Sir Alfred J. Ayer
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Y de la distopía de Trump, ¿qué?, acostumbraban preguntar a sus entrevistados, hasta hace nada, los periodistas, que ahora tendrán que preguntar por la distopía de Ancelotti.
¿Qué es una distopía? Me pasa como a San Agustín con el tiempo: si me lo preguntan, no lo sé. En mi primer día de becario oí al más viejo de la Redacción rabiar en un pasillo: “El problema de este periódico es la entropía”. Bueno, pues la distopía, como primero la entropía y después la resiliencia, es otro mojón del lenguaje mágico. Algo así como el drógulos de sir Alfred J. Ayer, jefazo del positivismo lógico y aficionado loquísimo al Tottenham Hotspur:
–Suponga, padre –dice el filósofo Ayer al padre Copleston en un debate sobre lógica en la BBC–, que digo “Hay un drógulus allí”, y usted dice “¿Qué?”, y yo replico “Drógulus”, y usted pregunta “¿Qué es un drógulus?” “Bueno, digo yo, no puedo describir lo que es un drógulus porque no es la clase de cosa que usted pueda ver ni tocar, es un ser incorpóreo. Está allí. Hay un drógulus justo detrás de usted, espiritualmente detrás de usted.” ¿Tiene eso sentido?
Es la única clase de explicación que Ancelotti puede dar a JAS, su “productor de contenidos”, sobre la distopía que supone “el tridente Bale-Benzemá-Hazard”, con más años que una bandada de loros. Todos sabemos que Florentino Pérez querrá inaugurar su Guggenheim floperino con Mbappé, la utopía, pero de momento sólo contamos con el distópico tridente Bale-Benzemá-Hazard, de los cuales el más goleador, según las estadísticas, es Bale.
Ancelotti no es modesto (modesto, decía aquí Corrochano, es el que no puede ser otra cosa), y presume de que, cuando llegó al Madrid (¡a la tercera llamada!), “me las arreglé para integrar al cotizadísimo Gareth Bale en un papel que complementaba a Cristiano Ronaldo”. Con la ayuda, eso sí, de Paul Clement, “fundamental a la hora de ayudar a Bale, con el idioma y la cultura, a integrarse en el club”. Después, suponemos, Bale descubrió el golf… ¡y se jodió el Perú!, pues a ver ahora, sin Ramos, quién tiene inglés en ese vestuario para dar palique al galés, de cuya felicidad dependen los goles blancos, entre Benzemá, que está para bajar a recibir, y Hazard, cuyo papel es subir a despedir.
Detrás, y como alimento para tamaña distopía, Isco y Odegaard.
–Me da igual que venga o no, porque no va jugar para mí ahora –dijo Ancelotti del fichaje de Odegaard–. Lo fichan para el futuro, para los managers que llegarán después de mí.
Lo que no sabía era que el mánager sería él. La distopía se alimenta de cuero, y para cuero ¿Odegaard o Isco?
Isco ha vuelto “de dulce”, que eso lo sabe mejor que nadie Ancelotti, que pasa por ser un magnífico cocinero, como bien se habrán olido los Isco, los Marcelo y los Hazard, todos de buen pasar, y que Dios les conserve el apetito. Para vigilar los postres, Ancelotti dispone de Pintus, que decide cuántas vueltas al campo supone un platillo de natillas. Lo que no sabemos es si seguirá en la plantilla el futbolista que, al decir de Ancelotti, abandonó un día el campo y se retiró al vestuario sin su permiso. La queja que tenía era que otro jugador no se esforzaba lo suficiente en la sesión, y con esa actitud hacía trampa a sus compañeros. El jugador acusado de falta de esfuerzo era uno que exigía ser valorado como Cristiano, y Ancelotti le mostró la solución: meter sesenta goles por temporada durante varios años.
–En el Madrid hay una organización extraña –anotó en sus memorias Ancelotti, que es partidario de la psicología: ¡un Pintus del alma!
Ancelotti tuvo ese Pintus en el Chelsea y en el Milan, pero no en el Real, cuyo vestuario se resistía. Después de todo, por ese vestuario pasó Benito Floro, que trajo a su Lamparero. ¡El Lamparero de Diógenes para iluminar la distopía de Ancelotti! El psicólogo de Floro vino para relajar a los jugadores, y Butragueño acabó haciendo yoga con Ramiro Calle, sin que nunca se le haya vuelto a oír una palabra más alta que otra. Cuando Arsenio Iglesias, el Brujo de Arteijo, entró a aquel vestuario, los jugadores le pidieron de rodillas que les diera de todo, menos charlas.
Pero la obsesión de Ancelotti parece ser otra: el despido. Cree que la psicología puede ayudar a mantenerse en la senda de la victoria… “y en el puesto de trabajo”.
Bertrand Russell frente al padre Copleston
en el debate sobre la existencia de Dios
EL KINESIÓLOGO
El futuro de Hazard, económicamente espléndido, depende futbolísticamente del kinesiólogo, alguien que estudia los movimientos corporales en el campo como un tacaño los movimientos bancarios en la cuenta. En el tridente de Ancelotti, el más necesitado de masaje psicológico será Benzemá, obligado a vivir pendiente de un hilo que el periodismo amarillo tiene tendido entre la hernia de Bale, que luego se quedó en un palo de golf, y del tobillo de Hazard, que a lo mejor luego se queda en una tabla gimnástica en mal estado. Si Ancelotti trajo a Isco porque le parecía “un trabajador tenaz”, también puede “traernos” a Hazard, convirtiéndolo en un giróvago artístico.
[Lunes, 26 de Julio]