Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En la cúpula pepera de Génova, Balzac vería a “los virtuosos imbéciles que perdieron a Luis XVI”, pero en España no hay novelistas capaces de ver que “nos distinguimos absolutamente por lo ridículo”.
No es una crisis de partido, sino de sistema, cuyos jefes siempre han estado fuera, y no miro a Klaus Schwab, el cara-huevo del Gran Reinicio que invita a café a Casado, con lo que nos dejan únicamente el chiste, siempre reaccionario porque tranquiliza las conciencias.
Cuando Aznar, que es nuestro Clausewitz comprado en los chinos, dice que la guerra de Génova es peor que la de Ucrania porque en la de Génova hay “armamento nuclear”, debe de referirse al océano de dinero que se moverá en Madrid sin que la otra pata del eterno consenso, la sociata, pueda meter la mano, y eso tiene consecuencias.
El mundo asiste a un reajuste de imperios, y España, a un reajuste de consensos: en su agonía, los Estados se mantienen como lonjas de negocios. Ayuso (lo mismo que Vox) permanece en el consenso del 78, y de ahí el anacronismo que la convierte, a ojos del Progreso, en obstáculo, es decir “ultraderecha”. Su partido, en cambio, se pasó en el 17 con todo al nuevo consenso hegemónico, un consenso federalizante con final wagneriano en la fragmentación total de España, cuyo Javier de Burgos es Bolaños, venerado por el aceitunero de Murcia como un Roy Cohn de Aluche, al que ha entregado, “para lo que sea”, el TC, que bendecirá el nuevo mapa de lo que Juan José González, el Madison de Ávila, llama “Estado Compuesto”, que es muy bueno “para salvar” el Consenso, que en Suramérica se dice “repartija”.
Donde hay pacto no hay democracia, pero medio siglo de propaganda tiene convencido al españolejo de que democracia es el arte de pactar, sin percibir que de la necesidad de pactos surge la corrupción, y ahí están los pactos, de diseño alemán, del “Estado Compuesto” y la “Gran Coalición”, sin más obstáculos que Ayuso (y Vox), en cuya demolición andamos. Atención al Hamilton de Cacabelos.
[Sábado, 19 de Febrero]