Noche del Liverpool
Calentamiento
Hughes
Aunque los esquemas pintados decían otra cosa, el Madrid salía casi con un 4-4-2 y el Liverpool con un 4-2-4, de modo que le iba a interesar menos que nunca que el partido pasase por el centro del campo, lo que despertaba la pregunta de si el mediocampo es un concepto o un espacio, una abstracción o una realidad física.
Antes del pitido había que fijarse en los niños de la UEFA. Había que mirarlos mucho, reparar en su rosada candidez para olvidar a Enríquez Negreira y toda la corrupción del fútbol, oculta quizás bajo la lona que agitaban los operarios al son del himno.
El partido no empezó cuando pitó el árbitro, empezó cuando Vinicius encaró a su rival en el minuto cinco.
Normalmente, el rival de Vinicius acaba siendo famoso al final del partido, pero esta vez lo era antes de empezar. El marcador era Alexander-Arnold (AA en lo sucesivo), a la vez portentoso y frágil.
Había tantos huecos en el centro del campo que Kroos podía llegar al área andando. Esto no presagiaba nada bueno para el Liverpool, aunque la mirada de Klopp aun tenía un brillo de desafío, una de las capacidades fundamentales de los entrenadores.
Klopp iba vestido de teletrabajador. Su chándal era intrépido y audaz hace una década. Transmitía sensaciones atléticas, pero ahora parece el de un dominguero y eso, más o menos, transmite su Liverpool, perdido ya aquel frenesí de coca-cola bien agitada. Klopp vive en chándal como un dictador. Va a entrenar así, vive así los partidos, ¿qué se pone al llegar a casa?
El partido estaba sometido a distintas formas de control hasta que a la altura del minuto 14 se despendoló, se hizo correcalles bello. Ahí de repente ya no había mediocampo y eso al Madrid le interesaba poco.
Alisson ya había evitado algunos goles y en el minuto 20 desvió un tiro de Camavinga que dio en el larguero. Fue una de las muchas cosas que mostró Camavinga durante la noche.
Chutaba el Madrid, llegaba y no se sentía esa atonía de otras veces con ventaja en la ida. No se notaba el sinsentido de no tener que marcar (que hace del fútbol algo absurdo). El Madrid parecía concentrado sin la abulia del granero lleno de goles y tenía cogido el truco al Liverpool: superaba su primera línea rápidamente y Kroos, de un solo toque, buscaba a Vinicius. Al final era el Madrid el que hacía rauda transición.
Vinicius lo intentaba una y otra vez. Cuando fallaba en el regate, él se reía, mientras que el aficionado ponía cara de amargura taurina. Qué diferencia tan extraordinaria, qué contraste, qué dos mundos tan distintos, ¿cómo iban a entenderle rápido?
La noche no era un tobogán épico sino un alegre combate de corchopán, fácil para el árbitro. Observado sin tensión, el árbitro moderno es una criatura fascinante. De ser imagen de la justicia ha pasado a ser una especie de encargado del McDonald's en patines, un correveidile tecnificado. Va monitorizado, lleva un avisador y un pinganillo con el que le van informando, ¿no deberían ir así los maridos por la vida, teleconectados con la esposa?
La primera parte acabó con una ocasión que Rudiger cortó engrandecido pese a ocultar sus brazos por miedo al VAR. En el área parecía el manco de la Avenida de América.
Con él y Camavinga en el once, el Madrid ha encontrado una nueva energía. Camavinga ha ganado el cinco. Sus habilidades son inmensas. Su porcentaje de acierto en el pase aumenta, bambolea el juego a la perfección, supera la presión con desenvoltura, conduce el juego en vertical y al 'subir' asiste como mediapunta los funambulismos de los delanteros. Así lo hizo en un gran pase intercostal a Vinicius.
Al igual que en la primera mitad, en la segunda hubo un pequeño disloque en el que el partido se volvía loco perdido. Alisson evitaba con sus manazas otra goleada. Benzema, que según Quintano está ya por búmer, pudo marcar varios. Se pensó mucho en Haaland, pero hasta los pensamientos son respetuosos con Florentino.
Kroos, Camavinga, Rudiger y... Militao, que dio una exhibición de soltura en el corte como Pepe fino, sedoso, swingueante, capaz de pases medidos hacia Vinicius, al que le van todas las pelotas como si fuera un green.
El Liverpool no inquietaba, pero ya inquietaba que el Madrid, con tantos espacios, no consiguiera meter un gol. Valverde llegaba al remate tanto como Benzema. Se le subía a la chepa de nueve.
Vinicius seguía como una fuerza constante. Si le hubiera hecho a un lateral español lo que le hizo a AA, su cuerpo sería encontrado en algún callejón. Eso es. En la Champions, la banda es una banda; en España un callejón con la farola rota.
Su empeño (¡Vini moralizante y ejemplarizante!) acabó por fin en gol. Pase verticalísimo de Camavinga, fino fino, y asistencia de Vinicius en glorioso semifallo (y por tanto, en homenaje a sí mismo) para gol de Benzema, gol infallable.
Vinicius es un extremo-extremo, que somete al rival a un acoso y derribo. Su fútbol, visto en micro, la microeconomía de su fútbol, es el regate, pero en largo, en un partido, su fútbol es una especie de oxidación.
Y así acabó todo. Klopp reía ya esa risa que el Madrid le ha acabado por hacer de hiena, mientras que el mágico Ancelotti se ponía de perfil, ocultando deportivo su ceja al rival herido.
Lo que el Milán le hizo al Madrid en los años 80 traumatizó a una generación. Lo que el Madrid le ha hecho a este Liverpool, algo mucho peor, tendrá un efecto que su sanidad pública deberá evaluar. Alguien en Anfield está a punto de proponer que pinten unas rayas blancas sobre su camiseta roja.
Camavinga