Carlos Moliner
«Es un pecado escribir esto. Es un pecado pensar palabras que ningunos otros piensan y recogerlas por escrito en un papel que ningunos otros han de ver.»
Así comenzaba Ayn Rand su novela Himno, que describe un futuro distópico en el que el consenso se hubiese vuelto obligatorio. Inspirada en el Nosotros de Yevgueni Zamiatin, otro autor que había conocido las bondades de un régimen totalitario en el que la disidencia se pagaba con la vida.
Afortunadamente, nosotros vivimos en sociedades democráticas amantes del pluralismo, de modo que no existen ideas u opiniones, circunstancias o datos que supongan un grave riesgo para la integridad de quien tenga intención de expresarlos o hacerlos públicos.
Esta es la descripción que nuestras democracias hacen de sí mismas, pero a veces ocurren cosas que permiten albergar dudas razonables al respecto. Uno de los fenómenos más extraños, que alimenta un silencio más atronador, es el de las personas que perdieron la vida en circunstancias cuya investigación lleva aparejada la amenaza de complicarse el propio destino, y cuyo mero recuerdo implica pisar terreno resbaladizo. Todos ellos tienen una característica en común: su muerte supuso un golpe de suerte para quien se veía amenazado por la información que manejaban.
Virgilio popularizó el proverbio «La fortuna favorece a los audaces». Pero los tiempos han cambiado, y ahora parece favorecer, al menos en lo que a muertes oportunas se refiere, a los poderosos. Esto, huelga decirlo, anima una línea de susceptibilidad contra las élites.
El último suicidio en las noticias
La empresa aeronáutica Boeing estaba bajo sospecha después de dos accidentes mortales de sus aviones 737 Max 8 en los que murieron 346 personas en Indonesia y Etiopía. Esto fue en 2018 y 2019, y supuso la retirada durante meses de su modelo 737 Max 9. Sin embargo, la compañía no ha logrado despejar las dudas sobre las diversas variantes del modelo 737, que ha registrado multitud de accidentes. En los últimos meses el Departamento de Justicia norteamericano ha abierto una investigación criminal contra Boeing por uno de los numerosos incidentes recientes: el que tuvo lugar en enero con un avión de Alaska Airlines del que se desprendió una puerta y parte del fuselaje en pleno vuelo.
Las primeras investigaciones apuntan a un fallo en el montaje y los controles de calidad del avión. Ésta era precisamente el área de conocimiento de nuestro primer protagonista.
En 2017, John Barnett , un empleado con más de 30 años de antigüedad en la empresa en tareas de supervisión y control de calidad, puso una demanda por irregularidades contra Boeing. Tras su traslado en 2010 a la planta de Charleston en la que se ensambla el 787, su familia confirma que había sufrido presiones para acelerar el proceso, lo que ponía en riesgo la seguridad de los pasajeros. Debido a ello, las discusiones con la gerencia de la empresa eran constantes, hasta el punto en que su médico temía que le diera un infarto debido al estrés. Finalmente decidió retirarse y demandar a Boeing por irregularidades.
El pasado jueves 7 de marzo había prestado su primera declaración en ese juicio, y estaba pendiente de ser citado para la segunda. No llegó a prestarla: el lunes siguiente fue encontrado muerto por un disparo de bala dentro de su camioneta en el aparcamiento del hotel en el que se alojaba a la espera de ser llamado al estrado. El arma todavía seguía en su mano. Su muerte sigue bajo investigación, pero su abogado ya ha expresado dudas sobre las circunstancias de su muerte, e insiste en considerar presunto el suicidio.
Un caso recurrente
La muerte de Barnett es la última de una serie de desgracias que le sobrevienen, como por un raro azar, a quienes tienen una verdad inconveniente que revelar. A efectos prácticos, el destino de los testigos inoportunos no hace distinciones entre países con todos los permisos democráticos en regla y los pertenecientes a eso que Josep Borrell denominó «la jungla». En otras palabras: el jardín occidental, ciertamente cuidado y de poda regular, tendría también sus frondosidades, sus plantas selváticas, sus rincones de fauna tropical.
La lista es sobrecogedora en número, tanto como para no intentar siquiera una aproximación exhaustiva, pero es ilustrativo recordar algunos detalles de los sucesos más destacados.
2003. David Kelly. 59 años. Suicidio.
El doctor Kelly era un respetado científico conocido por ser una de las mayores autoridades mundiales en guerra biológica. Trabajaba para el Ministerio de Defensa Británico y había sido asesor habitual de diversos órganos de inteligencia en materia de armas biológicas. Parte de su trabajo como inspector de armas para Naciones Unidas le había llevado a visitar Irak en 37 ocasiones, hasta que en 2003 su nombre saltó a las portadas debido a un informe del año anterior que el Gobierno de Tony Blair usó como evidencia de la presencia de armas de destrucción masiva de Irak.
El periodista Andrew Gilligan publicó que el gobierno sabía que las conclusiones de ese informe (en concreto que las armas estuviesen en condiciones de ser desplegadas en 45 minutos) eran exageradas, y Kelly reconoció ante sus superiores haberse reunido con ese periodista, lo que condujo a una comisión de investigación en la Cámara de los Comunes británica a la que fue citado el 15 de julio.
Dos días después de un riguroso interrogatorio que fue retransmitido por tv, su cuerpo apareció sin vida apoyado en un árbol en una zona boscosa cercana a su casa de Oxfordshire.
La investigación posterior determinó que se había tratado de un suicidio por ingesta de analgésicos, sumado a un problema coronario y los cortes producidos con un cuchillo en la arteria cubital a la altura de su muñeca izquierda. Un grupo de médicos entre los que había amigos del Doctor Kelly cuestionó que un corte en la arteria cubital pudiera causar la muerte, o que la cantidad de dextropropoxifeno (el componente de las 29 pastillas que en teoría había ingerido) en su sangre pudiera considerarse letal. Tampoco se encontraron sus huellas ni en el cuchillo ni en las tabletas de pastillas ingeridas, y los encargados de trasladar su cuerpo testificaron que nunca habían visto otro suicidio por causas similares en el que hubiese menos cantidad de sangre, tanto en el escenario como en manchas en el propio cuerpo.
No obstante, la investigación conducida por Lord Hutton, que decretó el secreto de sumario sobre las pruebas relativas a la muerte de Kelly durante 70 años, determinó que se había tratado de un suicidio, y sus conclusiones fueron refrendadas por un informe posterior del fiscal general Dominic Grieve. El documental que resume mejor los detalles del caso, incluyendo la reconstrucción del día de su muerte e información adicional de interés, como por ejemplo acerca del libro que Kelly se disponía a escribir sobre su vida, no coincide con el resultado de esas pesquisas.
Se da la circunstancia de que el recién elegido representante por Rochdale, George Galloway, poco satisfecho con la versión oficial, dirigió también un documental sobre el particular que lleva por título un elocuente Killing Kelly (Matar a Kelly).
2010. Gareth Williams. 31 años. Muerte accidental por autoasfixia erótica
Genio precoz de las matemáticas (licenciado en la universidad de Bangor el primero de su promoción con 17 años y doctorado con 20) y especialista en criptografía, Williams trabajaba para la inteligencia británica. Apareció asfixiado desnudo dentro de una bolsa de deporte cerrada por fuera con un candado en la bañera de una casa de seguridad del Servicio de Seguridad en Londres. No había rastros de drogas o alcohol en su cuerpo, ni señales de forcejeo, y la llave del candado se encontró dentro de la bolsa bajo su cuerpo, pero no sus huellas ni en la bolsa ni en la bañera. En el salón del piso había un camisón de mujer y 20.000 libras en ropa femenina, según los investigadores destinada a su propio uso (se publicó que era aficionado a los espectáculos drag). Se encontraron rastros de otro ADN en la bolsa, que no pudo identificarse el dueño.
Tras su muerte, algunos medios mencionaron que una imprudencia suya accediendo a la agenda personal de Bill Clinton para consultar la lista de invitados a un evento al que el expresidente iba a asistir, como favor personal a un amigo, se produjo «en un momento en que el trabajo de Williams con Estados Unidos era de naturaleza muy delicada». Esto, en teoría, había supuesto una pesadilla diplomática para el jefe de la diplomacia británica. Su familia también informó de que había trabajado rastreando redes de lavado de dinero, incluyendo dinero ruso que tenía como destino Europa, pero la investigación descartó la implicación rusa en su muerte.
2016. Seth Rich. 27 años. Intento fallido de robo
Es el caso citado como paradigma de la teoría de la conspiración. Rich trabajaba para el Comité Nacional Demócrata ampliando derechos de voto, una tarea de propaganda política de bajo nivel que suele suponer un paso previo a la incorporación a una candidatura presidencial. Trabajaba allí como director de datos.
Pasadas las cuatro de la madrugada se dirigía a su casa en Washington, en una zona acomodada donde se habían registrado varios robos con anterioridad, pero no homicidios. Iba hablando por teléfono con su novia y, cuando estaba a un bloque de distancia de su destino, su novia de pronto oyó un ruido al otro lado de la línea y Rich le dijo que no se preocupara. Poco después la policía lo encontró con la cara, las manos y las rodillas magulladas y dos disparos en la espalda. Al joven analista de datos no le habían quitado ninguna de sus pertenencias. Lo trasladaron al hospital todavía con vida, pero no pudieron hacer nada por él.
La sombra de la duda sobre el caso la arrojó Julian Assange en una entrevista concedida a un canal holandés, donde insinuaba que Rich podría haber sido informante de Wikileaks, lo que hizo que algunos comentaristas lo identificaran como la fuente de los correos del Comité Nacional Demócrata (DNC) que publicó la organización de Assange en 2016. Un investigador que se ofreció a trabajar para la familia afirmó haber encontrado pruebas del contacto entre Rich y Wikileaks, pero posteriormente se desdijo. Los responsables de su muerte no han sido identificados, a pesar de las importantes recompensas ofrecidas (incluyendo la que ofrece Wikileaks) a cambio de datos que conduzcan a la identificación de sus asesinos.
La cadena Fox, la más activa en dar publicidad al caso, acabó llegando a un acuerdo privado con la familia de Rich para dejar de relacionar su asesinato con la filtración de los correos del DNC.
2008. Deborah Palfrey. 52 años. Suicidio
Conocida en la prensa como la madame de Washington, Palfrey había iniciado su carrera profesional como criminóloga y tenía estudios de derecho, pero al observar el hueco de mercado en el negocio de la compañía femenina mientras trabajaba en un bufete de abogados, muy pronto se inició primero en la prostitución y más tarde en el negocio del proxenetismo, delito por el que fue condenada en 1992 en California. En la sentencia se comprometía a no volver a montar otro negocio similar, pero sólo un año después ya había creado Pamela Martin and Associates, la mayor y más discreta agencia de acompañantes femeninas de Washington DC, una red de 132 mujeres con estudios y carreras profesionales dirigida a entretener a hombres poderosos.
Durante 13 años llevó su negocio sin incidentes reseñables, hasta que en 2006 una redada conjunta de agentes federales coordinados con Hacienda y el Servicio Postal le congeló las cuentas bancarias, requisó propiedades por valor de un millón de dólares y se apoderaron de documentación que la implicaban en lavado de dinero y negocios de prostitución. Palfrey siempre consideró que se trataba de una cacería contra ella, en lugar de la pretendida cruzada contra la prostitución, y contraatacó dirigiéndose a la prensa para anunciar que tenía entre diez y quince mil teléfonos de sus antiguos clientes.
Cuando la madame de Washington hizo efectiva su amenaza velada de hacerla pública y entregó a ABC la lista de sus clientes sin pedir nada a cambio, la cadena acabó no sólo no publicándola (en teoría por presiones de la Casa Blanca), sino afirmando que entre los nombres proporcionados no había personas de relevancia.
Wayne Madsen, exempleado de la NSA reconvertido en periodista de investigación, discrepaba: en 2008 aseguró que entre los clientes de Palfrey estaban Dick Cheney, John McCain y Rudy Giuliani, entre otros muchos, y que Cheney no sólo era usuario de la agencia, sino que la usaba para clientes suyos de Halliburton, entre ellos jeques árabes. Madsen aludía a un sistema de creación de material para agencias de inteligencia que poder usar en el futuro contra los clientes de Palfrey, usando su agencia como cebo.
Esa parecía ser también la opinión de Palfrey, que estaba decidida a luchar y hacerles pagar por ello. Incluso después de que una de las mujeres que había trabajado para ella unos meses, Brandi Britton, antigua profesora de antropología y sociología, se hubiese quitado la vida poco antes de su juicio por prostitución (otro caso controvertido), Palfrey reiteró que ella estaba hecha de otra pasta, y que aunque sabía que habían puesto precio a su cabeza, ella no era de las que se suicida.
No obstante, dos semanas después de haber sido condenada por fraude organizado, proxenetismo y lavado de dinero, y antes de conocer la sentencia, apareció colgada de una cuerda de nailon en la casa de su madre, junto a una nota de suicidio en la que le pedía perdón y explicaba que no podía soportar la idea de pasar varios años en prisión y salir con casi sesenta años y sin un centavo. Sus secretos y los documentos que había jurado hacer públicos murieron con ella.
2021. John McAfee. 75 años. Suicidio
El millonario, matemático, empleado del programa Apolo de la NASA, informático, aventurero, empresario, antiguo candidato a la presidencia de Estados Unidos y creador de uno de los programas antivirus más famosos del mundo, que lleva su apellido, es el arquetipo del hombre que los norteamericanos llaman larger tan life (más grande que la vida).
En los últimos años se había convertido en un célebre teórico de la conspiración, una actitud desconfiada que le había llevado a denunciar la persecución del Gobierno. Llegó a tuitear en 2019 que querían acabar con él y hacerlo pasar por un suicidio. Durante la pandemia, su actividad en redes denunciándolo como un ejercicio de manipulación global, llamando a evitar por todos medios vacunarse contra el coronavirus y desafiando las medidas restrictivas fue en aumento, en paralelo a sus insinuaciones sobre diversos temas sensibles.
Tras una serie de roces con la justicia, finalmente lo acusaron formalmente de evasión fiscal, cargo por el que la Audiencia Nacional ordenó su detención en el aeropuerto de El Prat cuando se disponía a coger un avión hacia Estambul. Fue ingresado en la prisión Brians 2 en Barcelona durante ocho meses a la espera de ser extraditado a Estados Unidos. Días después de saber que sería extraditado, fue encontrado ahorcado dentro de su celda el 23 de junio de 2021. En octubre de 2020 había tuiteado «Estoy contento aquí. Tengo amigos. La comida es buena. Todo está bien. Sepan que si me ahorco, como Epstein, no será cosa mía.»
Su cuerpo permaneció en una nevera del Instituto de Medicina Legal de Cataluña hasta que fue entregado a su viuda en diciembre de 2023. Se le ha incinerado conforme a su voluntad, y su viuda tuiteó el pasado febrero que existe un informe de la autopsia pero que no le ha sido entregado. Una fuente informó de la existencia de una nota de suicidio en el bolsillo de sus pantalones, pero el abogado de la familia indicó que a ellos no les habían confirmado esa información. Las últimas palabras que le dedicó a su mujer fueron «Te quiero, te llamo esta noche».
Una lista interminable
A estas alturas ya se hacen una idea. El reciente caso de John Barnett, el denunciante de Boeing, es uno entre cientos de muertes que se han producido en circunstancias extrañas y con varias preguntas sin responder.
He elegido algunos casos significativos para hacer un escuetísimo resumen, pero detallar las circunstancias de todos los que merecerían incluirse en este listado es una tarea titánica que excede las aspiraciones de este texto.
No obstante, merece la pena resaltar tres muertes que ocurrieron tras el atentado de Oklahoma City de 1995 que causó 168 víctimas mortales. Se trata de los suicidios de Richard Lee Guthrie, Kenneth Trentadue y Terrance Yeakey. Los dos primeros se ahorcaron mientras estaban en la cárcel con un año de diferencia, y su parecido físico es una de las claves que lo explican.
En cuanto a Terrance Yeakey, se trata del heroico policía que llegó el primero al lugar del atentado y rescató al menos a tres personas entre los escombros. Pese a ello, se resistía a ser considerado un héroe y rechazaba la medalla al valor. Algo de lo que vio aquel día cambió su concepción del mundo, y confesó a su mujer que lo que había pasado allí «no era lo que habían contado», pero no quiso ser más explícito por miedo a ponerla en peligro.
Poco más de un año después del atentado, tres días antes de la ceremonia de recepción de la medalla al valor, su cuerpo apareció junto a unos árboles en un camino rural. Tenía cortes en las muñecas y en el cuello y un disparo en la cabeza. Suicidio. No se llevó a cabo ninguna autopsia. El caso resulta tan indefendible que hasta la CNN tuvo que hacerse eco de estos detalles.
Después de su muerte, su viuda denunció vandalismo en su coche y su casa, y monitorización por parte de la policía. También relató fenómenos extraños, como que antiguas conversaciones telefónicas suyas e incluso conversaciones en persona apareciesen como mensajes en su contestador, algo que interpreta como avisos de que estaba siendo vigilada.
La inevitable teoría de la conspiración
Expediente aparte merece el conocido como Clinton Body Count, término de búsqueda que en Google conduce a una serie de verificadores asociándolo con diversas teorías de la conspiración. Se trata del recuento de las muertes que diversos investigadores han relacionado con el matrimonio Clinton.
Posiblemente iniciado por Linda Thompson, el listado es variable e incluye diversos grados de relación o pruebas de la relación alegada, pero una buena aproximación incluye en torno a un centenar de nombres. Los señalados van desde supuestas amantes de Bill Clinton como Judi Gibbs, que murió en un incendio en su casa del que no se encontró el origen, o Mary Mahoney, que murió acribillada en un intento de robo fallido en un Starbucks en el que no se robó nada, a amigos de la pareja como Vince Foster, abogado que fue a trabajar a la Casa Blanca junto con los Clinton.
Foster no se sentía cómodo en su nuevo puesto y sufría de depresión; a los seis meses se suicidó de un disparo, lo que dio carpetazo a otra investigación en paralelo sobre corrupción inmobiliaria que afectaba al recién nombrado presidente. Una semana antes, testigos afirman que fue humillado frente a sus colegas por Hillary Clinton en la Casa Blanca, algo que el fiscal Ken Starr, encargado de investigar su muerte, consideró un factor desencadenante del suicidio.
Al listado de los Clinton se añadieron recientemente la muerte de Mark Midleton, el responsable de presentar a Jeffrey Epstein en la Casa Blanca y pasajero él mismo en lo que se ha conocido como Lolita Express, y Peter W. Smith, republicano que confesó haber coordinado en 2016 junto con el general Michael Flynn el contacto con diversos hackers para obtener información comprometida de Hillary Clinton. Lo encontraron muerto en la habitación de su hotel por «asfixia debido al desplazamiento de oxígeno en un espacio confinado con helio». Tenía una bolsa atada a la cabeza a la que había conectado una fuente de helio. En su nota de suicido se leía «no ha habido juego sucio». Tenía problemas de salud y su póliza de seguro de vida estaba a punto de expirar.
Una explicación razonable, como la que en 2000 se dio para la muerte de Carlos Ghigliotti, experto en imágenes térmicas y análisis de cintas de video que contradijo la versión del FBI sobre su intervención en el asalto al rancho de Waco. Murió un año después de un infarto en su casa, sentado al ordenador, a los 42 años. Su hermana confirmó que no cuidada su dieta y llevaba un estilo de vida poco saludable.
Unos años antes, en 1991, Danny Casolaro, periodista de investigación de 44 años descubridor de la trama denominada El Pulpo, conocida en parte gracias a la serie que le ha dedicado Netflix, se quitó la vida cortándose las muñecas y los antebrazos. Había estado investigando la utilización por parte del Gobierno de un programa informático conocido como PROMIS, antecedente del programa de vigilancia electrónica PRISM cuya denuncia hizo famoso a Edward Snowden. La serie omite detalles clave de un caso sobre el que existen muchas dudas.
Todos estos casos encuentran su correlato en otros muy anteriores, como el de Dorothy Hunt, o en desgracias inexplicables como la que le ocurrió al periodista Michael Hastings después de haber tenido la mala fortuna de ser testigo de lo que no debía haber visto en Afganistán. O el curioso momento de la muerte de Ed Willey.
Alguien que merecería un estudio completo es el periodista Gary Webb, que destapó las relaciones entre la CIA, la Contra y el narcotráfico. Un caso que recuerda por su cercanía temática, aunque desde otra perspectiva, a la muerte de Barry Seal, piloto al servicio del transporte de narcóticos para la CIA conocido por la película que protagonizó Tom Cruise sobre su vida.
Alberto Nisman también pagó con su vida el intentar desvelar lo ocurrido en el atentado terrorista contra la AMIA. Sin salir de Argentina, la muerte por sobredosis de Natacha Jaitt en 2019, tras comenzar a investigar los abusos infantiles alrededor del Club Independiente, llevó a sus seguidores a rescatar su tuit de dos años antes, en el que comunicaba que si aparecía muerta no se habría suicidado ni habría tomado drogas, sino que habría sido asesinada. Muchos recordaron entonces el caso de Lourdes Di Natale, la secretaria de Emir Yoma (excuñado y asesor de Carlos Menem) cuyas agendas ayudaron a condenar a su jefe por el tráfico de armas a Ecuador y Croacia, y que murió al caer de un décimo piso.
En la liga de los financieros destacan la reciente desaparición de Thomas H. Lee, o el propio Miguel Blesa. Ambos siguieron la estela dejada por la muerte de Roberto Calvi, expresidente del Banco Ambrosiano que apareció colgado de un andamio bajo un puente. Sin salir de los negocios internacionales, encontramos al protagonista de la versión oficial menos creíble sobre una muerte de los últimos cincuenta años: Jeffrey Epstein, que se quedó sin suerte al mismo tiempo que sin amigos.
Una suerte cuyo sentido último resumió perfectamente el malogrado Gary Webb: «Estaba ganando premios, me daban aumentos, impartía clases universitarias, aparecía en programas de televisión y era jurado en concursos de periodismo».
«Y luego escribí algunas historias que me hicieron darme cuenta de lo tristemente fuera de lugar que había estado mi felicidad. La razón por la que había disfrutado de una navegación tan tranquila durante tanto tiempo no había sido, como yo suponía, porque era cuidadoso, diligente y bueno en mi trabajo. La verdad es que, en todos esos años, no había escrito nada lo suficientemente importante como para que hubiese que suprimirlo».
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