PEPE CAMPOS
Plaza de toros de Las Ventas.
Jueves, 4 de julio de 2024. Segunda novillada nocturna de verano. Algo más de un tercio de entrada. En los calores de julio.
Novillos de López Gibaja (procedencia Juan Pedro Domecq, vía El Torero, línea Salvador Domecq), bien presentados, de acusada mansedumbre, flojos; calamocheadores, propio de la falta de fuerza y del descaste.
Terna: Álvaro Sánchez, de Cabanillas del Campo (Guadalajara), de verde botella y oro, con cabos blancos; silencio tras aviso y saludos; de veinticuatro años; en 2023, ningún festejo. Carlos Domínguez, de Badajoz, de azul oscuro y oro, con cabos blancos; silencio y silencio; de veinticuatro años; en 2023, cinco festejos. Álvaro de Chinchón, de Chinchón (Madrid), de azul celeste y oro, con cabos blancos; vuelta al ruedo por su cuenta y silencio tras aviso; de veintidós años; en 2023, ocho festejos. Álvaro Sánchez y Álvaro de Chinchón, se presentaban en Las Ventas.
Suerte de varas. Picadores: Primer novillo —Javier Díaz—, primera vara, detrás del hoyo de las agujas, segunda, picotazo trasero. Segundo novillo —Manuel Jesús Ruiz ‘Espartaco’—, primera, picotazo trasero, segunda, detrás del hoyo de las agujas y tercera, trasera, que rectifica, detrás del hoyo de las agujas, fuerte, dándole. Tercer novillo —Luciano Briceño—, detrás del hoyo de las agujas, con metisacas y detrás del hoyo de las agujas, caída, con metisacas. Cuarto novillo —José Antonio Rodríguez—, vara tras el hoyo de las agujas, caída y tras el hoyo de las agujas. Quinto novillo —Mario Benítez—, detrás del hoyo de las agujas y picotazo detrás del hoyo de las agujas. Sexto novillo —Héctor Vicente—, trasera, fuerte y trasera.
Las novilladas nocturnas de los jueves van camino de convertirse en «un sinvivir» para la afición, por tanta mediocridad y desventura taurina que se aprecia en el ruedo y fuera del mismo. En primer término, porque el ganado contratado por la empresa —de origen Domecq— no tiene ningún contacto con los significados de la palabra bravura, ni en la acepción de la Real Academia Española de la Lengua, ni en la más popular del aserto de «aquellos toros que se crecen ante el castigo». En segundo lugar, porque los novilleros elegidos para realizar las lidias y dar muerte a los novillos, vienen sin ningún bagaje, ni conocimientos suficientes que les pueda afirmar en el territorio de su difícil profesión, la de futuros matadores de toros. Y en un tercer aspecto, porque a las novilladas de Madrid, en general, últimamente —ya lo hemos significado en otras ocasiones— acude un público joven, que si, por fortuna, viera algo con cierto sentido que les explicara en qué consiste el toreo y su mundo, seguramente, se irían aficionando a la fiesta de los toros. Y no, como suelen hacer, emplear el tiempo, en las noches de los jueves de Las Ventas, en beber, en fumar y en vivir —que son dos días—. Todo un recetario éste de usos sociológicos en los que merecería la pena introducirse, para valorarlos y sacar conclusiones sobre cómo es el elemento joven actual —digamos, al menos, éste que no pone pegas al hecho de ir a los toros; porque existen otros mundos jóvenes, diferentes, no seamos ingenuos—. Nuestro cometido no se basa en hacer malabarismos sobre el funcionamiento actual de las sociedades humanas —aunque los toros son una metáfora de la vida social española—, sino en contar lo que sucede en el ruedo venteño los jueves nocturnos.
Hablábamos más arriba de «la bravura», ausente en los novillos de ayer noche, de procedencia Domecq —esa plaga de nuestro tiempo táurico—. Y hemos señalado la mansedumbre de su naturaleza, desarrollada a partir de la selección de vacas que en las tientas realizará D. Antonio López Gibaja. Una condición de animales mansos aderezada de blandura en el comportamiento, de flojedad en las extremidades, de agotamiento ante las exigencias del juego taurino, de pautas calamocheadoras de los novillos que se defienden, y quieren, como último fin, defender cara su vida. Todo un proceso en las conductas de esta vacada desde los orígenes de la genética, de la selección y de la última prueba, la práctica de la lidia en los ruedos. Un camino penoso que muestra una elección que se aleja, en definitiva, de la bravura. Pero no seamos del todo negativos, pues la mansedumbre también puede encerrar un aprovechamiento de la experiencia. Así, para aquél que se hace torero es un momento idóneo, el hecho de medirse a astados mansos y que rehúyen la pelea, pues sería el instante de ensayar, la técnica de los terrenos y la del mando en los toros, o la de saber aliñar con brevedad y torería. Puede que sea pedir mucho. Pues la enseñanza de la tauromaquia hoy va por caminos contrarios, aquellos que pasan por enfrentarse a toros o novillos nobles —eso sí, desrazados—, colaboradores, dóciles, para hacerles faenas artísticas, es decir, ponerse bonito delante de ellos, componer la figura y expresarse y sentirse con tales dechados de bondad. Ayer noche, no salió por chiqueros este tipo de astado. Si no el manso, el que huía y por ello no colaboraba, y al que había que llevar con la fortaleza del brazo que manda en los movimientos de la muleta, como un látigo y con un pulso de acero, para que se pueda producir el temple y la conducción del astado, desde la obediencia, con coherencia, por delante de la figura del matador, en demostración de dominio.
Todo esto último estuvo ausente ayer noche, pues no hubo casi ni un pase, ni un lance, limpio. Todo fue un despropósito. Por las características blandas y rajadas de los novillos, y por la impericia de los novilleros para lograr una cierta autoridad sobre tanta embestida intemperada, de tanto bóvido a la defensiva. Asistimos a un recital de destemplanzas. Si entramos en la actuación de los novilleros, lo mejor será seguir el orden de su antigüedad. Álvaro Sánchez, en su primer novillo, quiso y no pudo, inicio su labor por bajo, sin dominio, el animal fue sacando cierto genio defensivo, y ante ello se encontró con una muleta a la que topar y golpear y no pudo ver nunca el camino libre. Sánchez lo mató en la suerte contraria, de tres pinchazos, en el último dejando el acero, y un descabello. En el cuarto novillo, la usencia de temple motivó un sinfín de enganchones, rutinas y desarmes. Toreó por fuera y despegado. Mató en la suerte contraria de estocada delantera y en el rincón.
Carlos Domínguez, en el segundo novillo, también toreó despegado y por fuera, quiso empezar su trabajo por bajo sin llevar al animal; y con la muleta en uve o haciendo arco, retrasada, sólo pudo conseguir enganchones. Mató en la suerte contraria, de un bajonazo. En el quinto novillo, que tuvo un comportamiento más suave en su recorrido, inició la tarea de rodillas, con enganchones, y ya de pie sacó un pase desmayado. Luego todo fue a peor, con enganchones y desarmes, por no correr la mano. Mató en la suerte contraria, de un bajonazo perpendicular.
Álvaro de Chinchón, fue el único novillero que corrió un poco la mano, en ocasiones, ante las embestidas desatentas de sus enemigos. En el tercero inició la faena con pases de tanteo por alto, consiguió muletazos sin enganchones, pero metiendo pico, despegado, por fuera, sin mandar en el novillo. En esa guisa, consiguió una tanda ligada, esa fue la novedad de la noche y el respetable se le entregó. ¡Menos da una piedra! Recorrió mucho ruedo tras el novillo. Lo mató en la suerte contraria de una estocada en el rincón, atravesada. En el último novillo de la noche, la cosa varió hacia los enganchones y la falta de dominio. Lo mató en la suerte contraria, tras tres pinchazos, el segundo caído, el tercero dejando el acero, y un descabello.
Resaltar que Juan Carlos Rey quiso lidiar al cuarto novillo con sensatez y que Rafael González, en el quinto, en el tercio de banderillas logró poner orden con el manejo de su capote.