Ignacio Ruiz Quintano
Abc
De eso que Javier Tórrox describe como “la ciénaga del 78” tuvo uno un adelanto en casa del juez Lerga en la Gran Vía, donde me recibió para una entrevista sobre su huida de la judicatura (era el encargado del sumario de Rumasa y tenía que lidiar con el felipismo de Gonzalón, que ahora es dominicano y funge de Bismarck de la Santa Transición) para regresar a la abogacía. En la despedida, ya en la puerta, me dijo:
–Joven, España es una ciénaga.
Tres décadas y muchos chapoteos después llegamos al koldismo, una rama del sanchipancismo rampante, que consiste en lo que Steiner llamó “fascismo de la vulgaridad”, cuyos valores se ha encargado de consignar Revilla, el nuevo Ridruejo de la situación: “Ábalos es muy honesto, y Sánchez, muy español”, explicación que pide letra (y música) de Cri-Cri, el Grillito Cantor: “La paloma es preciosa / y el palomo muy gentil / con un pico color de rosa / para besarla feliz”.
–El retrato de unos hombres que hacen la guerra y el Estado como empresarios que buscan sus propios intereses y los imponen por la fuerza se parece bastante más a los hechos que sus alternativas: el contrato social, etcétera –explicó Charles Tilly el nacimiento del Estado en Occidente, cuyo éxito se debe a su capacidad para extraer recursos de la población, y a la vez, de contener los esfuerzos de esa población por resistirse a la extracción.
Con esta base teórica, el koldismo (“esta cosa vulgar, campechana, de los españoles”, que diría Xavier Valls) da nombre al enriquecimiento por la venta de mascarillas a una población obligada por el gobierno a llevarlas en nombre de la ciencia, un comité de expertos que nunca existió.
El koldismo es Régimen porque es transversal, pues el hombre que le da nombre encarna culturalmente la vulgaridad del demos español: no por nada fue laureado por la derecha y promocionado por la izquierda, que lo considera un Founding Father de su democracia landista, ya que Koldo custodió durante dos noches los avales del líder que habría de confinarnos a todos contra todas las leyes de la Nación y sin reproche penal alguno. La vigilia democrática de Koldo con los avales de Sánchez recuerda a la vigilia democrática de Cebrián en su apartamento, “sarasqueta” en mano, en los albores de la Santa Transición, defendiendo las “libertáes” contra los mismos que lo habían hecho jefe de telediarios con Franco.
–Hay que haber salido del polvo para no respetar ciertos recuerdos, sobre todo cuando el dolor los consagra, y la vulgaridad unida al crimen inspira tanto desprecio como el horror –anota Madame de Staël, asqueada por la insolencia del presidente de la Convención, que dice al que ha sido su rey: “¡Luis, puedes sentarte!”
Que el himno del sanchismo para seducir al mundo sea la españolada “¡Zorra!” de Megara nos hace añorar a nuestra Staël, que aquí fue Georgie Dann: “Busco hacer pensar a la gente, sin ser vulgar; sólo un poquito picante.”
Y quedan las vacunas.
[Martes, 26 de Febrero]