domingo, 28 de julio de 2024

Rusia y España


Iván el Terrible


Martín-Miguel Rubio Esteban

Doctor en Filología Clásica


Es de todos sabido que España y Rusia son dos países con grandes paralelismos. La unificación de ambos territorios y el nacimiento de sendos Estados no se produjeron por el comercio ni por el desarrollo económico, sino por la amenaza exterior; la larga guerra contra los moros y los tártaros enseñó a los dos pueblos que la victoria sólo podría conseguirse con la unificación de todos los principados rusos y todos los reinos de España. Se hacía imposible la independencia rusa si se volvía a repetir “el acuerdo de Yaroslav”, que dividió Rusia entre sus hijos, del mismo modo que se hacía imposible la futura independencia de España si se volvía a repetir la decisión de Fernando I, que repartió Castilla entre sus voraces hijos, hechos históricos estos dos que coinciden por los mismos años. Fue la larga lucha contra invasores extranjeros la que creó el centralismo estatal de Rusia y España. Sin ese centralismo estas dos naciones hubieran fracasado. Rusia y España nacen como estados también a la vez, a finales del siglo XV, y su unificación se consuma a principios del siglo XVI; Navarra es conquistada por Fernando el Católico en 1512, y en el año 1510 el Principado de Moscú, pilotado por Basilio III, puso fin a la República de Pskov y a sus derechos de autonomía y, en 1514, después de la guerra con Lituania, Smolensk pasó a formar parte de su territorio. Como resultado, se constituyeron las dos potencias mayores de Europa, que a partir de finales de siglo XV fueron conocidas como España y Rusia. Por aquel entonces Rusia contaba con siete millones de habitantes. En este sentido demográfico, Rusia se quedó rezagada con respecto a otros países más pequeños de Europa Occidental. Así, la población de España era de ocho millones, y de unos quince millones en Francia. La Rada y La Duma son asambleas de notables típicamente rusas, del mismo modo que Las Cortes son una creación española, anterior al Parlamento británico. Aunque hoy los pequeños rusos usan el término La Rada para referirse a su Parlamento ucraniano, en realidad La Rada, un consejo de hombres cercanos al zar, fue una creación del príncipe Andrei Kurbski, una especie de Antonio Pérez de la época, y aparecida por primera vez en una carta que éste envió al monarca. La Duma supone una Asamblea con tres estados: alto clero, la nobleza y funcionarios del Estado. En 1550 se creó el cuerpo de los “streltsí”, con unos 3000 soldados, de inicio, que llevaban un arcabuz y un bardiche, estructurados igual que nuestros tercios del Gonzalo de Córdoba, y que llegarían a tener el mismo éxito militar y demostrar el mismo heroísmo que nuestros tercios en Italia y en los Países Bajos. La centralización del Estado y el consiguiente desarrollo de la autocracia rusa llega con Iván IV, contemporáneo de nuestro Felipe II, y que tuvo mucho que ver con el anhelo del pueblo ruso de ver a su zar como su defensor contra la tiranía y la arbitrariedad caprichosa de los ricos y la aristocracia (kniazata). Pensaban que Iván gobernaba con “la verdad·”, es decir, conforme a la ley y bajo los preceptos de la justicia y la imparcialidad. La guerra que entabló contra la nobleza aquel contemporáneo de Felipe II tiene un enorme parecido a la que emprendió nuestro Carlos I contra los comuneros, en cuanto que éstos, con el clero –v. gr. obispo de Acuña– querían mantener los privilegios medievales de la baja nobleza y de la Iglesia propietaria. La mala fama de Iván IV y de Felipe II, hombres piadosos hasta el extremo, la creó y la propaló la nobleza y los ricos que dirigían las “veches” o las asambleas de los pueblos y aldeas para que ninguna queja llegase a oídos de los reyes. Ambos también compartían su pasión por los documentos, por anotar hasta los hechos más mínimos, por empapelar todo lo que sucedía, herencia que Rusia y España mantienen pujante. El ataque de los rusos al frente tártaro-turco unificado, que había sido creado por Estambul, coincidió “curiosamente” con la victoria en Lepanto, llevada a cabo por el talento de Don Juan de Austria, Don Ávaro de Bazán y Andrea Doria. Roto este frente, Rusia comenzó a ocupar los distintos kanatos musulmanes, y a realizar la delirante aventura asiática con Yermak Timoféyevich. La Rusia asiática fue como la América para los españoles. Rusos y españoles se encontrarían dos siglos después en las costas canadienses del Pacífico. Recelosos, desconfiados, anotadores, epistológrafos tenaces, con enormes tragedias familiares –así como Felipe II tuvo que aceptar la ejecución de su propio hijo, el príncipe Carlos, idealizado por Schiller, Iván IV mató a su hijo mayor por traición, Iván IV y Felipe II fueron muy parecidos. Hasta el gorro monómaco de Iván se parece al gorro negro de nuestro Felipe. Con la muerte de Iván el Terrible se abre el “Período Tumultuoso”, que trae un vacío de poder a partir de varios zares impostores –los falsos Dmitri, que decían todos ser el hijo pequeño de Iván IV, que, en realidad, murió en la época de Boris Godunov, una especie de Cromwell ruso. El Vaticano, Polonia, Suecia y Lituania aprovecharon el momento para destazar Rusia, e imponer un zar católico y polaco. Es el momento en que el alma y los intereses de Rusia quedan solamente representados por la Iglesia Ortodoxa Rusa, quien manteniendo el estandarte nacional levanta una milicia popular, que consigue echar a los invasores extranjeros tras enormes sacrificios, y convocadas unas Cortes Generales (el Zemski Sobor), se nombra como nuevo zar a Miguel Romanov, un joven tímido de dieciséis años. Tras el “Período Tumultuoso” ruso y ortodoxo eran ya lo mismo, creándose durante muchos años un clima de aislacionismo y el rechazo lógico a todo lo extranjero, que lo veremos también en España con el triunfo del protestantismo en Europa y las hazañas de Gustavo Adolfo de Suecia. El desarrollo económico de Rusia exigía el acceso a los mares Negro y Azóv para las exportaciones. Era necesario garantizar la libre navegación de los barcos rusos en el primero y su paso por el Bósforo y los Dardanelos. Ese deseo chocó con los intereses turcos, y ello produjo varias guerras con Turquía bajo Catalina II, en las que destacaron Aleksandr Suvórov, quizás el mayor general que ha tenido Rusia, el almirante Fiódor Ushakov, que derrotó a los turcos en el estrecho de Kerch, y el almirante de origen español José de Ribas y Boyons, fundador de la ciudad rusa de Odessa. España y Rusia, efectivamente, han tenido un devenir histórico paralelo de aislacionismo y recelo con la Europa a la que siempre han querido pertenecer, y que nos impide mostrarnos rusófobos, “naturaliter”. Los dos países hemos padecido un largo papanatismo sobre lo que significa la Europa central.


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