Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Llegué a la Universidad en el otoño del 76, donde empecé mi vida de bar, con pausas de hidratación a lo Simeone para hacernos cruces con un personaje que arrastraba fama de ser del PSOE, algo tan extraordinario que lo mirábamos como si fuera la mujer barbuda. Apenas medio año después, todos los bigotitos franquistas del país se convirtieron en barbitas socialistas: había nacido el felipismo, que llegaría a tener en la cárcel al ministro del Interior, al jefe de los guardias y al firmante de los billetes del Banco de España.
Como heredero natural del Régimen que habíamos dejado atrás, el felipismo se alzó en atlante del 78, con un director teatral que pasteleó con un ingeniero agrónomo una Constitución en Casa Manolo a base de croquetas y música de Mahler. Ahora, ante la crisis de aquel Konsenso provocada por la agresividad del sanchismo, y aprovechando la memoria de pez de la sociedad española, la derecha anda blanqueando aquella picaresca ochentera con la que todos crecimos y nos multiplicamos.
–El Psoe era bueno, pero el sanchismo lo ha vuelto malo.
Jouvenel recuerda que ese principio que Rousseau tiene por clave de su obra (el hombre que, como el Psoe, es bueno por naturaleza) no estaba en su obra, pero da lo mismo, porque el secreto de la seducción del rusonismo radica en encender el entusiasmo y halagar la pereza, dos cosas que borda el sanchismo, parvo aún en fechorías al lado del felipismo, aquel ismo que negó a Reagan la visita al Congreso por no dar la talla.
Avisamos contra los blanqueos porque se puede engañar mejor a los listos que a los bobos, que no hay que confundir con los tontos. El bobo, decía Ruano, es una variante noble del tonto. (“¡Porque yo no soy tonto!”) En el bobo existe un estado de pureza. El bobo es poético, mientras que el tonto es realista.
–Asombra en el tonto la seguridad sin matices que tiene en cada idea. Porque los tontos tienen también ideas.
Al tonto le gusta siempre mandar, detalle que siempre pasan por alto en las encuestas.
[Martes, 18 de Mayo]