Francisco Javier Gómez Izquierdo
Mi madre tenía muchos dichos curiosos al retortero. Alguno se los había escuchado servidor de chicuelo a mi abuela Dominica como por ejemplo el de "temblar el misterio" al que no he acabado aún de encontrarle el verdadero significado, pues lo mismo lo decía para lo bueno, "el tío Domingón tendía una parva que temblaba el misterio", que para cualquier tipo de gravedad, "..aquel hombre tenía una mirada que temblaba el misterio". A cuenta del guirigay gubernamental y el reparto de dineros que no acaba uno de entender me ha venido uno de estos dichos de mi abuela, analfabeta ella, pero sublime recitadora del romancero: "La justicia de Almudévar, páguelo el que no lo deba".
Tuve hace muchos años interés por qué cosa pudo ocurrir en Almudévar, pueblo al que siempre añado "...y Tardienta" y en un libraco del gran José María Iribarren al que llegué en los 80, cuando servidor andaba en Pamplona, don José María escribió lo que sigue: "Romualdo Nogués, en su libro Cuentos, dichos, anécdotas y modismos aragoneses (2ª serie, pags. 148-149), explica así el episodio que dio origen al dicho:
"Hasta que Felipe V suprimió los fueros, en Aragón no se cometieron alcaldadas, porque los alcaldes se llamaban justicias. Uno de éstos, en tiempos de Felipe II, III o IV, la época no hace al caso, condenó a muerte al herrero de Almudévar, que cometió un crimen atroz que las crónicas no mencionan. Los jurados hicieron presente a las autoridades que si se ahorcaba a tan útil artesano, como no tenían otro del oficio ni de dónde sacarlo, quedarían yermos los campos, porque no habría quien hiciera las rejas de los arados; pero el secretario, que era agudo como aguja de colchón, se le ocurrió una idea magnífica, acogida por todos con gran entusiasmo y mandada ejecutar en el acto por el señor justicia: ahorcar, para escarmiento, a uno de los doce tejedores que había en el pueblo. Desde entonces, cuando pagan justos por pecadores, dicen en Aragón ese proverbio."
La anécdota viene recogida en La vida de Pedro Saputo, libro escrito por el aragonés Braulio Foz en 1844. Este Braulio Foz luchó en la guerra de la independencia a las órdenes del guerrillero Felipe Perena. Cayó preso en el sitio de Lérida y fue conducido a Francia. Tras la guerra volvió a España como liberal convencido y al parecer se las tuvo tiesas con los absolutistas por lo que se exilió a Francia de nuevo y sólo pudo volver cuando falleció Fernando VII. Me consta que este tipo de libritos se leían junto al fuego en las casas de la Demanda y se ve que a mi abuela le gustó el dicho por oírlo también a tratantes y carreteros.
No sé si la ocurrencia de los justicias de Almudévar viene a cuento en el presente noviembre, pero por si sí, aquí la traigo, por si, no tardando, nos empezamos a ver como tejedores entre herreros.