Ignacio Ruiz Quintano
El cura de Valverde* ha vuelto a Valverde dejando la palabra “outing” en boca de la gente bien, aunque, si yo fuera gente bien, haría con el “outing” lo que el Gobierno ha hecho con el Protocolo de Kioto, que es enviarlo a las Cortes y que sean los diputados quienes debatan la utilidad del Protocolo de Kioto como los marcianos del chiste debatían la utilidad del tricornio. ¿Para qué servirá el Protocolo de Kioto?
Suena al Japón heroico y galante de Gómez Carrillo, donde un profesor universitario decía a los turistas: No aseguren ustedes que conocen Kioto... Ustedes no han puesto los pies en el Shimabara; ustedes no han saboreado una copa de saké en compañía de nuestras mujeres maravillosas. No pueden, pues, saber ustedes lo que es el noble Japón antiguo. ¿Y qué decir de las flores? Cerezos sonrosados, whistarias suntuosas, peonias carnadas, iris esbeltos, arces metálicos y el místico loto, la flor de Buda.
“Trotsky y las orquídeas silvestres”, se titula un delicioso ensayo autobiográfico de Richard Rorty, uno de los pensadores más entretenidos de nuestro tiempo. Rorty, que es estadounidense, goza de un doble privilegio: la izquierda lo acusa de “complaciente” y la derecha de “irresponsable”. Y en ese ensayo suyo hay una exposición maravillosa de la extraña influencia de las flores en la evolución —política, filosófica, sexual— de las almas comprometidas, que siempre viene bien para que los no filósofos entendamos fenómenos tan complejos como el “outing” del cura de Valverde o el “feeling” del Protocolo de Kioto. Rorty, en efecto, creció con el compromiso público de pensar que la gente decente era trotskista y que las buenas personas serían oprimidas mientras el capitalismo no fuera superado. En cuanto a su compromiso privado, éste se centró en el Tíbet hasta que en las montañas del noroeste de Nueva Jersey descubrió las orquídeas silvestres: “Estaba seguro de que nuestras orquídeas silvestres, nobles, puras, castas y estadounidenses eran moralmente superiores a las llamativas e híbridas orquídeas tropicales que se exponían en las floristerías”.
Al mirar hacia atrás, Rorty sospecha que en todo ello debía de haber un montón de sexualidad sublimada, y que su deseo de aprender todo lo que había que saber sobre las orquídeas estaba ligado a su deseo de comprender las palabras difíciles del libro “Psycophatia sexualis”, de Richard von Krafft-Ebing. Sin embargo, a los quince años, consciente, además, de que había algo dudoso en ese interés por flores socialmente inútiles, se temía que Trotsky no habría aprobado su interés por las orquídeas.
Y Rorty, el liberal convertido en socialdemócrata por el aire de Virginia, escapó de los matones que lo golpeaban regularmente en el patio del colegio —“matones que de algún modo se desvanecerían una vez el capitalismo fuera superado”— para trasladarse a la Universidad de Chicago. Anhelaba un marco intelectual o estético que le permitiera fundir en una sola imagen realidad y justicia. ¿Qué entendía por realidad? “Aquellos momentos wordsworthianos en los cuales —especialmente en presencia de ciertas orquídeas de raíz coralina y de las más pequeñas y amarillas “lady slipper”— me había sentido tocado por una inspiración”. ¿Y por justicia? “Aquello por lo que luchaba Trotsky: la liberación de los débiles de la opresión de los fuertes”. Buscaba, dice Rorty, un camino para ser al mismo tiempo un intelectual esnob y un amigo de la humanidad, un ermitaño solitario y un luchador justiciero: “Me hallaba muy confuso, pero razonablemente seguro de que en Chicago averiguaría cómo los mayores se las arreglaban para solucionar el problema que yo tenía.
El cura de Valverde no es el de Dolores, que decía discursos que daban calor y echaban chispas. Tampoco parece un escolástico enredado en la analogía del agua caliente, la cual, no siendo naturalmente caliente, puede ser perfectamente natural que, en determinadas condiciones, se vuelva caliente, etcétera. Su artículo “Dios habla de muchos modos” es menos escandaloso que el tratado “Dios es amistad” de San Aelredo de Rievaulx, abad y consejero de Enrique II de Inglaterra. De hecho, va de la “deconstrucción” de Derrida a la rosa de Becaud, que es como ir del Salomón del Eclesiastés al Salomón del Cantar. O sea, a contramano. Como el Protocolo de Kioto.
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* José Mantero, cura de Valverde, Huelva,
primer sacerdote que se declaró homosexual en España
Richard Rorty
Rorty anhelaba un marco intelectual o estético que le permitiera fundir en una sola imagen realidad y justicia. ¿Qué entendía por realidad? “Aquellos momentos wordsworthianos en los cuales —especialmente en presencia de ciertas orquídeas de raíz coralina y de las más pequeñas y amarillas “lady slipper”— me había sentido tocado por una inspiración”. ¿Y por justicia? “Aquello por lo que luchaba Trotsky: la liberación de los débiles de la opresión de los fuertes”