Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Las patocracias suponen la sustitución de la realidad por la voluntad del mando político. En una patocracia, lo negro es blanco; lo malo, bueno; y abajo, arriba.
–Para un largo tiempo, la moral será ahora igual a antifascismo, del mismo modo que para los viejos egipcios el sur era arriba –anticipó Schmitt en el 56.
Para la propagación de esa moral, las patocracias se valen de orates, palabra, no por nada, de origen catalán. Como se sabe, el secesionismo catalán constituye hoy uno de los elementos del gobierno de España, sobre la base (esto lo cotorreaba el otro día uno de esos orates en una TV del “mainstream”) de que Puigdemont no ha matado a nadie, y en cambio Vox, el partido de Ortega Lara, sí.
–El especial de Nochevieja de José Mota retira por orden del Gobierno un sketch en el que se criticaban, de forma satírica, las negociaciones entre el Psoe y Junts –leemos en un periódico de red, y la reacción de los lectores fue: “Vamos, que ni humor va a poder hacer uno”.
El humor en los tiempos del cólera forma parte del proceso de desmoralización patocrática de la sociedad. Por eso para el progresismo (“el paganismo de los imbéciles”, en definición de Baudelaire), “funny” sólo es el “chiste de izquierdas”: los chistes de aquel concejal comunista de Madrid sobre Irene Villa yendo a “buscar repuestos al cementerio de Alcácer”; o los chascarrillos de algún yoncarra sobre el último cigarro de Miguel Ángel Blanco; o las agudezas de los bufoncillos de Twitter preguntando a Vidal-Quadras si ha tomado su paracetamol.
La naturaleza humana, escribe el psiquiatra Lobaczewski, que acuñó el término “patocracia”, requiere sobrecompensar los actos infames con un halo de mística que logre silenciar la propia conciencia moral: una ideología. ¿Cómo se llega a la patocracia? De las actividades iniciales se encargan las personas con propiedades caracteropáticas más leves, capaces de ocultar fácilmente sus aberraciones. Luego llegan los individuos paranoicos, “y adoptan un rol activo”. Y al final del proceso, un individuo con una caracteropatía frontal y el más alto nivel de egotismo patológico se convierte en líder “cuya mediocridad mental y personalidad infantil acaba abriendo las puertas a la ponerogénesis (proceso por el que una organización política se convierte en malvada) del fenómeno” en una empresa, en un partido o en un estado.
Hace veinte años que Muray avisaba ya de que faltaba poco para que sólo nos moviéramos en un universo poblado de Gatos con Botas, Riquetes del Copete, Pulgarcitos, Caperucitas Rojas, Cenicientas… y orates como esos que ahora van a la TV a decir por cuatro chuches cosas que les escriben los alienistas del Estado.
–Y es que no podemos creer “al mismo tiempo” en dos cosas tan contradictorias como el antiguo mundo real y nuestro nuevo mundo onírico.
España es un país de sombras a las que se les ha escapado el cuerpo.
[Martes, 12 de Diciembre]