martes, 30 de abril de 2024

La bomba de Valls


Frédéric Mitterrand


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Mientras la partidocracia vascongada anda a setas y “rolex” con los votos que la Constitución’78 sembró en la “terruka”, un español que llegó a primer ministro francés, Manolo Valls, plantea en LCI la necesidad de lanzar un ataque nuclear contra la teocracia persa que Francia contribuyó a instalar. ¡Pobre Xavier Valls, su papá, si lo oyera!


Valls padre, que pintaba manzanas de un primor efímero, fue un hombre dispuesto a perder su vida “par délicatesse”, como Rimbaud, no por un bombazo nuclear, él, que al pasear por los pueblos franceses temblaba ante la absurdidad de tanta muerte en las lápidas de los caídos del 14, y lo indignaba que Francia tuviera prohibidos los “Senderos de gloria” de Kubrick hasta la victoria en los 80 del socialismo donde medró su hijo, un tipo con buena prensa en España porque a los periodistas de la escuela de “Pueblo” vendieron que Manolo era hijo de un pintor español que liberó París, ciudad a la que llegó en el 49, para envidia de Tàpies, cuya familia carecía de posibles para pagarle ese “erasmus”.


Valls es un progre de la progredumbre de Sam Harris, otro loco de la “solución Oppenheimer” para las culturas religiosas, promocionado por el New York Times hasta que en 2005 ganó con “El fin de la fe” el premio PEN.


––Pen Club. ¿Qué quiere decir eso? –explicaba Thomas Bernhard–. Son una pandilla de bobos. Tipos que están en todas las salsas y, dos veces al año, se pasan una semana en algún lugar bonito. Y, a costa del Estado, consiguen su camita de cinco estrellas. Espantoso.


A Harris, partidario de asestar el primer golpe nuclear, lo apoya Peter Singer, uno que, sin embargo, cree injustificable matar animales no racionales para comer. Debe de ser el segundo budismo, profetizado por Nietzsche, o sea, la catástrofe nihilista en su hora final.


La bomba atómica es el Buda de los países occidentales –anota Sloterdijk en su “Crítica de la razón cínica”.


Un aparato soberano, autónomo, perfecto. Inamovible, la bomba descansa en sus silos, como la realidad más pura, la posibilidad más pura. En España, si no nos hubieran chafado el Proyecto Islero, Sánchez tendría hoy una sobre la mesa. La bomba, dice Sloterdijk, es la quintaesencia de las energías cósmicas y de la participación humana en ellas, el máximo rendimiento del ser humano y de su capacidad destructiva, el triunfo de la racionalidad técnica y su superación en lo paranoético. Con la bomba abandonamos el imperio de la razón práctica en el cual se persiguen fines con medios adecuados.


De hecho, la bomba es el único Buda que también comprende la razón de los países occidentales. Infinita es su paz e ironía. Al igual que en Buda, todo lo que habría que decir está dicho a través de su mera existencia. En ella se completa el “sujeto” occidental.


Nos queda la confesión del sobrinísimo Frédéric Mitterrand, ministro de Cultura de Sarkozy: “J’ai fait des rêves érotiques avec Manuel Valls”.


 [Martes, 23 de Abril]