Los colores del parchís
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El Vera en Medicina
El Coro de Luis Rivero
Novias de la Ley Trans
"Amoscushá", el reproche que calla a lo hablaore
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Tantas son las particularidades de Cádiz que uno llega a la conclusión de que los gaditanos gozan de independencia sin darse importancia y quizás sin enterarse. Cualquier gaditano canta a sus piedras, a sus playas, a sus barrios desde el convencimiento, sí, sí, el absoluto convencimiento de que no hay nada igual ni mejor en el mundo. Los vientos de Levante y Poniente parecen sus musas y al llegar febrero a ellos dedican todo tipo de alegres oraciones y recuerdan a los tibios de entre los suyos, que también los hay, sus obligaciones para con sus profetas y dioses particulares por derramar tanta benignidad. No sé a ustedes, pero a servidor, lo que más me llama la atención es la cantidad de artistas ingeniosos que da esta tierra. Cualquier niño canta y canta bien, no hay rincón en la ciudad donde no falte una guitarra que te obligue a parar y ya por Carnaval asombra ver que todo Cádiz canta porque la naturaleza lo hizo así: coplero, ocurrente, agudo decidor pero sobre todo gracioso. Gracioso sin esfuerzo; ahí está el don divino.
El concurso del Falla abarca chirigotas, coros, cuartetos y para los puristas carnavaleros, sobre todo las comparsas, de las que en ausencia del difunto Juan Carlos Aragón ha quedado como ayatolá incontestable, en versillos de Vera Luque, el gran Martínez Ares, "Don Antonio". Tal competencia tiene sus fanáticos, mi chico sin ir más lejos, pero para llegar a ese talibanismo hay que entender y saber mucho del Carnaval del Falla. Los legos como servidor disfrutamos en la calle con lo agudo de las inventivas de grupos de espontáneos -"callejeras" se les llama- a los que se hace corro y con los que no tienes más remedio que pasar un buen rato. Sí, esos buenos ratos que dicen, merece la pena. Así como los acérrimos del Falla hablan de Antonio Martín, el Subiela, el Selu o Juan Carlos al que veneran y del que hablan como si se conocieran de toda la vida, a los que nos gusta la calle se nos alegra el semblante cuando reconocemos "callejeras" de otros años que ya nos llamaron la atención y ayer mientras se preparaba una que siempre lleva los colores del parchís me nombraron "Fan honorífico" cuando les hice saber mi alegría por encontrarnos y poder escuchar sus afiladas rimas.
De verdad, ¡otro mundo, Cádiz!