martes, 18 de febrero de 2025

EEUU/Europa



Martín-Miguel Rubio Esteban

Doctor en Filología Clásica


Si no pasa ningún cataclismo histórico, los EEUU seguirán siendo lo que siempre han sido, la prolongación más exitosa de Europa, tanto desde el punto de vista cultural como desde las dimensiones étnicas, religiosas, lingüísticas y raciales. Sin la obra de Locke, Jefferson no podía haber escrito la hermosa Declaración de Independencia, y sin la obra de Montesquieu la magnífica Constitución de los EEUU y su Democracia no hubieran podido haber sobrevivido durante más de dos siglos y los que le quede. Por eso no se entiende que Trump, puro sabor americano, sin duda, pueda convertirse en un trasunto de Jorge III para con la UE. El maltrato que las Trece Colonias recibieron del rey inglés no deberían sufrirlo ahora las veintisiete naciones que configuran la Unión Europea. Sería casi como quebrar el alma de América, como la muerte del padre. Ojalá el superdotado Elon Musk haga hoy el papel humanista que el gran sabio Benjamin Franklin hizo bajo el pilotaje de Washington. Ahora bien, el genio indiscutible de Musk, capaz de construir casas familiares “tecnologizadas” por 60.000 dólares para la clase trabajadora, no debería tener el significado para el capitalismo voraz de una normalización de la pobreza, de claudicar ante la lucha contra la pobreza, de sostener que con esas “casitas” es suficiente para el obrero americano, en este caso, sino, por el contrario, de seguir luchando contra la pobreza y a favor del bienestar del pueblo, a fin de que las nuevas tecnologías no se conformen nunca y consigan así moradas más grandes y mejores para todos los habitantes de la tierra.


Además del cariño entrañable y secular a Inglaterra, Trump también debería recordar que tras la victoria de Gates sobre el general Burgoyne, España y Francia reconocieron la independencia de los EEUU, estando aún la suerte muy indecisa, pues que la guerra duraría aún cuatro años más. Jay fue nombrado ministro en Madrid. Al principio los revolucionarios americanos, por odio a la monarquía, no utilizaban el término “embajador”, lo mismo que harían después los bolcheviques tras la toma del poder hasta la época de Gromiko. Este prejuicio y escrúpulo lingüístico terminaría cuando acabó muriendo la generación que llevó a cabo ambas revoluciones. Todo acaba aburguesándose. España incluso se resistió a que EEUU firmase la paz con Inglaterra hasta que Gibraltar le fuera devuelta. El presidente Sánchez representa apenas una quinta parte de los españoles, y muy pronto será un fragmento histórico que el pueblo español felizmente olvidará. Donald Trump no debería con su genuino desparpajo –la franqueza brutal siempre ha sido un rasgo muy republicano calificar a España en función de este infumable y sin duda efímero gobierno. Esta política de “square deal” en el interior y de “big stick” en el exterior, hace de Trump una figura muy parecida a la de Teddy Roosevelt, el resuelto presidente que subvencionó una sublevación independentista en Panamá para hacerse con el Canal sin los incómodos incordios que le planteaba todos los días el patriotismo colombiano. Hoy Trump parece respecto al Canal repetir la política agresiva de Roosevelt, hombre cuyo carácter impulsivo se nos antoja muy parecido al de Trump, pero bajo cuyos dos mandatos el mundo se mantuvo en paz. No obstante, el Canal quedaría por fin abierto con Woodrow Wilson, que presentaba una calidad espiritual parangonable incluso con la de Lincoln, y quedaría “abierto a todas las naciones”. Y también bajo Wilson apareció el problema mejicano, que vuelve a emerger hoy, pero no con aquella gravedad que a punto estuvo de producir una guerra abierta entre Méjico y los EEUU. Méjico nunca ha sido un vecino cómodo; durante la Iª Guerra Mundial estuvo a punto de aliarse con Alemania como forma de recuperar Tejas y Nuevo Méjico. En realidad, tras la desaparición de la Unión Soviética, los viejos problemas que los EEUU tenía planteados con la América española no sólo no han desaparecido, sino que resucitan de nuevo sin resolverse. En ese sentido, una vez terminado el “peligro comunista”, la política internacional americana “goza de" un retroceso, la vuelta a los problemas –vitales, pero no letales– anteriores a la Guerra Fría.


Aunque muchas veces en política los acontecimientos modifican los principios, no debiera ser así, y Trump, que aún tiene nuestra simpatía, nunca debió anunciar que quiere convertir la franja de Gaza, territorio de un pueblo palestino medio masacrado, en un paraíso de placer, lujo, y diversiones para opulentos, repleto de resorts de alto y exclusivo standing. ¿Levantar una nueva Babilonia de Baltasar cimentada en la sangre y los huesos de 60.000 gazatíes, miles de ellos niños? ¿Un mundo de deleites sobre un cementerio étnico? Que nadie olvide la Historia Universal y las batallas transcendentales que se produjeron en Gaza. ¿Y qué pensaría hoy Adams, el segundo presidente de los EEUU, de Trump si sigue con tan delirante plan? Si decía de los franceses que no eran un pueblo moral por su Revolución sangrienta, ¿qué diría ahora de sus conciudadanos? El sentido de la humanidad y de la justicia forjó en su día el carácter americano.


Sin embargo, respecto a la guerra ruso-ucraniana, Trump muestra mayor sentido común. Europa excitó a los EEUU su codicia y bajas pasiones por la expansión económica y política de las grandes multinacionales por la Europa del Este, pero no hay imperios mercantilistas si no se apoyan en el poderío militar de algún hegemón, y ello hizo que la Administración Demócrata, woke y liberal, entrara como un torete al capote, woke y liberal, con el que le citaban los grandes nababes europeos. Trump afirmó, no obstante, recién comenzada la guerra, que el ataque de Rusia a Ucrania no había sido más que un ataque defensivo legítimo, al que le habían llevado con su coacción y presión intolerables las viejas potencias de siempre, Reino Unido, Francia y Alemania. De los que ya sólo somos comparsa mejor no hablar; ya estamos acostumbrados a la indignidad. Es por ello que tenemos esperanzas fundadas de que esta letífera guerra, que se ha llevado por delante la flor y nata de la juventud ucraniana, se zanje en pocos meses con una negociación Putin/Trump. Rusia sólo quiere hablar con el hegemón occidental, y hace bien. EEUU tiene prioridades hoy que le imposibilitan volver a tener cuatro millones de soldados en Europa. Esta conferencia entre los dos demiurgos de la Paz engendrará un nuevo Tratado y Covenant que construirá el porvenir de Europa y de la mayor parte del mundo en los próximos veinte años, siempre, claro, sobre arenas movedizas.

[El Imparcial