Presidió el festejo D. Eutimio Carracedo. No sabemos si se quedó con las ganas de conceder uno o varios rabos
Pepe Campos
Plaza de toros de Las Ventas. Sábado, 30 de septiembre de 2023. Primera corrida de la Feria de Otoño. Tarde excelente. Lleno de no hay billetes. Claros en las andanadas del cinco y del seis, seguramente donde se han repartido abonos anuales gratuitos entre jóvenes aficionados. Despedida de Julián López, El Juli, de Madrid. Presenció el festejo la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
Toros de Puerto de San Lorenzo y de La Ventana del Puerto. De escasa fiereza, ni acometividad. Flojos, mansos, inválidos. Nobles desrazados. No merece la pena entrar en detalles de toro a toro, por su parva presencia y juego. Todos impresentables, el cuarto flojo y cobardón (abanto).
Presidió el festejo, D. Eutimio Carracedo. No sabemos si se quedó con las ganas de conceder uno o varios rabos.
Terna: Ignacio Uceda Leal, de púrpura y plata, palmas y silencio. Julián López, El Juli, de burdeos y oro, con cabos blancos, ovación y dos orejas eutímicas. Tomás Rufo, de violeta y oro, con cabos blancos, silencio y oreja eutímica.
Todo lo que vimos ayer tarde en la Plaza de toros de Las Ventas fue un puro chiste, una chanza que no tenía ninguna gracia. El público que acudió al festejo de despedida de El Juli de la afición de Madrid, fue tan responsable de la chuscada taurina que vivimos como lo fueron los empresarios de la plaza que permitieron que se lidiaran seis toros bobalicones, impresentables, hasta decir ¡basta! Ayer la plaza de toros de Madrid estuvo irreconocible. Ningún atisbo de afición, de seriedad, ni de exigencia. Nadie dijo nada desde la salida del primer toro de esa ganadería que no hay por dónde entenderla, Puerto de San Lorenzo/Ventana del Puerto, que se ha convertido en una especie de factoría de toros desrazados, nobles babiecas, mansos gilís, de comportamiento borreguil, alguno de aspecto caprino, sin ningún trapío, flojos e inválidos para una lidia mínimamente rigurosa. Todos los toros dio pena verlos, impropios de Las Ventas y de una feria que antaño tenía su aquél, con corridas a final de temporada que reconciliaban a la afición de Madrid con ganaderos y toreros, por lo cabal de sus planteamientos.
Es muy difícil entender y explicar lo que ayer sucedió en el ruedo venteño. Es cierto que muchos aficionados sensatos renunciaron a acudir a lo que se presagiaba como la segunda salida obligatoria por la Puerta Grande de El Juli en Madrid. Es posible que esos aficionados buenos regalaran sus entradas a personas de bien que querían prohijar a El Juli, aunque el torero madrileño —veinticinco años en la cúspide taurina— es un ser algo mayorcito y con un inmenso capital de ganancias acumuladas. Pero había que sacarle por la Puerta Grande como fuera, y así ocurrió. Las paupérrimas lidias realizadas a los toros gaseosos de «El Puerto», el toreo ventajista que se les aplicó por los tres espadas —un destoreo de quilates—, los espadazos bajos con los que se pasaportó a los bóvidos chochos puerteños, sea cual sea su obscuro origen, avalan el dislate, el disparate, la chirigota, de una tauromaquia escenificada en un templo, otrora cátedra del toreo, ayer mismo taburete de una fenecida tauromaquia. Si nos ponemos algo serios y hacemos honor a lo visto en nuestras vidas en la plaza madrileña —más de mil setecientas corridas, a pesar de tantos años fuera de España—, lo de ayer fue tocar fondo, con graves consecuencias para que podamos remontar la afición a los toros por la vía del saneamiento, de la ética, del canon y del clasicismo, de todo aquello que convierte a la tauromaquia en un arte defendible del cual podamos sentirnos orgullosos de poseer y practicar.
Estamos en tiempos donde la controversia entre aficionados toristas y toreristas, creemos, ya no existe, a pesar de esos gramos de festejos donde a lo largo del año sale el toro serio, con cuajo, con incuestionable trapío —recordemos ese toro de Sobral, sardo, de nombre recluido, lidiado el domingo 17 de septiembre, hace unos días, aquí en Las Ventas, al que toreó con suma dignidad Octavio Chacón—; ese toro inexistente al que cuesta poderle, al que el torero debe entender e imponerse con valor, conocimiento y técnica. Pero ese toro ya es una alucinación, un pasaje de nuestro recuerdo que no sabemos si se dio realmente. Hoy todo es torerismo, que viene a significar triunfalismo, diversión, llamarada, cachondeo o farra —por qué no, si al torero se le alza a hombros sin ningún motivo para que suene la carcajada de la multitud—. El aficionado digno sabe que la fiesta de los toros es verdadera y debe seguir siéndolo —que hay vida y que hay muerte— y que todo aquello que lleve o se encamine hacia una simple distracción sin fundamentos donde el toro sea flácido y que la técnica empleada por los toreros —consecuentemente— transformada en un simulacro, a modo y a la manera —un símil—de conceptos taurómacos de aficionados devotos prácticos que sólo quieren mantenerse en forma y que defienden el destoreo…; eso, el aficionado solvente sabe que, todo eso, ese cambalache, devalúa la tauromaquia, que le extirpa la razón de existir, que la deja fuera de la razón histórica. Eso, ese manejo, aconteció ayer en Madrid.
Reflexionemos sobre lo anterior. En este sentido, ahondemos un poco sobre la trayectoria profesional del homenajeado ayer tarde en Las Ventas, El Juli. Según dicen algunos fervientes taurófilos, un torero que pasa a la historia como el gran dominador de todos los toros; es decir, es un torero completo. Bien. Llegados a este punto repasemos la relación de ganaderías duras —con leyenda, vigentes todavía— que ha toreado y matado Julián López, El Juli, en el último cuarto de siglo. Nos llevamos una enorme sorpresa, pues, prácticamente, El Juli, no ha matado ningún toro procedente de encastes a los que al torear, el torero debería llevar —palabras de Domingo Ortega— «por donde el toro no quiere ir», para demostrar el auténtico poder del matador sobre los astados. Así (dentro del paréntesis, el número de toros matados de cada una de las ganaderías por El Juli), encontramos —datos de la web de El Juli— que de Dolores Aguirre (ha matado 0 toros), de Celestino Cuadri (0), de Murteira (0), Hoyo de la Gitana (0), Cebada Gago (0), Prieto de la Cal (0), José Escolar (0), Palha (0), Conde de la Maza (0), Valverde (0), Hernández Pla (0), Saltillo (0), Flor de Jara (0), Peñajara (2), Adolfo Martín (2), Pablo Romero (4), Baltasar Ibán (4), Victorino Martín (17). Son datos. Toros totales matados por El Juli, 3.876. Entonces debemos pensar que El Juli es un «gran dominador de toros comerciales». De toros como los de ayer tarde lidiados en Madrid de El Puerto de San Lorenzo/Ventana del Puerto. ¿Dónde situar ante todo esto una trayectoria como la de Francisco Ruiz Miguel? En fin… Y no entramos hoy en «esas maneras de torear y de matar» de El Juli. Mejor, aquí lo dejamos, y pasamos a un breve análisis de lo ocurrido.
Uceda Leal, ante su primer toro, un bóvido dormido y ausente, flojo e inválido, que se derrumbaba aquí y allá, un borreguito con boca abierta, toreó, en cercanías del tendido siete y del ocho, con maneras elegantes —que valoramos— pero despegado y por las afueras. Todo con muy poca transmisión y sin emoción. Le recetó un bajonazo. Al cuarto, un toro similar al primero pero, además, con muy poco celo y huído, no pudo plantearle ninguna faena. Volvió a dirigir la espada, al matarlo, hacia los bajos del toro.
El Juli, en el segundo, toreó a la verónica con cierta rapidez —toda la tarde estuvo veloz—, puso al toro al caballo por chicuelinas al paso, realizó un quite manteniendo las chicuelinas y se empleó en tres medias —digamos que decentes— no conclusivas. La faena fue un simulacro de tauromaquia, pues toreó a un perrillo, con el pico, por las afueras y despegado. Muy vulgar. Estocada baja. A pesar de esto el «respetable» pidió una oreja para El Juli, que quedó en ovación. Don Eutimio aquí resistió. En el quinto, de limitado trapío —como toda la corrida—, con cuerna buida y vuelta, derrengado, que parecía que se iba a derrumbar pero a duras penas se mantenía sobre manos y patas, lo toreó en los medios con medios pases, entre amago de caídas del toro y vueltas a empezar, mucho pico, despegado, destacando, de entre todo dos pases en círculo por delante de su persona, echando el torero el torso hacia delante y acompañando el paso del toro con un giro corporal en redondo difícil de describir y que encendió las almas de la mayoría de los asistentes, hecho que le condujo —junto a la muleta que mantuvo en el hocico del toro hasta el remate— por la Puerta Grande de Madrid, tras esgrimir «el gran julipié» de su carrera, traserillo y caidillo. Don Eutimio, llegado este momento, se manifestó profuso enseñando pañuelos.
Tomás Rufo, al tercero, un toro flojo, inválido, de lengua fuera, lo recibió con verónicas despegadísimas. Todo fue poquita cosa, el toro claudicante y el toreo de Rufo, más, de pierna retrasada, pico, por fuera y despegado. Lo mató de un bajonazo. Escuchó un aviso. En este toro El Juli realizó con quite a la verónica, lentas por el pitón izquierdo. Lo mejor de su actuación. En el último de la tarde, un toro que parecía una cabra, Rufo lo toreó con medios pases, despegado, tandas de muletazos sin plan. Cerró con manoletinas y una estocada trasera y tendida, muy eficaz.
FIN