JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Un derroche, así sin más. Hoy hemos asistido en cuerpo y alma a un derroche. Hoy hemos visto cómo se iban al desolladero seis toros sin que haya habido enfrente nada de enjundia, nada relevante, sólo hemos sido testigos presenciales de ver cómo se iba derrochando la clase de seis toros sin que nadie estuviera a su altura. Como cuando aquel famoso niño que tiraba los billetes de banco de sus papás desde el balcón y disfrutaba viendo arremolinarse a los que paseaban por la acera, lo mismo pero en taurino, ha sido el balance de esta tibia tarde con la que se despedía mayo.
Santiago Domecq ha traído a Madrid la corrida de la Feria, seis toros de excelente presentación que han dado relevancia al cartel de azulejos que hay sobre la puerta de Alcalá 237, donde pone «PLAZA DE TOROS», seis toros con trapío, romana y presencia que nos han proporcionado una extraordinaria tarde de toros en la que quien no haya disfrutado es porque, sin dudarlo, es un tío sieso. Y mira tú que cuando ves escritas las letras que forman la palabra “Domecq” ya se encienden todas las alarmas del descaste, de la bobería y del muermo; pero estos de hoy nos han hecho tragarnos los prejuicios y quedarnos hasta el final a aplaudir al mayoral por la tarde que nos han dado los seis toros que se trajeron a Madrid desde Jerez de la Frontera.
Y nadie se crea que estos Domecq de don Santiago han sido de esos con cara de pazguato que a la primera te sacan la lengua y que embisten como los zombies de una película de George A. Romero, esa embestida de ir por ir; estos embestían con chispa, con flexibilidad, con ganas, sin envaramiento ni descanso, con fijeza y con casta como para llevarse por delante al matador cuando las cosas no se hacían a derechas, con alegría pero sin entrega porcina, más bien exigiendo a sus toreadores que les mostrasen sus papeles. El colmo de la tarde fue el quinto, Contento, negro zaino, número 14 en cuya insuperable embestida eclosionó violentamente en la Plaza el run-run de que estábamos asistiendo a una corrida sensacional. Tres de los seis fueron aplaudidos en el arrastre, dos ovacionados y uno recibió el premio de la vuelta al ruedo.
Nos queda la pena del maltrato a que fue sometida la corrida en varas. Nadie se esforzó lo más mínimo en lucir a los toros en el primer tercio, que se efectuó de la manera anodina y funcionarial de todas las tardes: nos hurtaron ver de verdad a los toros a base de taparles la salida, como siempre hacen con el que se emplea, y de ver si las distancias que los toros cantaron en la cosa de la muleta habrían sido idénticas al cite del picador y del cuadrúpedo de las faldillas, nos quedamos con las ganas de que se respetase al toro y que los del castoreño, que ya ni siquiera se hace de castor, se tuvieran un poco de respeto a sí mismos y a los oros que adornan sus chaquetillas.
El primero de la tarde, un tío que llenaba la Plaza, fue un colorado bragado meano y «girón» (sic), cosa que nos llevó a la evocación de los hermanos Girón (Curro, Efraín y César, aunque había otros dos) más que a la mancha en el ijar. Manosfinas su nombre, 91 su número. Cumple en las dos varas que le pone Romualdo Almodóvar, en las que empuja, recibiendo menos castigo en la segunda de ellas. El toro tiene un tranco espectacular y demanda la larga distancia con la muleta. Desde el inicio se ve la clase del animal en sus condiciones y su bella y encastada embestida. No es toro para cercanías, sino para poner mando, temple y firmeza frente a su casta y nada de eso halla. El toro es exigente y, como estamos al inicio de la tarde, a muchos no les acaba de llegar. No obstante, es aplaudido en el arrastre.
A continuación una pintura, un cárdeno claro que habría firmado el Duque de Veragua, de nombre Costurero, número 89, toro serio y cuajado que acude con ligereza al caballo de «Jabato», pero que se escupe del trato con la puya y el equino las dos veces que se encontraron. El toro tiene, como el anterior, una embestida vibrante, encastada y exigente. Es también toro que pide distancia y firmeza, colocación y mando, y que le quita la muleta al torero cuando pretende ahogarle en cercanías que el animal no desea. Aplausos para el toro cuando lo sacan de la Plaza a rastras.
El tercero es un castaño que atiende por Nubarrón, número 13, toro de mucho cuajo y muy bien puesto de cuerna, que ataca al caballo de Francisco Javier Sánchez levantando la cara en la primera vara y que pelea lo justo para cumplir en su segundo encuentro. Recibe un extraordinario par de Curro Javier en el que el toro aprieta hacia la querencia con pies y el extraordinario peón le acepta el envite con conocimiento y enorme torería. El toro en la muleta, al igual que los anteriores, pide que se le comprenda, que se vea cuál es el terreno y la distancia que demanda, no que se le venga a meter en una caja en la que no cabe, de resultas de esta incomprensión va naciendo un desarreglo en la faena que acaba siendo hecha de pases dados de uno en uno, a despecho de la clase de Nubarrón, con las condiciones que cantó el toro en cuanto a la largura de su embestida. Otro que se va al desolladero acompañado por la ovación del respetable.
Después de la presentación excelente de los tres precedentes, el cuarto recibió ciertas censuras a su salida debido a que parecía de menor envergadura y eso que la bonoloto de la báscula de Las Ventas le había asignado 572 kilos. Aunque su nombre era Sensible, número 10, esa actitud hostil de cierta parte de la afición no le afectó en absoluto. Cuando raja el capote de su matador ya se ve que ahí tenemos otro toro al que conviene atender. Ante Daniel López y su jamelgo cumple en los dos puyazos, hecha la suerte como quien rellena un formulario De nuevo el de Santiago Domecq trae la movilidad por bandera, el viaje largo, con ciertas prevenciones del toro al principio y en seguida su demanda de un torero frente a él, de una muleta que le mande, de un hombre que pise el terreno donde se torea, que le temple y le pueda. El toro embiste con todo el cuerpo y exige mucho y lo que obtiene es una ovación cuando, rendido, sale hacia el desolladero.
Tras el nivel excelente que habían dejado los cuatro episodios precedentes, ahí está Contento, otro toro de gran seriedad con mucha plaza que, simplemente, cumple en las dos varas que le receta el doctor Alberto Sandoval y que se viene arriba en banderillas, llegando a la muleta con unas condiciones excelentes. El toro es algo distraído al inicio del trasteo, pero en seguida se calienta y pone de manifiesto que tiene una clase extraordinaria y una embestida que es un sueño, y además que acude al cite a la primera, que sorprende al matador arrancándose cuando éste quiere acortar las distancias, que no rehúye la pelea, que demanda torero y toreo y ahí vemos cómo se va pasando el tiempo sin que ni lo uno ni lo otro asome por parte alguna, porque ahí sólo hay toro, toro y toro y el que torea es el toro. Fortísima ovación a Contento al doblar bellamente, tragándose la muerte en el tercio, y vuelta al ruedo a un gran toro.
Para acabar la extraordinaria tarde de toros de Santiago Domecq, ahí tenemos al número 48, Peleador, negro mulato listón y chorreado, muy serio también y de descarada cuerna a quien ausculta con la puya Antonio Prieto en dos entradas en las que el animal acude en distancia y con prontitud al cite, empleándose en la pelea. Gran brega de Curro Javier, tanto al sacar al toro de las faldillas como en banderillas, con capotazos que son como bendiciones Urbi et Orbe dadas desde San Pedro, pura eficacia y pura torería. El toro demuestra primeramente su inclinación a galopar a distancia hacia la muleta, llevándose por delante al torero, y luego sigue atendiendo los cites del matador, que lo mismo se pasa de metraje en la faena porque el toro se empieza a venir hacia tablas en el 9. Palmas para el toro en arrastre.
Si no miente la Unión de Criadores, el mayoral de Santiago Domecq se llama don Rubén Orellana Gamaza, y entendemos que es él quien de esa manera apresurada y un poco tímida tan común en los mayorales, recoge la justísima ovación de la afición a tan interesantísima corrida de toros.
Los matadores Arturo Saldívar -que nadie sabe por qué hizo el paseíllo desmonterado-, Fernando Adrián y Álvaro Lorenzo tuvieron la mala suerte de que les tocase esta corrida tan por encima de sus posibilidades. A Adrián le dieron la primera oreja los benhures de la mula y la segunda una petición mayoritaria de una para un toro de dos, como quizás no halle otro en su vida. Una serie de derechazos, unos naturales pintureros, y muchos pases por la espalda fueron el magro balance, en conjunto de faenas, de esta excelente tarde de toros.
Al término del festejo Álvaro Lorenzo pasó a la enfermería, herido en el muslo, de pronóstico reservado.
A mantazos de Saldívar, que hizo el paseíllo desmonterado
ANDREW MOORE
Los conseguidores de orejillas
FIN