martes, 27 de julio de 2021

Juegos limpios

 
Jarmila Kratochilova
 

Mark Spitz

 

Francisco Javier Gómez Izquierdo



        Hay en España ministras y ministros que adoctrinan con mucha extravagancia, o al menos a mí me lo parece. Los mandamientos de su catecismo van calando en gran parte de ese vulgo al que todos pertenecemos y del que unos cuantos llevamos tiempo apartados por cómo crecía el rimero de los despropósitos. Un servidor sin ir más lejos está escandalizado con una ley que si no he entendido mal permite cambiar la condición masculina o femenina de los individuos a voluntad del solicitante. Imagino que con una instancia y una póliza ante la ventanilla pertinente. Un chico bautizado como Rogelio va al registro y le dice al funcionario que ha decidido ser chica y llamarse Julieta y... ¡ya está! La ley facilitará el trámite con mucha mayor diligencia que la que gasta el banco cuando vas a sacar tu dinero.


      ¿Qué es lo primero que pensó un servidor? En el fútbol, claro está. "Entonces un futbolista frustrado se mete a chica y ahora que cobran las futbolistas se gana la vida en lo que le gusta. No. No puede ser", me contesté a mí mismo. ¿Y lo segundo que me vino a la cabeza? Pues los Juegos Olímpicos y Jarmila Kratochilova.  Como antiguo que soy, lo que me llama la atención de los juegos son los carreristas y los nadadores, éstos últimos porque nos impactó el fenómeno Mark Spitz, un pez con bigote que se colgó al cuello siete medallas de oro en los juegos del 72 en Múnich. Jarmila Kratochilova era checoslovaca y corría los 400 y los 800 con zancadas masculinas, cuerpo masculino y ganaba con una superioridad antinatural. Mark Spitz asombró al mundo con 22 años, mientras Jarmila, quinta suya, lo hizo en los juegos de Moscú 80, ya entrada en los 30 con el cuerpo totalmente musculado. No ha habido mujer que le quite su récord de 800.
    

La lucha contra el fraude deportivo en lo que toca a substancias, sobre todo, es asunto que trae de cabeza a los vigilantes olímpicos que gastan dinerales en el departamento del antidóping, pero a los que no olvidamos a Jarmila se nos hace imposible admitir que los mandamases del COI consientan transexuales en las citas olímpicas. Feo está que haya países empeñados en destruir las competiciones deportivas por capricho de las exóticas parcialidades que llegan a sus gobiernos, pero que el COI dé por bueno lo que nos escandalizó por sospechoso a principios de los 80 no deja de ser una traición al espíritu de la Olimpia aquélla de Grecia, que paraba guerras, enorgullecía ciudades y se admiraba la magnífica desnudez de los héroes olímpicos.
    

Me doy cuenta de que en estos tiempos que tanto corren, la limpieza en el deporte tiene muchas interpretaciones y que hay gente muy lista que explica sus teorías con mucho sentimiento. Estoy en el pelotón de los torpes y como no entiendo las explicaciones de estos nuevos catedráticos he decidido no escuchar sus peroratas. Ahora bien, si una tal Laurel, antes Gabino, Hubbard gana medalla en halterofilia para Nueva Zelanda habrá que prestar mucha atención a cómo defiende el feminismo lo que pueden llevar naciones sin escrúpulos a los próximos Juegos de París. Si una muy señalada de nuestras ministras pudiera meter mano al reglamento olímpico, en el 2024, España arrasaría.