Orlando Luis Pardo Lazo
Fue un momento conmovedor. El viernes 20 de octubre, Día de la Cultura Nacional. En un juego de las grandes ligas norteamericanas. Tremenda lección de ciudadanía sin patria. Entre dos descomunales atletas. Entre dos jóvenes con toda la vida por delante. Entre dos peloteros que perdimos como país. Entre dos cubanos.
Le habían metido un pelotazo a uno de ellos. Golpearon injusta y peligrosísimamente al espectacular Adolis García, El Bombi de Ciego de Ávila, ahora jugando con los Texas Rangers, porque en Cuba hasta la pelota se exilió para poder respirar.
Tras un violento pelotazo en el hombro izquierdo, a todas luces dirigido contra su cuello o cabeza, Adolis respondió como tenía que responder cualquier ser humano en libertad.
Autodefendiéndose.
Reclamando una pelea limpia. Sin trampas, a puñetazos. De hombre a hombres, contra el cátcher y el pítcher de los Houston Astros, dos atletas rivales que se habían complotado contra el cubano y le reventaron aquel pelotazo como venganza, sólo porque Adolis les había metido antes un soberano jonrón.
El escenario estaba listo para la debacle. Adolis tendría que cometer un acto que arruinaría el resto de su carrera profesional. Su cubanía sin Castros en el corazón estaba a punto de terminar esa noche de viernes 20, en otro aniversario anónimo de nuestra cultura nacional.
Ese sería el objetivo ideal no sólo de los Houston Astros, sino acaso también de la casta enquistada en un poder a perpetuidad en La Habana de la Revolución Cubana.
Pero entonces, de donde menos se lo esperaban, del rincón exacto del banco del equipo contrario, saltó sin pedir permiso otro cubano al rescate. Yordán Álvarez, un tunero de élite, uno de los mejores bateadores del planeta. Otro titán. Y el as de los Houston Astros, Yordán, corrió con todas sus fuerzas hasta abrazar al compatriota de una provincia vecina en la Isla, Adolis, el as de los Texas Rangers.
En ese momento, llegar a la Serie Mundial de la pelota profesional no importaba. No importaban los salarios multimillonarios de quién ganaba o quién perdía ese partido clave o todo el playoff.
Lo único importante era proteger a su hermano a punto de caer en desgracia. Había que evitar a toda costa que se fuera a complicar más, en el traspiés de la violencia de su justiciero reclamo. Había que calmarlo, arroparlo, salvarlo.
Lo único importante en el homeplate de aquel estadio extranjero era que un cubano bueno y noble se sintiera en casa, dentro del abrazo de otro cubano bueno y noble como él.
Y justo eso fue lo que pasó. Una lección para el futuro de la cubanía que vendrá, la que nunca existió. Un milagro del alma cubana sobreviviente a la dictadura más desconocida del hemisferio occidental. Una revelación de la resistencia espiritual que nos queda en el cuerpo a todos y cada uno de los cubanos, que seguimos queriendo cuidar el cuerpo de todos y cada uno de los cubanos.
Esa escena, ese evangelio de un béisbol que es patrimonio de nuestra nación desaparecida, ese segundo cívico, ocurrió ante las cámaras de la televisión y las redes sociales en inglés, con titulares y tweets que no entienden absolutamente nada de la belleza generalizada que iluminó sus feeds y timelines durante la eternidad de un instante.
Yordán Álvarez le agarró la cabeza a Adolis García y lo único que le gritaba era: “Mírame, mírame, mírame”.
No era necesario añadir mucho más. Un cubano, con los pies bien puestos sobre la tierra, pidiéndole a otro cubano perdido que lo mirase. Que lo mirase. Y que lo mirase.
Como quien le dice: estoy contigo, ahora. De hecho, diciéndole, sin decírselo: estoy contigo, aquí. No te quedes fuera de la mirada de un mundo mucho mejor que las miserias del mundo a diario.
Lágrimas frente al televisor. Este viernes 20 de octubre una pila de cubanos nos dimos el abrazo que hacía décadas que en Cuba no nos dábamos.
El amor aparece allí cuando ya parecía ser innecesario, como mismo se nos estaba haciendo inútil la esperanza.
El amor nos crea de nuevo. El amor nos hace creer entre cubanos.
Mírame.
Mírate.
Míranos.
La belleza se nos aparece por todas partes. Y por todas partes nos pertenece a los desaparecidos cubanos.