Abate Mably
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo (¡el populismo de Lincoln!) en Castilla y León lo va a decidir en un despacho madrileño un murciano, lanzador de huesos de aceitunas, que recibe instrucciones de Bruselas, que es Alemania, nuestra prestamista y faro del Mundo Libre, ése que define la libertad como el derecho de obedecer a la policía, es decir, la socialdemocracia, una religión que tiene por papa al abate Mably.
–¡Lea usted a Mably! –interrumpían los discursos en la Convención.
A Mably, que, traducido por la Marquesa de Astorga, también influye a los liberalones de Cádiz, sólo lo cala Constant, un suizo con el buen gusto de la libertad moderna. Porque el abate está en la libertad antigua, pura escolástica, y “quiere que los ciudadanos estén completamente sometidos para que la nación sea soberana, y que el individuo sea esclavo para que el pueblo sea libre”.
–Detestaba la libertad individual como se detesta a un enemigo personal, y en cuanto encontraba en la Historia una nación privada de esa libertad no podía evitar admirarla.
Mably se extasía con los egipcios porque en ellos, dice, todo está regulado por la ley, incluidas las distracciones y necesidades: todos los momentos del día están ocupados por algún deber; también el amor, y es la ley la que abre y cierra el lecho nupcial. Como en España.
Mably es Bruselas, y le contraría que la ley alcance sólo a los actos sin recaer sobre los pensamientos, ese logro de la Unión Europea en cuyo Parlamento el abate de Grenoble gozaría como un cura gallego. Tres principios “kelsenianos” de Mably: la autoridad legislativa es ilimitada; la libertad individual es una calamidad pública; la propiedad es un mal: debilitadla.
–En esta combinación –resume Constant– tendréis reunidas la constitución de Constantinopla y la de Robespierre.
Y la de la UE, con la que el Bildu de Bolinaga reparte las homologaciones: si el PP se alía con el Vox de Ortega Lara, “no será homologable con la derecha europea”.
[Miércoles, 16 de Febrero]