viernes, 10 de marzo de 2023

La Sílfide


Marie Taglioni en La Sílfide, 1832

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Mientras el viejales con pañal elegido, ya sabemos cómo, para comandar el Apocalipsis Nuclear no crispa a nadie, el viejo Tamames elegido por Vox para arrancarle un pelo al lobo sanchista con una moción de censura crispa a todo el mundo.


    –Escándalo, es un escándalo –cantan, desenroscando una bombilla, los liberalios arraphaelados.


    Como la democracia no la conocemos, los medios nos pintan de ella un panorama como el que del teatro de la ópera nos dejó Gautier después de “La Sílfide”, invadido por gnomos, sirenas, salamandras, espíritus acuáticos, almas en pena y fuegos fatuos: “Seres extraños y misteriosos que se entregaban maravillosamente a la muy caprichosa autoridad del coreógrafo”.


    –El espeso coturno de la tragedia griega dio lugar a la babucha de satén.


    Del coturno de Sánchez, que es Bolaños, el lord Byron de Ucrania, a la babucha de Feijoo, que es Borja Sémper, el bardo de Irún, que baila en puntas, como la Taglioni, para denunciar con su ballet que Tamames vio en Cataluña una nación como la que en Galicia ve Feijoo (“le somos una nación, ¿sabe?”); el Estado Compuesto de la España Oficial, ajeno a la sordidez socialistona de una España real en que no falta un general jubilado de la Guardia Civil pidiendo “un churumbel”… para el servicio.


    En la encrucijada, la derecha que viene de Fraga tiene contra Tamames (¡antifranquista en el 56!) que “el viejo comunista” es un impedido para subir a la tribuna, circunstancia que hubiera inhabilitado para la Conferencia de Yalta a Roosevelt (no seré yo quien diga que para mal), que llamaba Tío Joe a Stalin, además de regalarle Polonia, razón por la cual Churchill no acudió luego a su entierro. Otra “gracia” del Tío Joe fue la propuesta de liquidar a cincuenta mil oficiales alemanes: Churchill, que ya había conseguido sacar a Grecia del paquete “como un hierro del fuego”, exigió proceso, pero Roosevelt no se opuso (tiró de su celebrado “ingenio” para proponer “una solución intermedia”: en vez de 50.000, “vamos a dejarlo en 49.000”) y su hijo Elliot la apoyó. ¿Convierte esto a todos los impedidos en Roosevelt?


    “Sólo debemos tener miedo al miedo mismo”, nos repetía Suárez en los días genesíacos de la Santa Transición. La frase se la había escrito Ónega, haciendo suyo un famoso consejo… de Roosevelt. En el 76, después de enterrar a Franco con odas de Walt Whitman, Ónega fungía ante Suárez de Theodore Sorensen, el Ónega de JFK. Luego vendrían Henri Guaino, que hizo de Sarkozy una mezcla de Chuck Norris y De Gaulle, y Jon Favreau, que le coló a Obama en El Cairo la ucronía de la lucha del califato cordobés con la inquisición española.


    ¿Qué teme de Tamames ese Solón de las pandemias y los volcanes que es Feijoo? ¿Las lecturas? ¿La revelación de que la democracia-que-entre-todos-nos-dimos sólo es otra Sílfide? ¿O que acabe tirando de Griñán para ilustrar que “la ley acaba cuando cada hombre puede establecer un castigo para sus propias faltas”?

[Viernes, 3 de Marzo]