Jean Bodin
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En Madrid, la idea que nos hacemos de la libertad política es las bicis en las aceras y las terrazas en las calzadas, donde estos días sólo se discute de Estados soberanos y de Naciones soberanas.
Discutimos de soberanía como los bizantinos de la Trinidad, cuya controversia teológica se establecía, según Gibbon, entre “homoousios”, como querían los de la “consustancialidad”, y “homoiousios”, como pretendían los de la “semejanza en sustancia”, y por una “i” se molían a palos.
La soberanía es un concepto teológico, desarrollado por Bodin (“¡don Juan Bodino!”, nos gritaba el profesor del Instituto), tan ininteligible como el de la Trinidad: la española es asaltada desde África, pero nuestros vigilantes están con lo de Rusia.
Según la visión schmittiana, en tiempos tranquilos a los autores se les concede libertad de pensamiento, mas en tiempos de guerra cualquier palabra pública va a caer al instante al caos de las propagandas y de los conceptos corroídos por el nihilismo.
–Subir el volumen implica alterar el sentido y falsearlo.
Surge entonces la cuestión del destino de libros y nombres: Dostoyevski, por su sueño de Dresde, acaba de ser cancelado; pero historiadores hay que declaran a Rousseau autor de los crímenes del terror jacobino; y a Calhoun, responsable de la Guerra de Secesión useña; y a Jean Bodin, que concibió la moderna soberanía, “se le podría responsabilizar de todas las desgracias que ha causado en los últimos tres siglos su concepto”.
Para Bodin, el mejor medio de mantener el estado popular “es mover constante guerra e inventar enemigos cuando no los hay”:
–No fue otra la principal razón que indujo a Escipión el joven a impedir la destrucción total de la ciudad de Cartago, previendo sabiamente que si el pueblo romano, belicoso y guerrero, carecía de enemigos, se vería inclinado a la guerra civil.
También observó que, cuando los súbditos son más incultos, soportan más fácilmente ser mandados, razón de ser de nuestros sistemas de enseñanza.
[Sábado, 12 de Marzo]