Francisco Javier Gómez Izquierdo
Lleva aplaudiendo servidor, burgalés de nacimiento y condición, desde hace casi cuarenta años el respeto y devoción que el cordobés siente por San Rafael, su Arcángel Custodio, por representar signos palpables de identidad que me parecen agradablemente llamativos. Hay más Rafaeles en Córdoba que setas en su otoño y de ello hemos dado fe en varias ocasiones aquí en Salmonetes... San Rafael es el día 24 de octubre, fiesta en la ciudad, no en la provincia, y se conoce como el " día de los peroles" por invitar los miles (no hay exageración) de Rafaeles a la familia y amigos a un perol en el campo, parcela, lonja o donde se tercie. El Ayuntamiento organiza también un "perol de convivencia" y no sé si encarga o somete a concurso un cartel representativo del día que da fe cada año de la festividad. Como estamos en tiempo de artistas "mu listos", que saben cómo dar la nota, este 24, un avezado pintor ha decidido cortarle las alas a San Rafael y ponerle cara de tabernero. Tabernero al que es difícil encontrar, pues tiene puesto a la entrada de su cantina "abro cuando llego, cierro cuando me voy, si vienes y no estoy es que no hemos coincidido", haciendo bueno el dicho de "más sieso que tabernero cordobés".
"Humanizar a San Rafael", dice el artista, Antonio Guerra de nombre, que se ve que ha leído poco de ángeles y arcángeles y escuchado mucho de esas polémicas modernas con las que hay posibilidad de engordar la bolsa, contratos mediante de la oficialidad alternativa. Ni me va ni me viene la hazaña del virtuoso, porque tengo claro que "hay gente p'a tó", pero me consta que a los cordobeses no les ha gustado la frivolidad y a mi parecer el artista al que contratan para estos casos es conveniente que conozca a las personas a las que va dirigida su obra.
Julio Romero de Torres, al que también le encargó hace cien años el alcalde José Cruz Conde un San Rafael, jugó con la indefinición sexual de los ángeles y le pintó con cuerpo más femenino que andrógino y rostro mujeril, tengo leído que el de la hija cantaora de un asesino, conocida como "la Rubia de Málaga" a la que acompañan en el cuadro otra cantaora y una bailaora. En Julio Romero de Torres, amigo de modelos populares, se ve el misticismo que quiere transmitir el personaje; en este del 24 sólo vemos el retrato de un tabernero que ha ido a pescar.