Martín-Miguel Rubio Esteban
No hace falta decir que el concepto de «partido político» no puede aplicarse sin modificaciones en un análisis de las sociedades antiguas y, sobre todo, en su Dêmokratía, fundada en el poder de los idiôtai. Para Antonio García-Tevijano la investigación más destacada sobre los partidos políticos ha sido la de G. Sartori, «Parties and Party Systems» (Cambridge, 1976), con un capítulo en concreto sobre cómo definir el concepto «partido político». Sartori presenta una serie de definiciones que van desde la de Edmund Burke, 1770, hasta la de Joseph Shumpeter, 1942. Es por ello que la propia definición de Sartori se presenta como una definición puramente sinquítica, como la de Bühler, tratando de definir qué es una oración gramatical mezclando y fusionando distintas definiciones previas que apuntan a distintos horizontes. Es característico que la definición de Sartori no explique qué es lo que se cumple al reunir a los miembros de un partido, ya sea por ideas o intereses comunes o simplemente por el deseo de construir una organización para tener líderes elegidos para puestos clave. Es igualmente característico que la elección sea un concepto clave en la definición. De ello se deduce que los miembros de un partido tienden a dividirse en dos grupos: un pequeño grupo de líderes que son candidatos a las elecciones y un gran grupo de seguidores que votan a los candidatos. Por tanto, primero debemos determinar hasta qué punto es legítimo que un historiador antiguo utilice el término «partido político». En nuestra opinión, se deben cumplir tres requisitos. Primero, las fuentes deben demostrar más allá de toda duda que había grupos en competencia, cada uno compuesto por un pequeño grupo de líderes y un grupo grande de seguidores. En segundo lugar, debe haber un mínimo de organización y estabilidad dentro de los grupos. En tercer lugar, las rivalidades entre los grupos deben girar en torno a votaciones realizadas entre todos los ciudadanos mediante las cuales los líderes de un grupo en competencia tendrán derecho a hacer cumplir su voluntad.
1º Requisito: Cuando hablamos de partidos políticos en Atenas, primero debemos dejar claro si pensamos en grupos de líderes o de seguidores o en ambos. Así, cuando un miembro del parlamento dice «mi partido no puede votar a favor de este proyecto de ley», se refiere a un pequeño grupo de políticos electos que asciende, como máximo, a unos pocos más de una centena de diputados. Pero cuando un ciudadano declara que es miembro de un partido político, piensa en una organización electoral que puede tener cientos o miles de miembros. Actualmente se acostumbra distinguir entre el partido como grupo parlamentario y como organización electoral. La distinción la expuso muy claramente M. Duverger en su «Les partis politiques» (París, 1951), y que influyó decisivamente en el pensamiento político de nuestro maestro Antonio García-Trevijano. Numerosas fuentes dan testimonio de grupos entre los principales rhêtores, y estas fuentes son invariablemente aducidas por historiadores que creen que los partidos políticos existieron en la Atenas clásica. Pero las fuentes se quedan a medio camino. Para hablar de partidos políticos debemos encontrar evidencias de grupos también entre los seguidores y de vínculos entre varios pequeños grupos de líderes y grandes grupos de seguidores.
2º Requisito: Es obvio que ninguna polis antigua tuvo jamás partidos políticos en el sentido moderno del término. Pero no podemos inferir de esto que los partidos no existieran en absoluto, sólo que la formación de partidos estaba menos desarrollada. Ningún partido político moderno tiene más de ciento cincuenta años. En España el PSOE nació el 2 de mayo de 1879. El PNV el 31 de julio de 1895. El PP el 20 de enero de 1989. El PCE el 14 de noviembre de 1921. Esquerra Republicana el 19 de marzo de 1931. Junts per Catalunya el 18 de julio de 2020. Bildu en el 2011. Y VOX el 17 de diciembre de 2013. En Inglaterra, tanto el partido Liberal como el Conservador se formaron poco después de la Primera Ley de Reforma de 1832. Pero ninguno de los dos se convirtió en partido político en el sentido moderno del término hasta que se formaron organizaciones nacionales a finales del siglo XIX. Pero este hecho incontestable no nos impide hablar de partidos políticos de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Ejemplos obvios son los Tories y los Whigs en Inglaterra después de 1679 y el Hattar y el Mössor en Suecia después de 1720. Incluso antes de los Tories y los Whigs, existían las facciones de los Court, que defendían a los monarcas y residían en Londres, y de los Country, que criticaban a la Corona y decían representar al pueblo. Unos partidos y otros fueron duramente criticados por David Hume en su primer volumen de Ensayos morales y políticos: «Las facciones subvierten el gobierno, despojan a las leyes de cualquier eficacia y gestan las enemistades más atroces entre los hombres de la misma nacionalidad, cuando éstos deberían ayudarse y protegerse mutuamente». La Historia ha dado la razón al filósofo tory anticlerical. Por otra parte, se requiere un mínimo de organización y estabilidad. No tiene sentido discutir la influencia de los partidos políticos o de los grupos políticos, si los grupos cambiantes de líderes de un día a otro y de un tema a otro estuvieran apoyados por grupos cambiantes de seguidores, como era el caso en la Atenas Clásica.
3º Requisito: Una definición ampliamente aceptada de «partido político» es la ofrecida por G. Sartori: «Un partido es cualquier grupo político que se presenta a las elecciones y es capaz de presentar mediante elecciones candidatos a cargos públicos». Como se enfatiza en la definición, el concepto de partido está indisolublemente ligado a las elecciones y, por tanto, al gobierno representativo. Atenas, sin embargo, era una democracia directa sin ninguna representación ni gobierno electo. Y, por cierto, siempre me ha parecido una tautología hablar de «democracia directa»: el término es tan ridículo como el de «democracia popular». Se entiende que toda democracia es directa, y a nadie se le ocurre expresar hircocervos como «besos directos», «tragos directos», «micciones directas», y otras cosas así, imposibles de tener representación a no ser en la farsa: nadie orina por ti, nadie hace el amor a tu mujer por ti, ni nadie bebe el vino por ti. En consecuencia, no puede haber partidos políticos en la Atenas clásica. Sin duda, hay un núcleo de verdad en esta línea de pensamiento, pero no debe usarse como una manera fácil de cerrar una discusión fundamental. En las sociedades contemporáneas, las decisiones son tomadas por políticos que directa o indirectamente son elegidos por el pueblo. En Atenas las decisiones las tomaba directamente el pueblo (que también elegía a los magistrados encargados de implementar las decisiones tomadas). El punto de similitud es que las cuestiones importantes se deciden mediante votación popular, mediante la cual se prepara el terreno para la formación de grupos políticos, tanto entre los seguidores —que votan— como entre los líderes —que intentan controlar cómo votan los seguidores para para comandar una mayoría—. Si queremos aplicar el concepto «partido» a la antigua Atenas, la marca distintiva de «elección» debe ser reemplazada por el concepto más amplio de «votación» y debemos inspeccionar nuestras fuentes para encontrar rastros de la formación de grupos, tanto entre quienes se dirigieron a la gente o promovieron las propuestas, como entre los que escucharon los discursos y votaron las propuestas. Pero primero discutiremos un problema de terminología: ¿tiene el griego clásico una palabra o un modismo que denota lo que llamaríamos «un partido» o «un grupo político»?
La respuesta es sí, si consultamos los diccionarios y las fuentes traducidas. Nos permitimos aquí citar algunos ejemplos. En la «Constitución de Atenas», Aristóteles da la siguiente descripción del camino que siguió Pisístrato hacia el poder: «Había tres partidos. Primero estaba el partido de la Costa, que estaba dirigido por Megacles, el hijo de Alcmeón. Este partido parecía seguir un camino intermedio. El segundo partido era el de los Llanos, su objetivo era la oligarquía, y Licurgo era el líder. El tercer partido era el de los Montañeses, que estaba encabezado por Pisístrato, quien era considerado un campeón del pueblo llano» (Athenaiôn Politeia, 13. 4-5). La palabra griega traducida por «partido» es «stásis«, la cual nos invita a la reflexión. Stásis es una palabra muy común, pero en un contexto histórico el significado es casi invariablemente «guerra civil», y sólo hay unos pocos testimonios de stásis que denota un grupo político. En este sentido no está atestiguado en los discursos y es muy raro en la historia y la filosofía. Además, en los pocos casos en los que la stásis denota un grupo político (v. gr. el pasaje aducido anteriormente), la conexión con la guerra civil sigue siendo obvia. Stásis denota un grupo que por la fuerza o estratagema intenta reprimir a los grupos opuestos, asumir el poder y cambiar la constitución. Un partido en su aparición más prístina sería un grupo humano preparado para el asalto al poder de modo revolucionario y violento. Sin embargo, en las sociedades contemporáneas, un partido denota aparente, pretendida y principalmente un grupo que intenta política y constitucionalmente ganar o retener el poder, para llegar al actual absolutismo democrático (Guy Hermet). Esta observación se aplica también a los partidos que se llaman revolucionarios sin serlo. Hoy en día, los únicos grupos verdaderamente revolucionarios no se consideran partidos y no se ajustan a las definiciones de partido defendidas por los estudiantes de ciencias políticas, todos tan sabios y duchos si son españoles, y militan en el PP. De manera similar, cuando los historiadores hablan de partidos políticos en la Atenas de la época de Pericles o Demóstenes, piensan en grupos de la ekklêsía, la Asamblea de los idiôtai, que intentaron hacer cumplir su voluntad constitucionalmente debatiendo y votando sobre los distintos temas. Ahora en español, así como en muchos otros idiomas europeos, hay dos palabras para grupos políticos, a saber, facción y partido (sobre la oposición entre facción/partido, vid. Sartori). «Facción» es una excelente traducción de la mencionada stásis, mientras que «partido» deja al historiador una impresión distorsionada de la política en el mundo antiguo. Pues que todo partido era o es una facción.
La Hetaireía y el hetairikón, ambas derivadas de hetairós, son otras palabras que a menudo se traducen como «partido». Pero hetairós significa «camarada» y los derivados deberían traducirse como «hermandad» en lugar de «partido». Cuando se encuentran en un contexto político, hetairikón y hetaireía generalmente se refieren a un período particular y peculiar en la historia de Atenas, a saber, la última década de la guerra del Peloponeso, cuando Atenas fue testigo de dos revoluciones oligárquicas, la primera en 411 y la segunda en 404. Se refieren en este caso las “hataireiai” o “hetairíka” a los comités de acción oligárquicos que dos veces —mediante el crimen, la amenaza de violencia y el soborno— lograron derrocar la democracia. En el siglo IV resulta completamente imposible rastrear las tendencias políticas de los clubes que conocemos, o identificarlos con algún partido en particular. Pero no eran partidos políticos sino grupos revolucionarios, como se desprende de la ley eisangéltica, que prescribe que se presentará una eisangelía (id est, una acusación ante la Asamblea) contra cualquier persona que intente «derrocar la democracia o formar un hetairikón» (Hipérides 3. 8). La palabra «hetaireía«, como «stásis«, denota una facción, no un partido. En el caso de la «hetaireía», sin embargo, hay otra objeción contra la traducción de «partido»: «stásis» puede denotar un grupo grande. Así, es razonable, por ejemplo, suponer que la “stásis” de Pisístrato contaba con más de mil y tal vez varios miles de atenienses. Pero la hetaireía o el «hetairikón» denotan pequeños grupos de activistas, probablemente nunca más de cien. En cualquier caso, nunca denota un grupo numeroso de seguidores. Y en ambos casos son grupos siempre que combaten la Democracia; esto es, la prevalencia de los idiotas.
Leer en La Gaceta de la Iberosfera