Abc, 3 de Julio de 2002
Ignacio Ruiz Quintano
La política no es sociología, dice Cascos, con su arrojo de requeté español que sabe que para Aznar ningún héroe es anónimo. Y la sociología no es ciencia. Ciencia es lo de Einstein, que se pasa la vida buscando explicaciones. Según sus propios cálculos, una explicación cada tres minutos, hasta dar con la que le gusta. Y su explicación de la gravitación acaba con la de Newton, hijo, por cierto, de un parado de larga duración.
Los paisanos de Newton, por supuesto, no se rinden inmediatamente: prefieren esperar a un eclipse total de sol para contrastar los cálculos de Einstein. Llegado el día, las sociedades británicas envían sus sabios al Pacífico con el encargo de medir el fenómeno, que da la razón a Einstein: la luz no incide en línea recta, sino que es desviada por el campo de gravitación del sol. Newton ha muerto Viva Einstein.
Si Einstein hubiera sido español -es decir, de naturaleza arbitrista-, para acabar con las leyes de Newton no hubiera esperado a un eclipse de sol, sino, simplemente, a una encuesta del CIS: "¿No le parece a usted mal esa ley newtoniana que permite que a uno, por sentarse a la sombra de un árbol, le caiga una manzana en la cabeza?"
La pregunta es tan científica como la planteada por el CIS para airear la campaña gubernativa contra la cultura del subsidio: "¿No le parece a usted que la mayoría de los parados podrían conseguir un empleo, si se lo propusieran?" A ver, con lo español que es burlar la arrancada, fiera y pujante, de un toro, imprimiendo en las suertes valor, destreza y arrogancia, ¿cómo puede haber españoles en el paro, con medio escalafón taurino de baja por accidente laboral?
Las respuestas más comunes habrán sido "¡Pues claro!", "¡Pues hombre!" o "¡Pues na!", que, una vez traducidas a la jerga sociológica por el secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, confirman el "claro refrendo" de la ciudadanía a la abolición de los subsidios. ¿Tan protestante se ha vuelto nuestra ciudadanía, que se opone a todo intervencionismo estatal y considera a los parados artífices de su propio destino?
Las encuestas son una superstición positivista -"saber para prever"- que no demuestran nada, pues, si demostraran algo, estarían prohibidas. Pero, políticamente, sirven como propaganda destinada a reforzar la creencia de que lo que cree la mayoría es la verdad. Para acabar con la cultura de Newton, Einstein no recurrió a una encuesta, sino a un eclipse de sol financiado por esos filántropos que en los países extraños sostienen a las sociedades de sabios. Aquí, en cambio, para acabar con la cultura del subsidio, se ha recurrido a un decretazo, seguramente obra de un ministro cuyo cargo conlleva una pensión vitalicia y cuya verificación -la del decreto, no la de la pensión- se encomienda a una encuesta subsidiada que luego es interpretada por un secretario de Estado. ¿Qué hay de liberal en todo esto?
De decretazo se dice lo mismo que de "Las bodas de Fígaro", que no fue una revolución, sino la revolución misma. "¿Sospechaba Sansón al derribar el templo que estaba dando asunto para una ópera?" Pero en nuestra política no hay liberales hasta ese punto: el derrumbamiento del Estado implicaría el de ellos. Y para el liberalismo de Estado siempre ha sido más difícil convivir con sus principios que luchar por ellos. Con lo liberal que quedaría que los ministros y los secretarios de Estado renunciaran a sus privilegios estatales para lanzarse al mercado con la fe de los misioneros cortesianos en América. Tras de su ejemplo, los sindicatos de clase y los partidos políticos. ¿O no le parece a usted que los partidos podrían conseguir un militante, si se lo propusieran?
Einstein