PEPE CAMPOS
Plaza de toros de Las Ventas.
Domingo, 28 de abril de 2024. Tercera corrida de toros de la temporada. Alrededor de dos tercios de entrada. Tarde primaveral, algo fría.
Toros de Araúz de Robles (mezcolanza de orígenes, base lejana de Saltillo con Samuel Flores, refrescada con sangre Domecq), bien presentados, en general dieron juego; mansos, algunos flojos, primero y tercero boyantes, segundo inválido, cuarto noble desrazado, quinto sin celo, sexto serio y tardo.
Terna: Curro Díaz, de Linares (Jaén), de grana y oro, silencio y palmas; veintiséis años de alternativa. David de Miranda, de Trigueros (Huelva), burdeos y oro, con cabos blancos, silencio y palmas; siete años de alternativa. Calerito, de Sevilla, de blanco y oro; palmas y silencio tras aviso; ayer confirmó la alternativa.
La mayoría de los toros de Araúz de Robles se brindaron para ser toreados, ya fuese sin las apreturas propias del toreo neomoderno o con el sabor que pudiera proporcionar el toreo clásico. Es decir, los matadores ayer tarde, en distintos grados, tuvieron la ocasión de obsequiar, con su particular tauromaquia, a la notable concurrencia de espectadores que acudieron a ver la corrida de toros. Parece como que hay ganas de ver toros, lo cual viene a ser una buena noticia, en este preámbulo de la temporada madrileña que precede a la Feria de San Isidro. Ayer vimos toros —sin que fuera una corrida para tirar cohetes— cuyo juego ofreció garantías para el lucimiento de los toreros, que no alcanzaron el triunfo y, en cierto modo, pasaron desapercibidos porque el respetable tenía ganas de ver torear, y esto no se dio debido a la poca fiabilidad que atesora el actual modo de concebir la tauromaquia por parte de la mayoría de los matadores de estos tiempos. ¿Cuál es esa manera de entender la tauromaquia por los lidiadores de ahora? Principalmente, entre otros tantos aspectos, se fundamenta en el empeño de torear con la muleta retrasada.
Si el torero, ante un toro franco, cita con la muleta a la altura del cuerpo o por detrás del mismo, el pase pierde una parte de su posible recorrido, e impide el dominio y el temple sobre el astado, pues los pases no se trazan con largura, no salen completos para poder someter al toro y domeñarle mediante el necesario temple que propicia el toreo verdadero. Si se cita con la muleta retrasada es muy difícil atemperar al toro, si no viene él ya templado o sometido —condición que suele caracterizar al actual toro de procedencia Domecq—. Este encaste hoy hegemónico ha propiciado que la mayoría de los matadores estén acostumbrados a un tipo de embestida «teledirigida», donde sólo con presentar la muleta al astado, a la altura del cite que sea, éste va, entra, con una entrega prefabricada —por su embestida seleccionada—, para que se produzca un toreo sin riesgos y sin alma; a excepción de si ese astado, y su deambular en el ruedo, se encuentre con un torero «artista», que los hay, cierto, pero son muy pocos. Además, de esa ausencia de un toreo de dominio, con esos cites de muleta no adelantada, lo que el torero gana es ver venir al toro en el pase y saber si va o no a por su cuerpo, por consiguiente, un artificio de la técnica de torear que avala evitar la cornada, e impide el dominio del toro, clave y base del arte de lidiar toros.
El cite que estamos describiendo con la franela «pospuesta» respecto a la figura del torero es una característica del toreo de los tiempos que vivimos. Tarde tras tarde es lo que observamos cuando vamos a ver toros y a ver torear. Hay, a su vez, una norma de echar la culpa al toro cuando el cometido de dar pases y su efecto no prende en el conjunto de la faena o lidia. Entonces, se suele decir que «el toro no sirve» —frase que introduce un rodeo, o que contiene un escamoteo, sobre la cuestión principal, de que se pueda torear, o no se tenga que hacerlo—. Al mismo tiempo, se achaca al toro todo tipo de carencias que puedan imposibilitar al torero de hoy que se «exprese» en su tarea. Si vamos al diccionario de José Carlos de Torres, Léxico español de los toros (1989), encontramos una reflexión sobre esa agudeza de que el toro no sirve: «Indica la época de crisis actual de los toros, pues todos tienen su lidia». Curiosamente, como ejemplo del uso de la expresión, de su terminología, nos dice este diccionario: «El conjunto de la corrida de Aráuz de Robles ha servido —tomado de una corrida de los años ochenta del siglo XX—». Parece como que el autor, con esa cita, estuviera refiriéndose a la corrida a la que asistimos, pues los toros de Araúz de Robles de ayer sí sirvieron, es decir, ofrecieron la posibilidad de que se les pudiera torear. ¿Cómo?, seguramente, aplicándose la técnica taurómaca de toda la vida o de los tiempos añejos, sustentada en echar, por parte del diestro, los trastos o avíos hacia adelante, por delante de su figura, para enganchar al toro desde el inicio del pase, que debe ser completo, para que la muleta recorra todo el frente de la planta del torero, con el toro metido en el engaño, y que termine atrás del cuerpo del espada, donde se debe rematar el pase —se produce así un redondeo del trazado del pase—, antes de iniciar el siguiente.
Pienso que esta condición técnica o tendencia del cite retrasado, impide, en numerosas ocasiones, que se produzca el toreo. Aparte, podríamos hablar de la predisposición hacia el triunfo, del posible acierto de los matadores, o de infinidad de avatares que el hecho de torear encierra y lo sitúan como un arte; harto difícil.
Si entramos en el análisis de la corrida de ayer, se puede comentar que Curro Díaz no tuvo suerte, ni él mismo se centró en su labor. Ante su primer toro, un inválido que no fue devuelto, sí pudo lucir su mejor versión en la interpretación de la verónica en los lances de recibo, acentuados con su característico empaque. Después, ante ese toro —que se le caía en cada intento de llevarle— no le quedó más remedio que matarlo y lo hizo con un pinchazo bajo hondo antes de que el toro se echase y fuera apuntillado. En el cuarto toro que no fue excelente pero que se ofrecía al toreo, por ser pronto y claro, utilizó toda esa martingala del cite con la muleta retrasada, enseñándosela al astado en arco, utilizando pico, por fuera, sin apreturas, ni acople y con mucho punteo de la pañosa por parte del astado. Lo mató de una estocada sin relieve en la suerte natural.
David de Miranda, en su primer toro, de muy buen son, se manifestó en la capa con verónicas a pies juntos y con un quite de frente por detrás; con la muleta, en los medios, aplicó muchas tandas con la derecha, con la muleta retrasada en arco, sin templar la buena embestida de «Pimentón», con un toreo veloz y superficial, sin aprovechar el excelente pitón izquierdo del animal; finalizó con usuales manoletinas y le recetó al morlaco una estocada baja en la suerte natural. En el quinto, se le vio dentro del mismo planteamiento, en los mismos terrenos, con la variedad, en el final del trasteo, de invertir la muleta en el pase por alto —de perfil, a pies juntos— en lo que se denomina «bernadinas». Mató al toro de una estocada baja fulminante.
Calerito, en el toro de su confirmación, un ejemplar noble y resuelto, lo toreó con disposición con el capote —verónicas y chicuelinas—; inició la faena de muleta de rodillas, para después al recuperar la verticalidad, en los medios, torearlo con el «neotoreo», en una faena que se fue diluyendo por no embarcar la embestida del astado; lo mató de una estocada baja en la suerte contraria. En el último toro del festejo, un bello cornúpeta barroso, de mayor poder que el resto de sus hermanos, volvió a emplearse Calerito más con la derecha, sin mando, de perfil y metiendo pico; finalizó su trabajo con la versión de las bernadinas, y con un último pase de pecho largo y templado que fue lo mejor de su actuación; mató al toro de una estocada baja en la suerte natural y cuatro descabellos.
ANDREW MOORE
Sánchez
"Una ola de campo" (Foxá)
De Miranda
FIN