Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El zulo de Ortega Lara es el símbolo del nihilismo español, que da unos nihilistas montaraces, alejadísimos de los Nietzsches y los Dostoyevskis, lo que los hace más insoportables.
A fuerza de cavar desenterró el hombre su mal, dice el libro de la
Sabiduría, y a fuerza de cavar parece haber descubierto el español el
zulo de Ortega Lara. Si todo en la Santa Transición es sabiduría,
belleza y orden, ¿por qué ese zulo?
La respuesta clásica es la de Cicerón, que suena como la Prego
de Roma: “El dios (léase consenso) o quiere eliminar los males y no
puede, o puede y no quiere, o ni quiere ni puede, o quiere y puede. Si
quiere y no puede es débil, lo que no le corresponde a un dios; si puede
y no quiere, es envidioso, lo que es igualmente ajeno a un dios; si ni
quiere ni puede, es envidioso y débil, y, en consecuencia, tampoco es un
dios; si quiere y puede, que es lo único acorde con un dios, ¿de dónde
proceden entonces los males, y por qué no los elimina?”
El
nihilismo es la morada de Occidente, que en España, su reserva
espiritual, nos decían, se reduce a un zulo. Un día la derecha liberó a
los carceleros del zulo por humanitarismo oportunista, y ahora la
izquierda que tiene por socios políticos a esos carceleros hace una
parada turística en el zulo por oportunismo pacifista (¡la paz kantiana,
que, según observó Hannah Arendt, no es más que una ironía del evangelista de Königsberg!).
Pedro Sánchez, cuya única altura le viene dada por el juego del baloncesto, posee el temple que exige Soros y posa en el zulo con la sensibilidad que lo haría un tendero de bricolaje ante la cama de Procusto, lo que revela un cuajo de nihilista más impresionante que el de Bolinaga. El sanchismo, que tomó pie en el marianismo, afirma su voluntad de poderío sobre la degradación de todos los valores “a gestos reflejos de despotismo”.
–Todos somos nihilistas –había dicho Dostoyevski, que lo atribuía a la acción del demonio.
Corolario: nada es verdad, todo (siempre que sea malo) está permitido.