Oscuro presagio
Sevilla 2019
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Tendrían que ser días sevillanos. Días alegres, salerosos y sin pizca de vergüenza en un extraordinaria ciudad donde el sentido del ridículo fue desterrado hace siglos y donde el forastero no puede dejar de maravillarse, envidioso, ante tanta gente convencida de sus privilegios: “...No hay mejor cosa en el mundo que ser español, andaluz y sevillano”. La epidemia asesina se ha cargado el colorido ajetreo entre el puente de las Delicias y el de los Remedios. Vistoso ir y venir de carruajes, caballerías, guapas a reventar y tíos desparramando salero que un servidor, de natural sosindango, disfruta en tranquila contemplación. Esta alegría sevillana, democracia aristocrática sólo al alcance de espíritus elegidos, no la he visto en otras ferias andaluzas, todas ellas tocadas por el arte de presumir. A mí me parece que el sevillano es el presumido a conciencia. El presumido por antonomasia, pero una presunción que no es eso que en Burgos entendemos como chulería barata. Es una presunción convertida en ritual y que no necesita palabras. Se ve en como andan ellos y ellas, como visten, como calzan, como se peinan... Los sevillanos no disimulan sus aires orgullosos, como los disimularía un cordobés o un malagueño, por ejemplo, porque su chulería no es de “soy más que tu” sino de “voy vestido que da la hora” y “cómo lo vamos a pasar”. Lo va a pasar de cine con otros tan presumidos o más que el o ella. No piensan en dar envidia, sino que les aplaudan el gusto y por supuesto no miran altaneros ni con desprecio a los de niki barato como el de un servidor. Quieren y disfrutan su Feria por tenerla como necesidad vital, porque es la que los va formando desde chicos y ya sobre los treinta los convierte en sevillanos de ley hablando todo el año como en Feria, decidiendo como en Feria, convenciendo como en Feria. Se les nota la sevillanía feriante porque no se enfadan, parecen no dar importancia a casi nada e incluso pueden enredarte con un arte que no puedes tomar a mal. ¡No me digan que no hay que alabarles el gusto de acondicionar las casas y balcones como si fueran casetas para no perder el año tontamente!
En mis paseos de antes de la peste, sería por enero, en el poligonillo de Pedroches, que son unas naves que se encuentran al entrar en Córdoba por la carretera de Badajoz, se me apareció una ventana un tanto tétrica que quiere ser escaparate de un taller de vestidos de gitana por el que me suelen preguntar en los Montes de Toledo. Me incomodó en su día la imagen, pero nunca pensé que pudiera tomarse como de mal augurio. Con la Feria de Sevilla, me he acordado de ella y aquí la traigo.