Ignacio Ruiz Quintano
Abc
G. Bernard Shaw fue el Voltaire (con más talento) del terrorífico siglo XX, y tuvo el valor de escribir “El sentido común y la Guerra” para plantarse ante la Gran Guerra cuando todo el “mainstream” imponía hablar de ella “como si hubiese de llegar a ser una institución permanente parecida a la Cámara de los Horrores en casa de Madame Tussaud”, que fundara en Londres el primer museo de figuras de cera.
Shaw parte de que el Este es Este, y el Oeste, Oeste, y propone desembarazarse de “la monstruosa situación que produjo la guerra actual” (escribe en 1915): Francia hizo una alianza con Rusia en defensa contra Alemania; Alemania hizo una alianza con Austria en defensa contra Rusia; Inglaterra se unió a la alianza franco-rusa en defensa contra Alemania y Austria; el resultado fue que Alemania se vio envuelta en una disputa entre Austria y Rusia; no teniendo ninguna disputa con Francia y sólo una disputa de segundo orden con Rusia, se vio obligada, sin embargo, a atacar a Francia para inutilizarla antes de que ésta pudiese dar a Alemania el golpe por la espalda, mientras Alemania luchaba con la aliada de Francia, Rusia, ataque contra Francia que obligó a Inglaterra a ir en socorro de su aliada, Francia, y ninguna de las tres naciones quería combatir.
–Pero ¿de qué sirve llorar por la leche derramada? Sólo trato de explicar por qué, cuando el dinero francés se fue a Rusia, descubrieron los periódicos franceses que el pueblo ruso era de lo más interesante, y su gobierno, un gobierno sorprendentemente liberal.
Igual, dice, que cuando el dinero inglés se fue a Rusia y la prensa inglesa se mostró repentinamente inclinada a la iglesia griega. El resultado de todo ello, para Shaw, es que “la civilización occidental se está suicidando a máquina en estos momentos e importando hordas asiáticas y africanas que ayuden a segar gargantas”.
Antes del estallido, y en un vano empeño de evitar “esta desdicha mientras se estaba urdiendo”, Shaw expuso en la prensa diaria el establecimiento de una “hegemonía de la paz”.
–Nadie me prestó la más mínima atención. Pero le hice decir en una comedia (“Pigmalión”) a una señora la palabra “bloody” y al instante fui más famoso que el Kaiser, más que el Zar, más que Edward Grey, más que Shakespeare, que Homero y el Presidente Wilson.
Los periódicos se ocuparon de Shaw durante toda una semana “del mismo modo que ahora se ocupan de la guerra, y uno de ellos llegó a dedicar una edición especial a una sola palabra de mi comedia, cosa que no se hizo con el Tratado de Londres de 1839” (que reconoció la independencia de Bélgica).
–Deduje entonces que éste era un país que no podía tomarse realmente en serio.
Y es que “bloody” (“sangriento”), en nota del traductor, Julio Brouta, “pasa por una de las más soeces del idioma inglés”.
[Martes, 18 de Abril]