber leído “Los errores científicos de la Biblia”, creen tener resuelto el misterio de la Navidad con colgar de cuatro faroles una ristra de cocuyos laicos.
“¡Luz, más luz!”, pedía Goethe, a voces, en el momento de tener que entregar su espíritu. La metáfora de la luz une en esta noche al mundo con el regocijo del nacimiento del nuevo ciclo solar, que es el regocijo, “como un loquillo de atar”, de Juan de la Cruz por el nacimiento del Niño en Belén, que viene a querer decir “Casa del Pan”.
Luz. Más luz. Las custodias peruleras habían de tener forma de soles, sencillamente porque el indio se veía así más incitado hacia la adoración. Y Abiel, el venadeador ullanesco de Zihuatanejo, que alguna vez ya ha sido mentado aquí, sostenía que de todos los animales sale una luz rojiza: “De todos, menos del venado. Iluminas, apuntas y, ¡zas!, brota una luz muy blanca de los ojos absortos del venado, una luz tan blanca que casi te hipnotiza, te hace dudar, ponerte de su parte. ¡No hay nada tan hermoso como la luz blanquísima del venado! Es una lástima que el hombre sea el único animal sin luz propia, ni rojiza, ni blanca, ni nada.”
¿Y por qué diría Gironella que las putas, las tristes mujeres de la vida alegre, tienen luz morada? Toda la esperanza del mundo está puesta otra vez en la luz que sucede a la noche más larga del año.
–Gloria a Dios en las alturas..., y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.
Pemán, que estudió mucho la Navidad, decía que el versillo inmortal y angélico, como toda la poesía hebrea, está compuesto en forma paralela: a un renglón luminoso de gloria divina que corre por las alturas, corresponde un renglón de paz humana que corre por la tierra.