domingo, 16 de febrero de 2025

Malkovich



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


El teatro es libre, el cine es fascista. Lo ha dicho el cómico John Malkovich, y ahí queda eso.


¡Ay, el fascismo!


De Franco (que no fue fascista porque, entre otras cosas, no se lo permitió su oratoria) dice Pemán que se decía en el mundo del teatro:


A Franco no le gusta el teatro: prefiere el cine, entre otras cosas porque se lo llevan a domicilio. Las películas de más éxito se las pasan en un teatrito que hay en el palacio de El Pardo.


Al teatro, en efecto, no debió de ir nunca. Y a los cineros, que ya entonces pedían como alemanes cantando, un día que fueron a tirarle de la americana para que les diera algo se encontraron con que el que pedía era él. ¿Qué? Para empezar, que no se proyectaran tantas películas americanas, que es una cosa que los lambiscones del sindicato de la ceja llevan pidiendo toda la vida. Los lambiscones lo piden porque la competencia les quita dinero, y Franco, porque en el cine americano se exaltaba el divorcio y se ninguneaba a la familia.


Es preciso hacer películas españolas. Cortés, Pizarro o el Dos de Mayo. Y si se quiere algo más popular y barato, la zarzuela “Marina”.


Total, que el cine es fascista, dice Malkovich, de cuyas palabras, por cierto, acostumbra beber la gente de progreso como si fueran leche de tigre.


El cine –interviene Foxá, para entendernos– es el retrato de la novia. El teatro es la propia novia, aunque aquel día esté un poco acatarrada. El cine es la Venus de mármol. El teatro, nuestra novia pintándose los labios.


Y continúa: el cine es un arte socialista con sesenta productores entre los cuales el guionista y el autor pasan, protocolariamente, después del productor, de la estrella o del ingeniero del sonido. Aún en el teatro no hay más Dios que el autor... El cine es para masas y el teatro para minorías... Para el cine, la semana no tiene días, ni el año meses. Como es un arte muerto, está fuera del tiempo. En realidad, sus actores también representan, enrollados como anguilas de mazapán, dentro de sus cajas de hojalata. La luz no los despierta, sino que los pone en evidencia.


Por la palabra, el narigudo Cyrano vence al bello y estúpido Cristián. Los grandes amores entran por el oído y el cine no vence nunca al teatro (a pesar de ser sonoro) por esa magia asombrosa de la palabra.


Para no tener que darle más vueltas: el cine es el libro de los que no leen libros. El fascismo de la vida, que diría el tal Malkovich.