Ferrera con su capote azul Purísima de Murillo
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
A Mariano, que ya no volverá a la Andanada, in memoriam
El año pasado se metieron de recuelo los de Cuadri en la corrida del Domingo de Ramos, por vía de sustitución, y hoy se han venido desde Trigueros a los madriles, con todos los predicamentos, seis galanes con la hache acostada marcada a fuego para dar gusto a la afición que ha respondido en la taquilla con una entrada realmente espectacular. Se ve que el toro interesa y ese llamativo cartel con que anunciaron ésta del Domingo de Ramos y la próxima del Domingo de Resurrección, con toros de Pedraza de Yeltes, ha ilusionado a esa orden mendicante llamada «la afición» que huye de la cabra y busca al toro allí donde se manifieste, movilizando a aficionados de acá y de allá en peregrinación a Las Ventas.
Sombrilla, Pasajero, Taconero, Vagonero, Bombardero y Puntero, números 35,32,29,41,45 y 47, componían la media docena de toros de lidia que salieron por las puertas de los chiqueros. Llamaron la atención las capas castañas de cuatro de ellos, porque es bien sabido que en esta ganadería predomina la capa negra, y el aspecto menos badanudo de lo que se esperaba, pero fue ver salir al primero, Sombrilla, con esos pitones buidos, como le gustaba decir a Joaquín Vidal, con esa esbeltez, digna de un tratado de veterinaria, con esa planta majestuosa, fue verle derrotar en tablas y acometer ansiosamente al capote de Antonio Ferrera para tener la certeza de que, saliese la cosa como saliese, la tarde iba a estar protagonizada por el toro. Y para lucir a los toros los tres matadores, Antonio Ferrera, Octavio Chacón y Gómez del Pilar trataron de colocarlos a distancia en el caballo, con mejor o peor fortuna, e hicieron que más o menos los picadores se tuvieran que ganar el jornal. «¡Hay que picar!» solía repetir Mariano cuantas veces hiciera falta y mucho me temo que lo que es picar no lo veremos hasta que a finales de abril estemos en San Agustín del Guadalix en la Feria del Aficionado de la Peña 3 Puyazos. Hoy se vio esa picadora de carne vestida de oro y tocada de castoreño, se vio ese uso gandul de la caballería para tratar de evitar que el toro se arranque o para ponerla de costado haciendo estrellarse al toro contra el estribo, se vio esa impericia en la colocación de la afilada pirámide triangular de 29 mm. de altura, que tantas veces cae donde sea, hiriendo de cualquier manera e incluso se vio hacer la suerte y agarrar el puyazo con arte. El año pasado disfrutamos de lo lindo con Juan Manuel Sangüesa, de la cuadrilla de Gómez del Pilar, pero este año no tuvimos la fortuna de que las cosas se repitieran. A cambio se pudo disfrutar de «El Bala», que se empleó con buen oficio picando a Bombardero, en el mejor tercio de varas de la tarde. Lo que es indudable es que los seis de Cuadri cumplieron frente a los del castoreño, lo cual habla estupendamente de su buena crianza, y dos de ellos, el primero y el cuarto se fueron al desolladero entre ovaciones.
Ferrera paró al primero, Sombrilla, manejando de manera magistral su espantoso capote de seda azul. Paró al toro y lo bregó hasta los medios a base de suavidad y mando, aguantando los arreones del toro y rematando el saludo sin que el animal tropezase una sola vez el engaño. Reaparecía en Madrid Ángel Otero después de un año sin verle por aquí y en su primer envite a banderillas quiso esmerarse, dejando un solo palo para su disgusto. Fernando Sánchez pareó en su modo habitual dando ventajas al toro antes de iniciar su corto cuarteo y clavando con suficiencia. Otero no se quiso dejar ganar la partida y cuarteó con torería y conocimiento dejando un buen par. Ambos fueron ovacionados. El toro imponía mucho respeto y Ferrera trató de tocar sus teclas sin que la cosa cobrase vuelo. Dejó un soberbio natural, ayudado, y falló en la colocación y en el mando. El veterano torero se dio cuenta de que el pitón bueno era el izquierdo y ahí trató de buscar el premio gordo, sin mandar todo lo que el toro pedía y dejando un trasteo delavazado que fue rematado con un pésimo uso del estoque y del verduguillo.
Muy serio también estuvo Octavio Chacón, majestuosamente vestido de azul marino y oro sin atisbos de espumillón de ese que ahora se estila, en el recibo de su primero, Pasajero, otro castaño de majestuosa presencia que fue saludada con palmas desde los tendidos. Perfecto manejo del capote sacándose al toro hacia los medios sin una brusquedad ni un enganchón. Y ahí podemos dar por terminado el tema, porque el toro se fue apalancando en el segundo tercio y llegó al tercero tirando viajes y echando la cara hacia arriba.
Nueva ovación para el tercero, Taconero, cuando salió del toríl. El toro se arranca de largo y Sangüesa no está de lo más afortunado en el desempeño de su tarea. Sin pena ni gloria llegamos al último tercio donde no se ve atisbo de que Gómez del Pilar presente un plan, sino que más bien va ensayando diversas cosas como tratando de ver si le suena la flauta. Su falta de argumentos no conecta con el tendido y, además, el toro se va parando, con lo que la cosa no cobra vuelo, dando lugar a un trasteo sumamente largo y plúmbeo. Le tocaron un aviso, cosa que ya parece que a nadie le importa.
La báscula de Las Ventas le asignó al cuarto, Bagonero, la cifra de 670 kilos, cincuenta y ocho arrobas de las de nuestros abuelos: un tren de mercancías. Se arrancó el toro con alegría y viveza al cite de Jesús Vicente, que se agarró bien. En banderillas le hizo cavilar a Fernando Sánchez, arrancándose con fuerza cuando le pareció y obligando al peón a esforzarse para dejar un enorme par de gran torería. Miguelín Murillo también se ganó el aplauso del respetable. El Ferrera del cuarto fue el Ferrera arrebatado, mesiánico, de otras veces; este Ferrera que de pronto tira al suelo el estoque simulado y que está como poseído. Por lo que sea su propuesta conectó con los tendidos, que jaleaban con vehemencia aquella sucesión de pases más bien por las afueras dados de uno en uno. Es verdad que trazó un natural suelto que ahí queda y algún otro de buen trazo, pero el conjunto de su labor es de los que, en pleno paroxismo de la Plaza, hacía gritar a Mariano:
-¡Muy ricos los calamares!<
Con una estocada baja y de enorme efectividad el toro cayó sin puntilla y eso puso en sus manos la codiciada oreja. El toro fue despedido con palmas.
El quinto, Bombardero, también de óptima presencia, fue picado con arte por «El Bala» y puede decirse que ahí dijo todo lo que tenía que decir, porque el animal se apagó y no hubo manera de que la cosa tomase interés. El toro imponía respeto por su presencia, y había que estar allí, pero resultó ser el menos interesante de la tarde.
Para postre salió Puntero, el segundo negro de la tarde, que según unos salió todo descoordinado y según otros -yo entre ellos- quedó lisiado tras su entrada al caballo. Siempre defendemos que si hemos ido a ver Cuadri, los queremos ver a todos, pero la protesta creció y el simpático Timi sacó el trapo verde y echó a Puntero, dándonos la ocasión de conocer al cinqueño Cafetero, número 54, cárdeno claro de Saltillo. Apuntaba el aficionado R. que siempre nos fijábamos en lo buenos que salían los Hernández Pla que llevaban una mancha blanca en la cabeza, y como este la llevaba la cosa prometía. El bicho de 612 kilos, según la báscula venteña, tenía una presencia imponente, una pintura, con una cabeza de las que meten miedo, y si no, que se lo pregunten a «Candelas» y a Miguel Ángel de la Sierra, de las fatiguitas que pasaron para ir poniéndole los palos. La cosa es que la profecía de la mancha blanca no tomó cuerpo y el sueño de otro Cazarratas se quedó en sueño. Nos dejó el derribo del penco en el que iba subido Pepe Aguado y su celo con el bicho enfaldillado y caído. Gómez del Pilar presentó en este toro argumentos de tan poco calado como en su primero e idéntica sensación de que allí no había un plan. Con una estocada dio por concluido el festejo.
El sobrero Cafetero, de Saltillo, con la mancha blanca
en la cabeza, la de la suerte en los Hernández Pla
ANDREW MOORE
Badanas Cuadri
Oreja
FIN