domingo, 23 de mayo de 2021

Al aire de su vuelo

 

Abc, 20 de Febrero de 2022


 Ignacio Ruiz Quintano

 

Si hay hoy un divertimento gratuito, ése es el de la derecha y la izquierda españolas llegando a las manos por culpa de la ortografía. ¿Qué va a pensar la gente? Es cierto que, con la intelectualidad cada día más retraída, los políticos se han quedado solos en sus esfuerzos por improvisar un barniz cultural para su profesión, pero en su profesión manda Bush, que pasa de ortografía y quiere ir a la guerra. ¿A la guerra? A la guerra, caballeros. Y en Mesopotamia.

Ah, los poetas mesopotámicos. Mesopotamia suena a topónimo de examen de reválida, y nuestros políticos, que no han hecho la mili, pero que han pasado una reválida, deben de pensar que, llegada la hora de hincar el pico en una guerra, mejor que hincarlo lejos, en la guerra mesopotámica, es hincarlo en casa, en la guerra ortográfica. En ello andan, aunque a los pocos curiosos que, aburridos, se asomen a la representación que los jefes de nuestras derechas e izquierdas ofrecen en los periódicos les parecerá una riña de negros en un túnel.

La controversia ortográfica tendría sentido únicamente si se hubiera producido algún descubrimiento sensacional en la decadente industria de la vírgula: un  apóstrofo en el hueso de caña de las vacas locas, una zedilla en la redoma de los embriones congelados, una tilde en la agencia de valores de Camacho, etcétera. No siendo el caso, detrás de tanto cacareo ortográfico sólo puede haber dinero. Mucho dinero. Ya se sabe: cambio de libros, de carteles... Los de tráfico, por ejemplo, habría que cambiarlos todos. Y de los libros, ¿qué autor de encargo no ha oído hablar nunca de esos países medio salvajes donde las imprentas remiten las pruebas de los textos con cuarenta mil duros en el sobre? Mas como estamos en un régimen que se declara incompatible con la corrupción, sólo puede hablarse de ortografía, que sigue donde la dejó fray Gerundio: en la escuela de Villaornate.

El maestro de la escuela de Villaornate era cojo y muy amigo de un notario que tenía libros romancistas, entre ellos tres de ortografía que quitaban el hipo. Sus autores sólo coincidían en que la ortografía era la verdadera  “clavis scientiarum”, el fundamento de todo el buen saber, la puerta  principal del templo de Minerva. En lo demás, cada cuál iba al aire de su vuelo.

El primero autor, que era etimologista y derivativo, representaría a nuestra derecha centralista. Defendía que se escribiese según la etimología de las voces y se le partía el corazón de dolor viendo a innumerables españoles indignos que escribían  “España” sin   “H”, en gravísimo deshonor de la gloria de su misma patria. El segundo autor representaría a nuestra izquierda asimétrica y demás derechas nacionalistas, pues defendía que se escribiese como se pronunciaba, sin quitar ni añadir letra alguna que no se pronunciase. Una verbigracia de su ortografía: “El ombre ke kiera escribir coretamente, uya qanto pudiere de escribir akellasletras ke no se egspresan en la pro-nunciación; porke es desonra de lapluma, ke debe ser buena ija de lalengua, no aprender lo ke la enseña su madre, etc.” Y el tercero autor, que representaría a nuestros noveleros, proponía atenerse a la costumbre, sin meterse en más dibujos, porque en ortografía no se habían establecido principios ciertos, más que unos pocos, y que en lo restante cada uno fingía los que se le antojaba.

Total, que el maestro de Villaornate, que representaría a nuestro centrismo académico, leyó los tres tratados, vio que la materia tenía mucho de arbitraria y urdió un nuevo sistema ortográfico: las palabras son representación de los conceptos; las letras son representación de las palabras; luego las letras son representación de los conceptos. Y resolvió escribir con letra pequeña los conceptos pequeños y con letra grande los conceptos grandes. Como nuestra juventud con los móviles.

En cuanto a lo que hoy, como reminiscencia del ayer, llamamos periodistas, estos siguen dependiendo del corrector de pruebas. Para Camba, el corrector de pruebas representaba la providencia del literato: “Si no fuera por él, el público, que no concibe a un escritor con mala ortografía, despreciaría a los hombres más valiosos de nuestro gremio”.



José Francisco de Isla de la Torre y Rojo