viernes, 28 de febrero de 2025

Rataplán, rataplán


Azaña al aparato


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Rataplán, rataplán, / los soldados vienen ya. Los que nos trajeron la pandemia (dinero) nos llevan a la guerra (más dinero), para lo cual todo lo que hace falta es eso, dinero, dinero y dinero, cosa, por cierto, que ya la dijo Napoleón, otro que, como Franco, no tenía ni idea de lo militar, al decir del revisionismo liberalio, que abreva en Ortega, el que achacaba el apagón de nuestro ardor guerrero al “cansancio de mandar en el mundo (?), a las geniales comediantas, a las tapadas traviesas”… ¡Vuelta al imperio!


Azotaron aquí en Madrid –leemos en Deleito y Piñuelaa una mujer de buena casa, que ayudaba a cierto capitán, su galán, a buscar soldados. Conducía esportilleros con cosas de comer, cerrábalos con arte en una cueva, dejábalos sin comer hasta que sentaban plaza y tomaban paga...


En una palabra, la USAID de nuestros belicistas bajitos (todos escaqueados de la mili), los más gritones, rama liberalia del Régimen encargada de engrasar la máquina de extracción de rentas, porque lo primero que se necesita para la guerra, aparte el trisagio Chamberlain-Hitler-Churchill, es dinero, mucho dinero, que los soldados se nos darán por añadidura, pues para eso se inventó el desdoblamiento. Nuestro modelo es Azaña, que inspiró a Aznar la abolición de una conquista democrática: el servicio militar obligatorio. Alguien reparó en que la República contaba sólo con ocho divisiones, y Azaña tranquilizó al Parlamento diciendo: “Ése es el ejército de ahora, pero el de la guerra consistiría en el desdoblamiento de tales divisiones”. ¿Cómo? “Guardamos en unos ficheros el plan de desdoblamiento”. ¿Con qué jefes? “Se desdoblará todo. Ahí están los ficheros”. ¡El desdoblamiento!


Dinero… y un poquito de odio, claro, para disparar sin mayor cargo de conciencia. Los ingleses, los más bragados, no tienen dinero, pero bordan el odio: no a Putin, que sería un odio estratégico, sino a Trump (ahí está la burda “Civil War” de Alex Garland), es decir, a América, su odio ontológico (el del monarquismo al republicanismo). El inglés odia a Putin como odiaba a Franco: por postureo. Putin es el Franco ruso: cogió una nación devastada por el comunismo y las pítimas de Yeltsin, con quien tanto reía Clinton, y anda poniéndola otra vez en pie con la ayuda del clero y los oligarcas, tan bien comidos como los nuestros. Inglaterra torpedearía contra América cualquier acuerdo en Ucrania. Luego está la Unión Europea, a cuyo amparo (“Estado de Derecho” es el oxímoron que lo designa en la jerga oficial) te pueden enviar a los maderos a echarte la puerta abajo por un tuit, y cuya vicepresidenta, Kaja, proveniente de la educación soviética más pija, aspira públicamente al troceo de Rusia al estilo de Yugoslavia o de España, y por la tremenda, si hiciera falta. Desdoblando divisiones, como Azaña, el ídolo de Aznar (el otro es Cheney), el libertador de Iraq.


Vienen dos años de montaña rusa. Rataplán, rataplán, / la ra rá, la ra rá.


[Viernes, 21 de Febrero]