viernes, 26 de julio de 2024

Otra vez Gibraltar



Ignacio Ruiz Quintano

Abc


El mediocentro del Manchester City, Rodrigo Hernández Cascante, Rodri, canta “¡Gibraltar es español!” y los liberalios que se guían por el patrón de gobernanza del Instituto Elcano piden las sales, no vaya a tratarse de un repunte del nacionalismo español, que es el malo. La doctrina liberalia sostiene que un malentendido fronterizo en el Dniéper bien vale la pena de un holocausto nuclear, pero una base nuclear en el Peñón no sería cosa de ponerse a reñir, salvo que uno sea fascista (“Fascisti siamo tutti, Eccellenza”, dijo Agnelli a Mussolini, que visitaba la Fiat) de la “new age”.


En el 82, cuando el Santo Advenimiento sociata, González y Guerra salieron al balcón del Palace a prometer la recuperación de Gibraltar (“los jóvenes nacionalistas españoles”, los llamaban en el NYT), mientras Pablo Escobar, invitado vip, se tundía a gintonis en un salón del hotel, no se sabe si en garantía del cumplimiento de la promesa. Y no volvimos a oír hablar de Gibraltar hasta el otro día, con el canto de Rodri por la Eurocopa. ¿No será el fútbol el “proyecto sugestivo de vida en común” que pedía Ortega para que los vascos de Nico Williams y los catalanes de Lamine Yamal vuelvan a sentirse españoles?


En su “España invertebrada”, Ortega tomó de Renan, un subjetivista, su idea de nación subjetiva, que tanto daño haría luego a la causa nacional española, al dar por sentado que una nación es un hecho de voluntad.


El mismo genio que inventa un programa sugestivo de vida en común, sabe siempre forjar una hueste ejemplar, que es de ese programa símbolo eficaz y sin par propaganda.


Ortega, enorme esritor, y ése es su peligro, insiste en que los españoles nos juntamos hace cinco siglos para emprender una “Weltpolitik”, como ha ocurrido ahora con el fútbol. Y tira del embajador florentino Guicciardini, que un día interrogó al rey Fernando: “¿Cómo es posible que un pueblo tan belicoso como el español haya sido siempre conquistado por todo el mundo?” A lo que el rey contestó: “La nación es bastante apta para las armas, pero desordenada, de suerte que sólo puede hacer con ella grandes cosas el que sepa mantenerla unida”. Y esto es, concluye Guicciardini, lo que hicieron Fernando e Isabel, y lo que ahora, nos dice Rivero, ha hecho De la Fuente con su proyecto sugestivo de rato en común, la Selección de fútbol, ese “plebiscito cotidiano”, como Renan definió, no muy agudamente, la nación.


La unidad es incorporación, una faena de totalización: grupos sociales que son todos aparte, quedan integrados como partes de un todo. La separación es desintegración: las partes del todo comienzan a vivir como todos aparte. Es el “particularismo” de Ortega: cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás. En esta broma de fútbol que nos traemos, el ojo riojano De la Fuente nos une, pero la mano pepinera de Carvajal nos separa. Y así vamos echando el verano.


[Viernes, 19 de Julio]