lunes, 14 de junio de 2021

El Trotski de Zidane

 


 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    El poder, como el amor según Jardiel, es como una goma elástica que dos seres mantienen tirantes, sujetándola con los dientes; un día, uno de los que tiraban se cansa, suelta, y la goma le da al otro en las narices. Todavía no sabemos quién soltó la goma en el Madrid, pero el caso es que a Zidane le han dado con un piolet, y eso ya no es un Jardiel, sino un Trotski.


    Para el pipero común, que cree que el mundo comienza y termina en los caracoleos de Isco, diremos que, en su día, el revolucionario Trotski fue arrestado en Madrid… ¡por cuatrero!, con grandes protestas por su parte de que él no había montado a caballo en su vida (“creo que será el único caso en el mundo de que a un judío se le haya acusado de cuatrero”, dijo al Caballero Audaz, que lo entrevistó en Comisaría). Luego hizo la revolución soviética, cayó en desgracia después y murió por golpe de piolet asestado por la mano catalana de Mercader.


    Zidane se va (no lo echan), y los “mercaderes” del templo cogen el piolet y se van en busca de Zidane, de quien lo más bonito que cuentan es que se hacía cuscús con las jóvenes promesas, pasando a ser en las crónicas “el entrenador argelino”, cuando toda la vida fue “el entrenador francés”, o, en la línea siguiente, “el entrenador galo”, que en el periodismo deportivo todo son sinónimos: galo de franco, franco de normando, normando de bretón, y bretón de borgoñón. Diciendo “entrenador francés”, piensas en el francés medio de Renan, que es el francés que bebe vino, que tiene una condecoración y que no sabe geografía. Pero dices “entrenador argelino”, y la imaginación se te dispara. A mí se me va al suelto periodístico de “Le Monde” que tanto impresionó a Donald McKinnon, amigo íntimo de Steiner, un loco que en las reuniones de profesores, si le venía el aburrimiento, se metía debajo de la mesa y mordía en las canillas a los más pesados. En el suelto se decía que el general Jacques Massu, jefe de los paracaidistas franceses en Argel, donde autorizó la tortura, se había desnudado y se había hecho atar un cable eléctrico en el sexo, y por espacio de tres horas hizo que sus hombres lo torturaran, y cuando concluyó la sesión declaró:
    

Las quejas de las víctimas son exageradas. Fue muy desagradable, pero soportable.
    

El loco McKinnon, según Steiner, leyó el suelto y entró con toga a una sala abarrotada: explicó a los alumnos que, ante eso, no podía seguir enseñando a Kant y su ética, y que iban a dedicar el resto del curso a examinar las implicaciones del mal absoluto en Massu.
    

¿Qué ha hecho Zidane para merecer un Trotski? Ser una leyenda blanca. Desde Di Stéfano y su mala salida del club, hay una ley no escrita (tan científica como las de “el que se va no vuelve”, “al que no gana nada se le echa”, etcétera) según la cual a cada leyenda blanca le corresponde una leyenda negra. Gonzalón, príncipe de los ingenios felipistas, volvió una vez de la China diciendo que gato negro o gato blanco no importa, que lo importante es que cace ratones, y sus flabelíferos lo celebraron como si los siete sabios chinos (Xiang Xiu, Shan T’ao, Liu Ling, Yüan Hsien, Wang Jung y Xi Kang: damos los nombres para que ningún intermediario futbolístico les coloque uno este verano) se hubieran reencarnado en el Cantinflas sevillano. Y no es verdad. Los colores importan. Hace muchos años un amigo mío compró por la mañana una cuna para su tierno infante en una Cigüeña Blanca, y por la noche pasó a tomarse un refresco en un bar americano que facturaba como Cigüeña Negra. La esposa de mi amigo creyó que la tarjeta de crédito le había pasado dos veces la factura de la cuna y reclamó, a raíz de lo cual mi amigo no se cansó nunca de dar explicaciones.


    Si Ramos llegara a salir mal, nos encontraríamos con que los héroes de la Décima fueron Casillas y Ancelotti, cuya familia vuelve a hacerse cargo del banquillo del Real Madrid. “Parecemos la Psoe”, comentó un tuitero, pero los Ancelotti, que vienen porque fallaron los Pochettino, tienen esa gracia, que es como la gracia de la familia Churumbel de Manuel Vázquez que nos llenó de sonrisas la infancia.


    –Estad en sintonía, así gané la Décima –dijo Ancelotti a los futbolistas de la Selección de Italia en una carta bastante menos modesta que la de Zidane en el “As”.


    Y todos nos acordamos de De Gaulle diciendo “Así liberé París”.


 

Paula en Marbella


 PEP Y EL PAPA


    Pep quedó segundo en la Champions, y en el fútbol nadie se acuerda del segundo, salvo que el segundo sea Pep, que entonces se acuerda de él hasta el Papa, esa mezcla de Bielsa, Perón y Simeone que es Bergoglio, que en teología anda como Cosculluela, el ministro de Obras Públicas del felipismo, que no fue cura por no poder con la asignatura, y que en el gesto de besar la medalla de segundón que tuvo Pep en Oporto al perder la final ha visto (Bergoglio, no Cosculluela) “que en la derrota puede haber una victoria”, idea más bellamente expresada por Lucano en la Farsalia, donde dice que la causa del vencedor fue grata a los dioses, pero la del vencido, a Catón. Como actitud, entre la de Pep, besar la medalla que te entrega Ceferino el de la Uefa, y la de Rafael de Paula, morder la llave de oro de Marbella (y devolverla, porque no es oro), prefiero la de Paula.

[Lunes, 7 de Junio]