Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Cuando más dudas de fe tenía, Guardini vio en la liturgia a la auténtica Iglesia (frente a la falsa que hoy nos priva de ella).
Unamuno, que vivía en Salamanca de las paradojas (y las pajaritas), creía que al castellano le preocupó siempre la mística más que la liturgia, y quizás por eso Cocteau venía a Andalucía, a casa de Pemán, a llorar (físicamente, porque físicamente le dolían) por cosas como Europa, el verso, el entusiasmo, el cristal de Venecia, la cerámica de Sajonia, las sinfonías de Mozart y, sobre todo, la liturgia católica.
–¡Viva la religión! ¡Viva el Rey y mueran los gachupines! –respondían en Méjico al cura Hidalgo los campesinos alzados.
En su imprescindible “Madre patria”, Marcelo Gullo trae a colación el espectáculo de los caciques de la nobleza cuzqueña (ya derrotados por el bando independentista) volviendo a pasear el real estandarte de la ciudad de Cuzco en la procesión del Corpus para profesar su fidelidad a la monarquía española “sabiendo que la guerra ya estaba perdida”.
El Corpus, explicaba Gustavo Bueno, es la esencia del catolicismo: la enemistad de la Iglesia contra Galileo no era por el geocentrismo, sino por el atomismo, que complicaba el dogma de la transustanciación. La Iglesia desvió la atención con la astronomía, pero temía al atomismo y la negación de la Eucaristía.
–Un día el ministro Ordóñez dejó de considerar el Corpus como fiesta obligatoria. Esto es la revolución, pensé, y no se han dado ni cuenta.
Es el camino que lleva lo que Ratzinger llama “la bendición de la Navidad”. El Adviento es “presencia, espera y alegría”. Quienes no reconocen al Niño esta Navidad son los mismos que tampoco lo reconocieron en la primera, “los hombres vestidos con refinamiento” (Mateo 11,8), “la gente fina” (Ratzinger). Lo reconocieron “el buey y el asno”, los magos y los pastores, cuando todos retornaron a sus casas “colmados de alegría”, como niños.
–Si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.
[Sábado, 25 de Diciembre]