Julio Camba
Madrid, 25 de Noviembre (1934)
“Nos acercamos al automóvil donde se encontraba la señorita inglesa y ésta,
por toda explicación, sacó la lengua y cerró rápidamente la ventanilla...”
“...Después nos preguntó si éramos policías, y al contestarle negativamente
y decirle que éramos periodistas, volvió a sacar la lengua y a cerrar la ventanilla.”
(Del Diario de Madrid)
¡Qué monada de criatura! No me extraña que, al ver su facilidad para el manejo de la lengua, los electores socialistas ingleses la hayan llevado al Parlamento; pero aquí, en España, ¿con qué objeto había tomado un intérprete lord Listowel? ¿Para que son los intérpretes más que para sacar la lengua por los señores extranjeros que los toman a su servicio?
Según mis informes, el español de miss Wilkinson era tan precario que, si durante su estancia en España llega a ponérsenos enferma, hubiera tenido el intérprete que sacar la lengua por ella para enseñársela al médico, y, en estas condiciones, ¿cómo se atrevió a recorrer el trayecto de Oviedo a Bilbao haciendo esta serie de exhibiciones lingüísticas que nos describe el periódico?
Yo no niego –aunque lo dude un poco, porque un diputado socialista no es, precisamente, una chorus-girl– que miss Wilkinson tenga mucha gracia, mucha picardía y mucha travesura para sacar la lengua, pero eso será en inglés. En español, la cosa varía y nuestra distinguida visitante ha debido seguir el ejemplo de su compañero, lord Listowel, para el que cada minuto de estancia en España ha sido, como si dijéramos, un minuto de silencio. Lord Listowel tampoco sabía ni una palabra de español; pero hay que reconocer que tenía buenos modales y no sacaba la lengua cuando se encontraba de visita.
Por lo demás no hay duda alguna de que, tanto lord Listowel como miss Wilkinson, y de que Mr. Bourthoremiens igual que Mr. Otto Katz, no vinieron aquí por encargo, orden, instigación, ni delegación de nadie. ¿Quién iba a elegir, para averiguar lo ocurrido en España durante la pasada revuelta, a cuatro personas tan absolutamente desconocedoras de nuestro idioma, de nuestras costumbres, de nuestra historia y de nuestra manera de ser? Es evidente que los cuatro comisionados tenían grandes deseos de constituirse en comisión y, como no los comisionaba nadie, acordaron comisionarse entre sí, los unos a los otros. Quizás se hayan comisionado ya desde un principio al objeto de venir a España y quizás se comisionaran sin objeto alguno definido y hayan aprovechado luego los sucesos de Asturias para justificar su comisión de igual manera que hubieran podido aprovechar una epidemia en la India, una plaga de langosta en Argelia o unas inundaciones en la Patagonia; pero, de un modo o de otro, lo cierto es que vinieron a España. Vinieron a España en la creencia de que iban a conocer un país muy raro donde los revolucionarios se encargaban de custodiar el orden público mientras las clases conservadoras instigaban al Ejército para que asaltase los Bancos, destruyese las catedrales y asesinase a los sacerdotes; pero, una vez aquí, resultó que lo único raro eran ellos.
–¿Son estos los ingleses que vienen a investigarnos? –se preguntó la gente desde la llegada de la comisión a Madrid–. ¡Vamos a verlos!
Y a medida que avanzaba por España la comisión investigadora, el público se arremolinaba a su paso, investigándola hasta en sus menores detalles. Poco a poco, los críticos fueron convirtiéndose en un objeto de crítica; los turistas, en un motivo de turismo, y los espectadores en un espectáculo que atraía cada vez mayor concurrencia. Y cuando no podía caber ya la menor duda sobre este cambio de papeles, fue cuando, un poco corrido, lord Listowel perdió por primera vez su impasibilidad británica, adoptando un aire de mal humor y cuando la traviesa miss Wilkinson nos sacó la lengua como si quisiera decirnos:
–Pueblo ingrato. ¿Renuncias a nuestra protección? Pues, ¡anda y que te zurzan! Después de todo, nosotros siempre encontraremos por ahí alguna ciudad asolada por un terremoto, para investigar si en esa ciudad fue una tierra quien destruyó las casas con sus sacudidas o si, por el contrario, fueron las casas quienes, de tanto sacudir la tierra, acabaron abriéndola y hundiéndose en sus grietas.
HACIENDO DE REPÚBLICA
Madrid, 25 de Noviembre (1934)
“Nos acercamos al automóvil donde se encontraba la señorita inglesa y ésta,
por toda explicación, sacó la lengua y cerró rápidamente la ventanilla...”
“...Después nos preguntó si éramos policías, y al contestarle negativamente
y decirle que éramos periodistas, volvió a sacar la lengua y a cerrar la ventanilla.”
(Del Diario de Madrid)
¡Qué monada de criatura! No me extraña que, al ver su facilidad para el manejo de la lengua, los electores socialistas ingleses la hayan llevado al Parlamento; pero aquí, en España, ¿con qué objeto había tomado un intérprete lord Listowel? ¿Para que son los intérpretes más que para sacar la lengua por los señores extranjeros que los toman a su servicio?
Según mis informes, el español de miss Wilkinson era tan precario que, si durante su estancia en España llega a ponérsenos enferma, hubiera tenido el intérprete que sacar la lengua por ella para enseñársela al médico, y, en estas condiciones, ¿cómo se atrevió a recorrer el trayecto de Oviedo a Bilbao haciendo esta serie de exhibiciones lingüísticas que nos describe el periódico?
Yo no niego –aunque lo dude un poco, porque un diputado socialista no es, precisamente, una chorus-girl– que miss Wilkinson tenga mucha gracia, mucha picardía y mucha travesura para sacar la lengua, pero eso será en inglés. En español, la cosa varía y nuestra distinguida visitante ha debido seguir el ejemplo de su compañero, lord Listowel, para el que cada minuto de estancia en España ha sido, como si dijéramos, un minuto de silencio. Lord Listowel tampoco sabía ni una palabra de español; pero hay que reconocer que tenía buenos modales y no sacaba la lengua cuando se encontraba de visita.
Por lo demás no hay duda alguna de que, tanto lord Listowel como miss Wilkinson, y de que Mr. Bourthoremiens igual que Mr. Otto Katz, no vinieron aquí por encargo, orden, instigación, ni delegación de nadie. ¿Quién iba a elegir, para averiguar lo ocurrido en España durante la pasada revuelta, a cuatro personas tan absolutamente desconocedoras de nuestro idioma, de nuestras costumbres, de nuestra historia y de nuestra manera de ser? Es evidente que los cuatro comisionados tenían grandes deseos de constituirse en comisión y, como no los comisionaba nadie, acordaron comisionarse entre sí, los unos a los otros. Quizás se hayan comisionado ya desde un principio al objeto de venir a España y quizás se comisionaran sin objeto alguno definido y hayan aprovechado luego los sucesos de Asturias para justificar su comisión de igual manera que hubieran podido aprovechar una epidemia en la India, una plaga de langosta en Argelia o unas inundaciones en la Patagonia; pero, de un modo o de otro, lo cierto es que vinieron a España. Vinieron a España en la creencia de que iban a conocer un país muy raro donde los revolucionarios se encargaban de custodiar el orden público mientras las clases conservadoras instigaban al Ejército para que asaltase los Bancos, destruyese las catedrales y asesinase a los sacerdotes; pero, una vez aquí, resultó que lo único raro eran ellos.
–¿Son estos los ingleses que vienen a investigarnos? –se preguntó la gente desde la llegada de la comisión a Madrid–. ¡Vamos a verlos!
Y a medida que avanzaba por España la comisión investigadora, el público se arremolinaba a su paso, investigándola hasta en sus menores detalles. Poco a poco, los críticos fueron convirtiéndose en un objeto de crítica; los turistas, en un motivo de turismo, y los espectadores en un espectáculo que atraía cada vez mayor concurrencia. Y cuando no podía caber ya la menor duda sobre este cambio de papeles, fue cuando, un poco corrido, lord Listowel perdió por primera vez su impasibilidad británica, adoptando un aire de mal humor y cuando la traviesa miss Wilkinson nos sacó la lengua como si quisiera decirnos:
–Pueblo ingrato. ¿Renuncias a nuestra protección? Pues, ¡anda y que te zurzan! Después de todo, nosotros siempre encontraremos por ahí alguna ciudad asolada por un terremoto, para investigar si en esa ciudad fue una tierra quien destruyó las casas con sus sacudidas o si, por el contrario, fueron las casas quienes, de tanto sacudir la tierra, acabaron abriéndola y hundiéndose en sus grietas.
HACIENDO DE REPÚBLICA
EDICIONES LUCA DE TENA, 2006