HEXÁDEGOS DE CADEIRÁDEGOS
Julio Camba
Madrid, 2 de Enero (1935)
Es verdaderamente deliciosa esa frase que el maestro Unamuno ha descubierto leyendo a un escritor galleguista: haxádegos de cadeirádegos. Sólo
un cadeirádego tan ilustre como el Sr. Unamuno podría haber hecho
semejante haxádego, porque aunque haxádegos de cadeirádegos no
signifique en gallego absolutamente nada, en galleguista parece que
quiere decir hallazgos de catedráticos.
Yo
comienzo por no comprender la necesidad que haya en gallego de ocuparse
de los catedráticos ni de sus hallazgos. El gallego no está para hablar
de esas cosas, sino de otras mucho más elevadas. Está para hablar del
cielo y de la tierra; de la Santa compaña y del lacón con grelos, del
mar, del río, de la montaña y del prado; del vino; de las mozas; de los
robledales y pinares; del lobo; del cerdo; de la vaca; del amor y el
dolor; de la vida y la muerte y, en fin, de lo humano y de lo divino.
Para eso está el gallego y, no alterando su naturaleza, es muy difícil
que ningún otro idioma le iguale en gracia, ternura, profundidad ni
fuerza expresiva. Pero, junto al gallego de los gallegos hay el gallego de los galleguistas que escriben haxádegos de cadeirádegos.
Los galleguistas quieren triplicar, por lo menos, el vocabulario
gallego dotándolo de golpe y porrazo con todas las palabras necesarias
para hablar en él de arte, política, economía, matemáticas, etc., etc.
Un
idioma, después de todo, no es nunca una creación artificial, sino un
hecho biológico en el que evidentemente puede influir el hombre, como
influye en la producción de la uva o de la naranja, pero siempre que el
hombre sepa lo que se trae entre manos. Lo lógico para poner al día el
idioma gallego sería ir poco a poco injertándole palabras castellanas,
pero esto que es precisamente lo que hace al pueblo, no lo pueden hacer los galleguistas quienes pretenden
presentarse en Madrid el día de mañana con un gallego hermético,
esotérico y abstruso para utilizarlo como hecho diferencial y ver de
conseguir un estatutillo. ¡Un gallego que parezca chino, ruso,
árabe o guaraní, pero que no pueda, bajo ningún pretexto, asemejarse al
castellano! Y como el gallego no puede parecer nunca guaraní porque en
cuanto principiase a tener con el guaraní el más remoto parecido ya no
parecería gallego, lo único que consiguen los galleguistas es que
parezca algo así como una especie de esperanto hablado por portugueses.
¡Haxádegos
de cadeirádegos!... ¿Qué es esto?, se pregunta el maestro Unamuno. Y he
ahí, precisamente, lo que se proponen los galleguistas, hermanos de los
catalanistas y primos de los bizcaitarras: que aun el propio Unamuno,
con todo y ser un filólogo que conoce perfectamente las lenguas
regionales españolas y sus conexiones con otras, se quede en ayunas al
oírlos. Los galleguistas no quieren
hacer un idioma para que se les entienda, sino para que no se les
entienda y, bien mirado, acaso lo mejor fuese que pudieran realizar sus
propósitos...
HACIENDO DE REPÚBLICA
EDICIONES LUCA DE TENA, 2006