Ignacio Ruiz Quintano
Abc
“¡Que salga Negreira!”, gritó un fondo del Bernabéu al lesionarse el árbitro del Real Madrid-Sevilla. Y, por lo visto, ha salido. Negreira es la caja de Pandora del fútbol español, esa caja que no debe abrirse, pues contiene todos los males, pero a Pandora le pudo la curiosidad y la abrió, liberándolos.
No sé si Dios, que todo lo ve, vería el Valencia-Real Madrid de Manzano, que ya ha ingresado en la historia de la patocracia antimadridista que padecemos. De haberlo visto, Manzano sería ahora, si nos atenemos a la teoría de Toni Kroos, una estatua de sal, como la mujer de Lot, por su manera de parar el tiempo, ¡parar los relojes!, que ni Morante, al decir de los revistosos del puchero, para dejar sin dos puntos al Real Madrid y, de paso, sin dos o tres partidos a Bellingham, su estrella, y la de esta liga turquesca, víctima, como todo de la general putrefacción española.
Tenía que ser un paisano de Hegel, teólogo antes que filósofo, quien pusiera remedio al problema teológico del antimadridismo, y fue Kroos, al hilo del torticero arbitraje del último Real Madrid-Sevilla:
–Dios lo ve todo y probablemente lesionó al árbitro en la pantorrilla –dijo Kroos en su podcast “Einfach mal Luppen”, y nos parece una maravilla.
Ese árbitro sacó de quicio al estadio, y en el campo, a Ancelotti y a Kroos, porque se empleó con todos los tics de los árbitros-estrella, que son al fútbol lo que los jueces-estrella son a la justicia, convencidos de que el público, si paga, es sólo por verlos a ellos, cuya única importancia en la “competición adulterada” (Xavi dixit) es que deciden los títulos, razón por la cual el propio Xavi, más el Koldo de turno, insisten en que “la cosa no está acabada”.
El Real Madrid-Sevilla se torció desde el sorteo de la moneda, perdido, una vez más, por Nachosiemprecumple, lo que aprovechó el homenajeado Canelita (siempre sevillista antes que madridista) para hacer la pirula de cambiar de campo, obligando al Madrid a jugar el primer tiempo contra la portería Sur, que es la portería de los goles, donde el único que entró fue anulado por el Var (27 goles anulados por el Var lleva el Madrid, y 11 el Barcelona) a cuenta de un zoom de borceguí de Nachosiemprecumple. Donde el árbitro veía codo sevillista en la cara del madridista, el Var veía dedo gordo del pie del madridista en el talón del sevillista. El árbitro de campo había perdido los papeles, pero en el Var contactaron con la Biblioteca Real del Castillo de Windsor, que conserva todos los dibujos de anatomía de Leonardo, y un muñeco de IA determinó que cabía anular el gol de Lucas, el Colibrí de Curtis. ¡Ni un gol del Real Madrid sin su preceptiva autopsia!, ha decretado el Var. El resto fue un despropósito, y su corolario, la lesión en la pantorrilla del árbitro, que al menos no berreó como el ministro Puente cuando se le subió un gemelo en un callejón pucelano, pero que cortó el juego cuando con mejor ritmo estaba jugando el Real Madrid. Vestir a un árbitro suplente, equipado incluso con inhibidores contra las interferencias de los hackers rusos, lleva tanto tiempo como ataviar a un caballero medieval de los de la mesa cuadrada de los Monty Python. Así que menos mal que Dios lo ve todo y te puede dejar renco cuando te embolicas en ir por el mal camino.
Y del antimadridismo sevillano al antimadridismo valenciano, con esa vena fallera, españolísima, que va de Ábalos a Berlanga.
–Valencia vista de veras es archiburguesa, pulcra, amable, oronda, regordeta, feliz –dijo Gecé, allá por el año 31, “Trabalenguas sobre España: itinerarios de touring-car”.
La última vez que uno fue a Valencia para ver al Real Madrid estaba Ancelotti (primera etapa), la ciudad estaba más bonita, y la banda de Mestalla atacó el pasodoble “Españeta”, en homenaje al utillero Bernardo España, a la vez que la megafonía del estadio la emprendía con el “Je t’aime moi non plus”, de Jane Birkin y Serge Gainsbourg, a modo de himno para la prensa.
Revivo aquella mezcolanza musical con motivo del recibimiento “orfeònic” de Mestalla a Vinicius, a quien, a ritmo de “Pinocho fue a pescar, al río Guadalquivir”, cantaron este “You’ll Never Walk Alone” del antimadridismo rampante: “Había un jugador / Famoso del Real Madrid / Lo único que hacía / Era llorar y mentir / Lloraba por aquí / Lloraba por allá / Y siempre se burlaba de la gente / Y el rival / A Valencia llegó / Y el cuento se acabó / El problema es que es tonto / Y nunca fue por su color / Lo, lo, lo, lo, lo...” ¡En la tierra de Paco Brines!
–El 7 del Real Madrid es un provocador y un maleducado –tuiteó la alcaldesa de la ciudad, peperita ella.
Y Cañete (el porero madridista de la noche del Odense) aprovechó para marcarse un Ada Colau: “Mucha gente profería gritos homófobos contra mí y no señalé a una afición”.
Pero vivimos donde la confusión hizo su obra maestra. En el programa cultural más visto de la TV un Lázaro Carreter de la vida estableció que decir “mono” a Vinicius no era racismo porque en el español del pueblo “mono” es sinónimo de “tonto”, con lo que el aludido, y ésta es la pega, tiene todo el derecho del mundo, cuando le dicen “tonto”, a entender su “sinónimo” pedrerolero.
El Nuevo Bernabéu (“¡esa cubierta, que molesta!”) y la posibilidad de Mbappé en el país más envidioso de la tierra ha acabado de enloquecer al antimadridismo (con la colaboración pipera de los tontos útiles y los compañeros de viaje).
[Lunes, 4 de Marzo]