Lea Vicens
PEPE CAMPOS
Plaza de toros de Las Ventas. Corrida de rejones. Sábado 3 de junio de 2023. Último festejo de la Feria de San Isidro. Se colgó el cartel de «No hay billetes».
Toros de Fermín Bohórquez. De sangre Murube, dicen que apropiada para el rejoneo. Todos muy desmochados. De escasa presencia y exiguas fuerzas. Nobles hasta el hartazgo, por ello, de pobre juego.
Rejoneadores: Pablo Hermoso de Mendoza, treinta y cuatro años de alternativa, chaquetilla azul marino. Lea Vicens, diez años de alternativa, chaquetilla gris con bordados. Guillermo Hermoso de Mendoza, tres años de alternativa, chaquetilla gris.
Al filo de comenzar el siglo XXI, la crítica especializada en rejones —incluido Joaquín Vidal— llegó a afirmar que la revolución llevada a cabo en el toreo a caballo por Pablo Hermoso de Mendoza, suponía un antes y un después en el arte taurino del rejoneo. El momento de mayor perfección alcanzada por este torero a caballo, nacido en Estella (Navarra), fue en la mañana que cortó un rabo en la Maestranza de Sevilla. Ocurrió el 25 de abril de 1999, a un toro de Fermín Bohórquez. De aquella cita, muchos cronistas resaltaron —ya venían haciéndolo— que Hermoso de Mendoza empleaba el cuerpo de sus caballos en las faenas rejoneadoras —pecho y brazo, lomo y costado, cuartos traseros y grupa— a modo de muleta, y que toreaba, por lo tanto, como los toreros de a pie. Alcanzaba a dar verónicas, medias verónicas, naturales, pases cambiados, pases del desprecio y pases de pecho. Aparte de conseguir que la cola de sus caballos asemejaran el vuelo de la muleta en juegos de templado acople conduciendo a los astados por el ruedo.
Aquella transformación que Hermoso de Mendoza practicó en el arte ecuestre de los toros en aquellos años de cambio de siglo (1997-2002), hay que decir que la realizó, aparte de por su talento natural, porque manejó a una serie de caballos míticos. Habría que recordar, por ejemplo, a «Martincho», a «Gallo» o a «Chicuelo», pero, por encima de todos, a «Cagancho», negro, lusitano; un caballo que fue el artífice de que se hablara en el rejoneo, en el tercio central de banderillas, de toreo de muleta y de modos de toreo a pie. Hermoso de Mendoza cobró fama de saber domar con el carretón a sus caballos, para que mutaran en los cosos, delante de los toros, en verdaderos toreros. En la última línea evolutiva del toreo a caballo, el jinete navarro, ha sido, evidentemente, el continuador de Joao Moura, adquiriendo su dominio de la doma al servicio del espectáculo, y de Manuel Vidrié, un rejoneador sobrio, eficaz y contenido. A todo ello, Hermoso de Mendoza ha podido añadir el saber administrar una lidia rejoneadora en los tres tercios, equilibrada, con especial cuidado de introducir el valor del temple en sus monturas para que las acciones de esos caballos se vieran como un toreo similar al que se manifiesta en las corridas de toros de a pie, con el percal o con la franela.
Con aquellos resultados que el toreador de Estella alcanzó y materializó con sus monturas, le permitieron mantenerse a un alto nivel durante muchas temporadas. Con el paso del tiempo, esa revolución implantada, esa existencia de «un antes y un después» en el rejoneo que se le reconoció, se ha ido diluyendo poco a poco. Llegados al hoy, podemos ver a un Pablo Hermoso de Mendoza que sigue poniendo en escena el arte del rejoneo clásico; digamos que tranquilo y pausado, pero al que tal vez le falte aquella determinación y la rotundidad que son necesarias para llegar con más calor al espectador de la corrida de rejones —un público amable, que lo que quiere es divertirse y entretenerse—. Deberíamos pensar que si actualmente el sosegado clasicismo del rejoneador navarro no es valorado por el «respetable», es porque en el mundo del toreo a caballo ha quedado instalada, y puede que ya estuviera, la versión «populista» de un público que quiere ver de los caballos piruetas, giros, cabriolas y galopadas, y por parte de los toreadores sombrerazos; es decir, por un lado, tendríamos a la gente proclive a la «felicidad» con sus reclamaciones, y por otro, a los jinetes «corteses» y tendentes a los «caballazos».
Lo anterior nos lleva a admitir que el paso del tiempo es una realidad ineludible. Ésa sería la respuesta, la cuestión, a lo comentado. En el tránsito de la vida se suceden los cambios y llegan las renovaciones. Aquí, Hermoso de Mendoza nos hace un regalo de renovación al dejarnos como propuesta de joven rejoneador a su hijo Guillermo Hermoso de Mendoza. Por lo visto en el ruedo, ayer tarde, no nos parece mal del todo esta apuesta y esta donación al mundo del toreo a caballo, porque su hijo parece dotado de oficio y con el tiempo adquirirá o sabrá depurar sus cualidades artísticas. Tendremos a un buen torero a caballo como lo es su padre. Este rejuvenecimiento, por vía de «herencia», que acontece en el mundo del toreo ecuestre, y que nos da la impresión de que es bueno, puede que, si los toreros de a pie lo emplearan —ya que no dan paso a toreros jóvenes desde hace más de un lustro—, con ese sistema se podría renovar fácilmente el escalafón de las corridas mayoritarias —con tantísimos años de alternativa por parte de los toreros que ocupan los puestos de arriba— y así en poco tiempo ver en las plazas, en los ruedos, a los hijos de las figuras actuales, si es que fuera posible, ¡claro! Pensemos, por ejemplo, en un «El Juli II», o en un «Manzanares nieto», o en «Talavantín» o bien «El sucesor de El Fandi», etc. Es una idea que se nos ocurre, a la desesperada, como válida, y con todos nuestros respetos, ante el tapón lacrado que existe para que no se produzca una puesta al día o regeneración de los carteles de las corridas de las ferias de Dios y de las no ferias, porque esta es la situación.
Del festejo de ayer sábado, que cierra la Feria de San Isidro, Pablo Hermoso de Mendoza, en su primer toro, muy noble y distraído, tuvo una actuación sobria, clásica y contenida, que no pudo o no supo rematar convenientemente. Clavó en la cruz el rejón de castigo —pelín caído— y cuatro banderillas al estribo, tras el morrillo. En algún momento resolvió dar un muletazo con su caballo «Índico» en banderillas, al natural. Su toreo trajo aire de tiempos pasados. No supo cerrar su labor, pues mató muy mal, de rejón de muerte atravesado, contrario y trasero, más cinco descabellos a pie. En el segundo descabello el verduguillo saltó al callejón, sin consecuencias. Esperemos que no se ponga de moda este proceder pues días atrás también lo vimos y no es nada recomendable. En el cuarto toro de la tarde, ante un astado que parecía que tenía brío y después se paró, no clavó con la misma autenticidad ni el mismo acierto. Su arte «se diluyó». Mató de rejón trasero. En ninguno de sus toros abusó de aplicarle sucesivos castigos. Ninguno de sus caballos actuales nos recordó a aquellos legendarios que montó antaño.
Lea Vicens, mostró en sus actuaciones, ante toros obedientes y sin fuerza, buena doma, pero adoleció de saber clavar al estribo, pues lo hizo normalmente por delante, desde los brazos de los caballos y con lejanía al toro. También lo hizo desde las ancas de sus equinos. Procuró calentar al público asistente con llamadas de manos y brazos. En ello no usó sombrero o tocado. Mató a su primero de rejón muy trasero, caído y feo. Al quinto de la tarde lo mató de rejón eficaz que propició la petición de oreja por el respetable y la concesión de la misma por el presidente del festejo Don Eutimio, que parece que se apunta a todas.
Guillermo Hermoso de Mendoza, en su primer toro, noble y con poquito fuelle, clavó por detrás del estribo, en las ancas del caballo, aplicó llamadas al público, tardó mucho en las reuniones y pocos de sus castigos se mantuvieron en el toro pues se fueron al suelo. Mató de bajonazo feo y atravesado y otro contrario. Al sexto toro, dócil, le aplicó una tauromaquia más encastada, apretó el acelerador, reunió mejor y clavó con mayor acierto. Destacó en las banderillas cortas a dos manos donde se volcó sobre el «cornúpeta». Mató de media caída y consiguió una oreja muy solicitada. De sus caballos nos gustó «Berlín», con el que asumió más riesgos pero dejándose tocar por el toro. Con «Esencial» labró la labor más llamativa y seguida por los asistentes al festejo, que quisieron divertirse y lo consiguieron con su última actuación. Guillermo Hermoso de Mendoza, defendió, en el último toro, con coraje, la renovación por la que apuesta su padre, de la que él es el protagonista.
ANDREW MOORE
FIN