Ignacio Ruiz Quintano
Que vivas en un tiempo interesante, decía una vieja maldición china. El nuestro, ciertamente, lo es. La Europa que este año empieza Aznar promete terminarla el año que viene Berlusconi, quien, como italiano, se declara orgulloso de que las bases del europeísmo las sentara el Imperio Romano, cuando el poder económico dependía totalmente del poder político. Porque es cierto que a César lo llevaron al poder sus acreedores, que no veían otro modo de llegar a recuperar sus préstamos, pero también lo es que éstos no previeron que cuando aquél alcanzara el poder sería lo suficientemente poderoso como para no pagarles. Así le fue al Imperio Romano.
La historia continental enseña que, ausente el águila, los ratones se divierten. ¿Quién no ha temblado en la escuela al estudiar la lección de la lobreguez medieval? De hecho, fuera de Europa, todavía cargamos con fama de locos. Es natural. Bien mirado, los europeos hemos sido unos invasores tremendos, aunque siempre cargados de magníficas razones: cuando el “boom” del cristianismo, porque obedecíamos a órdenes divinas; cuando el “boom” del laicismo, porque obedecíamos a compromisos enciclopedistas.
La enciclopedia, igual que la esquizofrenia, fue fruto de la imprenta, que, como sabemos por McLuhan, llenó el continente de intelectuales. Con Lutero, que vino primero, Europa se dividió en Norte y Sur: la religión de un país era la de su príncipe. Marx llegó después, y Europa se dividió en Este y Oeste: la religión de un país era la de su sistema económico. Volver a juntar todo eso no es moco de pavo. Ahí están las concesiones: al protestantismo, la libertad de expresión; y al marxismo, todo lo contrario, que es el control estatal de los medios de comunicación, punto sexto del decálogo de la revolución comunista, plenamente alcanzado en lo que con terminología popperiana se conoce como Democracias Menores, que son los casos de España e Italia, donde Berlusconi, que sueña con extender la fe europeísta hasta la Santa Rusia, se alza, “coran vobis”, por decirlo en plan Siglo de Oro, como el grande reunificador. Su revolución, desde luego, ya tiene un buen “coranvobis”: es copernicana.
Al parecer, esta revolución copernicana consiste en premiar a los buenos y castigar a los malos: más egresos para los ministerios laboriosos, y para los ministerios holgazanes, menos egresos. El poder político, totalmente dependiente del poder económico. ¿Qué supone el euro, sino la consagración de lo que, hace algunos años, Peter Sloterdijk, el filósofo que revolotea como una mariposa, pero que pica como una avispa, llamó eurotaoísmo? “¡Ah, el taoísmo! ¿No es el tao, en boca de autores occidentales, una especie de comodín que se juega cuando se trata de prometer más de lo que uno va a poder cumplir?
Eurotaoísmo es filosofía, ahora que filosofar sólo significa hacer el esfuerzo de no satirizar. Porque el filósofo, hoy, ¿qué es sino un experto en la reformulación de chistes en problemas? La filosofía se ha hecho adulta y, en vez de cavilar sobre asuntos trascendentales, se aviene a gestionar los problemas que no tienen solución, como la diplomacia. Los diplomáticos, cuyo oficio consiste en hacer algo en las situaciones en que ya no hay nada que hacer, son los filósofos de estos tiempos de escasez.
Eurotaoísmo es política, pero entendida como arte no de lo posible, sino de lo secundario: su pasión es la neutralización de las pasiones. ¿Se puede pedir a unos contestadores automáticos que pronuncien discursos por iniciativa propia? Los políticos son impopulares, pero no porque sean distintos del pueblo, sino porque son idénticos a él. La palabra clave es neoconservadurismo: movilización de viejos conceptos contra nuevas sensibilidades. Su secreto está en reflejar con precisión esa huida colectiva en busca de más de lo mismo en que se han instalado las mayorías desencantadas de electores que se rigen por intereses.
Y ante la perspectiva de tener que comernos nuestras ideas con palillos, eurotaoísmo sólo puede ser ironía, pues habría que ser taoísta para soportar la idea de que el taoísmo tampoco sirve de ayuda. Al final, y esto no lo dice Sloterdijk, el éxito de la revolución copernicana va a depender de lo que el Madrid esté dispuesto a pagar al Milán por Shevchenko.
Peter Sloterdijk
¿Qué supone el euro, sino la consagración de lo que, hace algunos años, Peter Sloterdijk, el filósofo que revolotea como una mariposa, pero que pica como una avispa, llamó eurotaoísmo? “¡Ah, el taoísmo! ¿No es el tao, en boca de autores occidentales, una especie de comodín que se juega cuando se trata de prometer más de lo que uno va a poder cumplir?