MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN
Doctor en Filología Clásica
Natalia Goncharova pintó rayos de luz solar dorada y fuerza humana negra, en un cuadro simbólico del anarquismo revolucionario, que precedió a la creación del partido comunista ruso en la escisión de 1914. Titulado La cosecha, y conservado en el Museo de Bellas Artes de Omsk, este cuadro de 1911 dibuja, con técnica de cartel, la figura plana de un muchacho de cara redonda anaranjada y uniforme rojo, en ademán de coger una gran hoz blanca de filo aserrado, que mira con su solo ojo rojo las espigas de trigo que ha de segar individualmente, con la energía que le transmiten los rayos negros de la masa obrera, lejana como luna en cuarto creciente rojo, y cercana como claustro materno rojo adonde tiende.
Definitivamente para Trevijano, la mayor aportación del arte modernitario, muy bien representado por Marcel Duchamp, ha sido la invención de los urinarios masculinos en hilera, con la posibilidad de orinar el hombre a media altura en sitios públicos recoletos.
Dama con una chaqueta verde, de August Macke. Con los árboles algodonados de verde dorado, el suelo de bruma enrojecida, las siluetas de dos estilizadas parejas, y la melancolía de la mujer de verde que mira al amor de espalda, iguala las mejores creaciones de Sérusier, Denis o, incluso, las de Seurat, antes de su adopción al puntillismo. Sus elegantísimas pinturas le costaban un gran esfuerzo a Macke. Entre pincelada y pincelada se detenía para comprobar lo que estaba dejando atrás, inquieto de olvidar la importancia estética y la repercusión en el conjunto del menor detalle. “Pinto, pinto y pinto, y me siento profundamente feliz cuando mis ojos se apagan con la luz en la oscuridad del bosque, o tiemblan sobre los prados y finalmente siguen soñadoramente a las nubes que se alejan. Cada día se experimenta una nueva felicidad, una nueva alegría. Ahora quiero utilizar los días tanto como puedo. Siento siempre la necesidad de trabajar”.
La influencia del constructivismo ruso, y los ángulos rectos de Mondrian en la arquitectura occidental, explican que el capitalismo se adorne hoy con la careta artística del primer comunismo. Y del mismo modo que el realismo socialista de Stalin cumplió una auténtica función represiva de la libertad de creación artística, hoy cumple la misma función represora en el Occidente capitalista el arte suprematista del primer comunismo.
La pintura metafísica del reaccionario De Chirico prefiguró con evocaciones de la ciudad ideal cuatrocentista, el orden silencioso del espacio público en el Estado total de Mussolini. De Chirico pintó la suspensión del tiempo y del espacio, en El enigma de la hora, un tema que reprodujo Dalí, con relojes plegados como monturas sobre un delfín muerto y un árbol seco, y en La nostalgia del infinito, símbolo de la pintura metafísica. Pintó la inmovilidad en el Canto de amor, inspirado en un poema de su amigo Apollinaire, donde la cabeza del Apolo de Belvedere se adosa a un muro, junto a un guante de goma roja (que tomó de su compañero Max Klinger), y con el arquitectónico El vidente, donde un maniquí aparece sentado, ante un caballete con el diseño geométrico de una ciudad ideal. La idea de colocar maniquíes, en fríos espacios urbanos, entre palacios y edificios clásicos, la tomo de Los cantos de la media muerte, la primera obra literaria de su hermano Savinio, publicada en francés en 1914. Los maniquíes de De Chirico fueron sexualizados por el gran pintor valdepeñero Gregorio Prieto, que podemos ver espléndidos en su Museo natal. Todo visitante que llegue a Valdepeñas tiene como deber inexcusable de buen gusto entrar en el magnífico Museo de Gregorio Prieto, y contemplar la perfecta y rigurosa factura de los imperecederos cuadros de este gran pintor español. En la última remodelación de este Museo privado el presidente de Castilla-la Mancha, Emiliano García-Page, ha tenido el buen gusto de estar presente, y las pocas palabras que dedicó al pintor estuvieron atinadas. Desgraciadamente, y por primera vez en esta Fundación privada de cincuenta años, se tiene que pagar una entrada para visitarlo desde hace unos meses. A mí me llega a sobrecoger especialmente la serie de maniquíes pintados durante la época italiana de Gregorio, siguiendo la metafísica del gran De Chirico, momento en el que se sintió especialmente “despierto”, haciendo honor a su prosopónimo griego, que repite varias veces en gorros marineros. Estos maniquíes sitúan a nuestro pintor en el centro de las corrientes estéticas de la gran pintura europea. Reprimiéndose un poco la inevitable alma barroca de su creador –es español–, se ven patentemente en estas telas las influencias de la estilizada y neoclásica metafísica plástica italiana, nacida de una estética fascista que pretendía espiritualizar el cuerpo humano. También en estos maniquíes se podrían percibir verosímilmente otras influencias estéticas, como la del expresionista alemán Göpz, y su medievalismo “anti-Durero” de cristos espasmódicamente retorcidos –que imitó la escultora irlandesa Catherine Green en su impresionante Crucificado de la Basílica de la Santísima Trinidad en Fátima, una verdadera campanada en la conciencia de un cristianismo acaramelado y cursi–. Pero creo que en la delicada belleza de estos maniquíes Gregorio Prieto sólo pretendió sublimar la belleza transcendente de la pareja humana, del hombre y la mujer asexuados, pero cargados de género, con un molinillo de viento infantil (otro elemento, por cierto, de la estética metafísica italiana). Esta serie tiene como principales protagonistas tres grandes obras maestras: Luna llena, Los maniquíes y Maniquí del pájaro. En Luna llena nos encontramos a una pareja de maniquíes asexuados e intensamente enamorados, que irradian una tremenda sensualidad. Uno de ellos, en decúbito lateral, introduce su mano bajo el manto de aroma griego del que está en un amoroso decúbito supino, y la mano parece haberse parado a la altura tentadora del sexo de quien sabemos que no tiene sexo, pero sí género. El resultado que producen estos dos maniquíes articulados es de una tremenda fuerza erótica, eróticamente metafísica. ¿Sentiría quizás nuestro pintor las influencias de Egon y de Constantin Brancusi y su predilección por las formas ovoides? En Los maniquíes aparecen los mismos encantadores personajes con barquito de madera, molinillo azul, rojo, rosa y blanco, siendo el azul el color dominante, y una pequeña bandera de España de papel en la delicada mano de uno de ellos (¿influencias, quizás, del metafisismo plástico fascista que flotó en La Marcha sobre Roma?). Maniquí del pájaro nos sitúa en un artificio hermosísimo (el maniquí de una cara de óvalo perfecto) que parece ser el cariñoso amo de otro artificio precioso (un espléndido pajarito de colores fantásticos y edénicos). A partir del cuadro Flor asesina, estos personajes parecen empezar a perder la blanca e infantil inocencia de los maniquíes, y comienzan a humanizarse.
Los maniquíes, como tema plástico, nacen en la escultura: Hombre joven, del más desconocido de la familia de artistas Duchamp, Raymond Duchamp-Villon, y Soldados marchando, del gran escultor ruso Alexander Archipenko. Los maniquíes de Archipenko evolucionan desde un cubismo inicial a una estilización delicada, surrealista y figurativa. El rostro-óvalo del Gondolero es gemelo de los rostros-óvalos de los maniquíes lignarios de Gregorio Prieto. Se podría decir que todos los grandes maniquíes creados para las grandes firmas comerciales están elaborados a partir de una estética “archipenkeska”. Al fin y al cabo, ¿no fueron puros maniquíes coloreados las primeras estatuas exentas del Mundo Clásico, cuyas ropas se lavaban en fiestas populares como Las Plinterías? El Museo Gregorio Prieto merece ser visitado, y sus telas no necesitan la lectura previa de Punto y línea en el plano, de Kandinski. Además, el Museo es un espléndido caserón manchego, y no una horrible necrópolis moneísta. Trevijano fue siempre un admirador de Gregorio Prieto, sobre todo en su calidad de dibujante.
Doctor en Filología Clásica
Natalia Goncharova pintó rayos de luz solar dorada y fuerza humana negra, en un cuadro simbólico del anarquismo revolucionario, que precedió a la creación del partido comunista ruso en la escisión de 1914. Titulado La cosecha, y conservado en el Museo de Bellas Artes de Omsk, este cuadro de 1911 dibuja, con técnica de cartel, la figura plana de un muchacho de cara redonda anaranjada y uniforme rojo, en ademán de coger una gran hoz blanca de filo aserrado, que mira con su solo ojo rojo las espigas de trigo que ha de segar individualmente, con la energía que le transmiten los rayos negros de la masa obrera, lejana como luna en cuarto creciente rojo, y cercana como claustro materno rojo adonde tiende.
Definitivamente para Trevijano, la mayor aportación del arte modernitario, muy bien representado por Marcel Duchamp, ha sido la invención de los urinarios masculinos en hilera, con la posibilidad de orinar el hombre a media altura en sitios públicos recoletos.
Dama con una chaqueta verde, de August Macke. Con los árboles algodonados de verde dorado, el suelo de bruma enrojecida, las siluetas de dos estilizadas parejas, y la melancolía de la mujer de verde que mira al amor de espalda, iguala las mejores creaciones de Sérusier, Denis o, incluso, las de Seurat, antes de su adopción al puntillismo. Sus elegantísimas pinturas le costaban un gran esfuerzo a Macke. Entre pincelada y pincelada se detenía para comprobar lo que estaba dejando atrás, inquieto de olvidar la importancia estética y la repercusión en el conjunto del menor detalle. “Pinto, pinto y pinto, y me siento profundamente feliz cuando mis ojos se apagan con la luz en la oscuridad del bosque, o tiemblan sobre los prados y finalmente siguen soñadoramente a las nubes que se alejan. Cada día se experimenta una nueva felicidad, una nueva alegría. Ahora quiero utilizar los días tanto como puedo. Siento siempre la necesidad de trabajar”.
La influencia del constructivismo ruso, y los ángulos rectos de Mondrian en la arquitectura occidental, explican que el capitalismo se adorne hoy con la careta artística del primer comunismo. Y del mismo modo que el realismo socialista de Stalin cumplió una auténtica función represiva de la libertad de creación artística, hoy cumple la misma función represora en el Occidente capitalista el arte suprematista del primer comunismo.
La pintura metafísica del reaccionario De Chirico prefiguró con evocaciones de la ciudad ideal cuatrocentista, el orden silencioso del espacio público en el Estado total de Mussolini. De Chirico pintó la suspensión del tiempo y del espacio, en El enigma de la hora, un tema que reprodujo Dalí, con relojes plegados como monturas sobre un delfín muerto y un árbol seco, y en La nostalgia del infinito, símbolo de la pintura metafísica. Pintó la inmovilidad en el Canto de amor, inspirado en un poema de su amigo Apollinaire, donde la cabeza del Apolo de Belvedere se adosa a un muro, junto a un guante de goma roja (que tomó de su compañero Max Klinger), y con el arquitectónico El vidente, donde un maniquí aparece sentado, ante un caballete con el diseño geométrico de una ciudad ideal. La idea de colocar maniquíes, en fríos espacios urbanos, entre palacios y edificios clásicos, la tomo de Los cantos de la media muerte, la primera obra literaria de su hermano Savinio, publicada en francés en 1914. Los maniquíes de De Chirico fueron sexualizados por el gran pintor valdepeñero Gregorio Prieto, que podemos ver espléndidos en su Museo natal. Todo visitante que llegue a Valdepeñas tiene como deber inexcusable de buen gusto entrar en el magnífico Museo de Gregorio Prieto, y contemplar la perfecta y rigurosa factura de los imperecederos cuadros de este gran pintor español. En la última remodelación de este Museo privado el presidente de Castilla-la Mancha, Emiliano García-Page, ha tenido el buen gusto de estar presente, y las pocas palabras que dedicó al pintor estuvieron atinadas. Desgraciadamente, y por primera vez en esta Fundación privada de cincuenta años, se tiene que pagar una entrada para visitarlo desde hace unos meses. A mí me llega a sobrecoger especialmente la serie de maniquíes pintados durante la época italiana de Gregorio, siguiendo la metafísica del gran De Chirico, momento en el que se sintió especialmente “despierto”, haciendo honor a su prosopónimo griego, que repite varias veces en gorros marineros. Estos maniquíes sitúan a nuestro pintor en el centro de las corrientes estéticas de la gran pintura europea. Reprimiéndose un poco la inevitable alma barroca de su creador –es español–, se ven patentemente en estas telas las influencias de la estilizada y neoclásica metafísica plástica italiana, nacida de una estética fascista que pretendía espiritualizar el cuerpo humano. También en estos maniquíes se podrían percibir verosímilmente otras influencias estéticas, como la del expresionista alemán Göpz, y su medievalismo “anti-Durero” de cristos espasmódicamente retorcidos –que imitó la escultora irlandesa Catherine Green en su impresionante Crucificado de la Basílica de la Santísima Trinidad en Fátima, una verdadera campanada en la conciencia de un cristianismo acaramelado y cursi–. Pero creo que en la delicada belleza de estos maniquíes Gregorio Prieto sólo pretendió sublimar la belleza transcendente de la pareja humana, del hombre y la mujer asexuados, pero cargados de género, con un molinillo de viento infantil (otro elemento, por cierto, de la estética metafísica italiana). Esta serie tiene como principales protagonistas tres grandes obras maestras: Luna llena, Los maniquíes y Maniquí del pájaro. En Luna llena nos encontramos a una pareja de maniquíes asexuados e intensamente enamorados, que irradian una tremenda sensualidad. Uno de ellos, en decúbito lateral, introduce su mano bajo el manto de aroma griego del que está en un amoroso decúbito supino, y la mano parece haberse parado a la altura tentadora del sexo de quien sabemos que no tiene sexo, pero sí género. El resultado que producen estos dos maniquíes articulados es de una tremenda fuerza erótica, eróticamente metafísica. ¿Sentiría quizás nuestro pintor las influencias de Egon y de Constantin Brancusi y su predilección por las formas ovoides? En Los maniquíes aparecen los mismos encantadores personajes con barquito de madera, molinillo azul, rojo, rosa y blanco, siendo el azul el color dominante, y una pequeña bandera de España de papel en la delicada mano de uno de ellos (¿influencias, quizás, del metafisismo plástico fascista que flotó en La Marcha sobre Roma?). Maniquí del pájaro nos sitúa en un artificio hermosísimo (el maniquí de una cara de óvalo perfecto) que parece ser el cariñoso amo de otro artificio precioso (un espléndido pajarito de colores fantásticos y edénicos). A partir del cuadro Flor asesina, estos personajes parecen empezar a perder la blanca e infantil inocencia de los maniquíes, y comienzan a humanizarse.
Los maniquíes, como tema plástico, nacen en la escultura: Hombre joven, del más desconocido de la familia de artistas Duchamp, Raymond Duchamp-Villon, y Soldados marchando, del gran escultor ruso Alexander Archipenko. Los maniquíes de Archipenko evolucionan desde un cubismo inicial a una estilización delicada, surrealista y figurativa. El rostro-óvalo del Gondolero es gemelo de los rostros-óvalos de los maniquíes lignarios de Gregorio Prieto. Se podría decir que todos los grandes maniquíes creados para las grandes firmas comerciales están elaborados a partir de una estética “archipenkeska”. Al fin y al cabo, ¿no fueron puros maniquíes coloreados las primeras estatuas exentas del Mundo Clásico, cuyas ropas se lavaban en fiestas populares como Las Plinterías? El Museo Gregorio Prieto merece ser visitado, y sus telas no necesitan la lectura previa de Punto y línea en el plano, de Kandinski. Además, el Museo es un espléndido caserón manchego, y no una horrible necrópolis moneísta. Trevijano fue siempre un admirador de Gregorio Prieto, sobre todo en su calidad de dibujante.