jueves, 30 de abril de 2020

Un año de jubilado

   Mítica Casa-taberna El Pisto en San Miguel. Ya cerrada


Francisco Javier Gómez Izquierdo

         Andar dos horas todos los días y visitar de vez en cuando a la familia. Madre y hermanos en Burgos, el hijo en Sevilla y la parentela de mi doña en C. Real. Eso es lo que pedí hace un año cuando me jubilé creyendo casi innecesario señalar tan modestas pretensiones por ser lo que venía haciendo desde siempre. Ir a Burgos, Sevilla y C. Real no sólo es por gusto, que también, sino por considerar de obligado cumplimiento dedicar las atenciones debidas a los de uno. Entre mis deseos futuros entraba también Cádiz, que, ésta sí, es inclinación sólo achacable a devoción o vicio como quieran ustedes entender debilidad tan comprensible, pero ¿quién me iba a decir que propósitos tan sencillos me iban a ser imposibles en menos de un año? “Vas a tener tiempo para todo”, me decían aquel abril y mayo de brindis por cualquier disculpa.
      
Aquí estamos. Presos con tele y libros y con unas ordenanzas gubernamentales para el inmediato porvenir de los primeros permisos y la progresión al tercer grado redactadas con mucho desconocimiento del comportamiento y hábitos de los ciudadanos normales. Personalmente no entiendo la férrea prohibición hasta ahora del caminar y correr en solitario, pero soy persona de acatar la ley por mucho que me incomode -¡no como otros!- y he sido riguroso en el cumplimiento de una norma fácil de entender por escueta y tajante. Lo que no veo tan fácil de respetar o mejor de interpretar es la próxima normativa de los bares. Me parece que el redactor o no va a los bares o sólo conoce los del centro de las ciudades donde la mayoría de los clientes va de paso y toma un café o una cerveza con un pincho y marchan “escopetaos” a sus asuntos. Los bares de barrio en Andalucía no son como en Castilla donde las cuadrillas chiquitean -mejor chiquiteaban-  de bar en bar y cada vino no llegaba al cuarto de hora de estancia en el establecimiento. En Andalucía se va a un bar y como los escritores de hace dos siglos se forman tertulias en un santiamén entre los clientes habituales que por habituales se sienten cofradía.
      
Un servidor es de bar. De tomar café y tostada donde lo ponen bien. Pocos sitios en Córdoba como en lo de Antonio, que es donde voy todas las mañanas, me pilla cerca y pone a nuestra disposición toda la prensa del día. Antonio abre a las cinco de la mañana y su amplia terraza se llena de sociedades que se han formado en sus mesas: los Pacos, los de enfrente, las chicas de oro, los “fontas”, los de Sadeco... Lleno en las mañanas en un continuo fluir, lleno al mediodía a la hora del medio por su generosidad en unas tapas que atraen cordobeses, tal que el día de las manitas, de la otra punta de Levante... y abarrotado los fines de semana porque se come en condiciones y a muy buen precio. 

Antonio pone trabajo a destajo y necesita muchos pocos para que le sea rentable tanto esfuerzo y dedicación. Libra sólo 15 días en agosto. Como Antonio hay muchos bares-restaurantes en España. No están en el centro de la ciudad. Están en los barrios. Donde vive y da para vivir la gente. ¿Cómo dice Antonio ahora que te tomes rápido el cortado o el tubo o que no puede poner más mesas cuando está acostumbrado a ponerlas en rincones imposibles después de tener la terraza abarrotada? ¿Tendremos que hacer cola para tomar un café o una cerveza? ¿Quién medirá el tiempo de estancia? ¿El camarero o el que espera sentarse? ¿Qué broncas no habrá? ¿Si primero el 30 y luego el 50% de aforo cómo entender los ERTES sin despidos? ¿Y van a entender los municipales qué cosa es el 30% en el bar de Antonio si ni siquiera Antonio sabe calcularlo? ¿Y qué decir de las tabernas con sus cuartos recogidos de tanta tradición en Andalucía? Para regular la apertura de éstas se necesitará un cum laude.
      
Total, que en Córdoba estoy lejos de todos los sitios, y de  todo lo que uno esperaba disfrutar tranquilamente en su jubilación está prohibido o racionado, que es casi peor.

Peluqueros

Redondo, al pelo


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Sánchez / Pablemos en La Moncloa y Almeida / Villacís en el Ayuntamiento (Charles y Caroline, los Ingalls, que han hecho de Cibeles “La casa de la pradera”) se han agenciado sendos comités de expertos.
    
Como uno no va a misa, donde te puede copar un comando de rangers del Ayuntamiento de los Juristas, nos ceñiremos al comité de La Moncloa, con Iván Redondo y Julio Rodríguez.
    
Rodríguez, de ojos pequeñucos y muy juntos, es premio “Bernardo Vidal a los valores constitucionales y Fuerzas Armadas” (“Me parece tremendamente acertado hablar como dice el Premio”, fue su discurso de recogida, digno de Livio) por defender para Cataluña el “derecho a decidir” que la Onu de Ban Ki-moon negara.
    
Y Redondo, que entró calvo a La Moncloa y ahora agita una melena que parece el Cristo de Velázquez cabreado (regalo de Ruano a Lola Flores), es la Adelina de Sánchez (aquella bruja de Pujol).
    
Un experto, según Murphy, es la persona que ha cometido todos los errores posibles en un campo de estudio limitado, y Redondo y Rodríguez cobran ahora del Estado como expertos en pandemias.
    
Expertos no significa inteligentes, que la inteligencia nunca tuvo consideración en España. Inteligencia significa penetración (para llegar a ver lo que hay detrás de las apariencias), ideológicamente perseguida, por heteropatriarcal, en las leyes del Consenso.
    
No es baladí la liebre que Iván Redondo lleva por flequillo. España es hoy una peluquería en sábado de boda. Del periodismo de peluquería de Ferreras a la política de peluquería de las Montero (“Cuando se calla María Jesús Montero es como cuando se apaga la campana extractora”, tuiteó un castizo). En Francia, la Revolución, al prohibir las pelucas, chafó a los peluqueros, que se hicieron caudillos de la reacción y montaron la Guerra de la Vendée. Por eso a Sánchez le costó cerrar las peluquerías. ¿Cómo salir a la calle, llena de viejos en bermudas, chanclas y con un pelazo como el niño de Mad-Max, entre Mario Vaquerizo y Lauren Postigo?

La Masa




Manuel Manilla



Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "¡No mueras, te amo tanto!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos repitiéronle:
"¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: "¡Quédate hermano!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos lo hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazo al primer hombre; echóse a andar...

CÉSAR VALLEJO

miércoles, 29 de abril de 2020

Macarena Olona



COMO UNA OLONA

Hughes
Abc

La farsa española es tal que Macarena Olona pasa por fascista. Les sale mejor decirle eso que reparar, y hacer reparar a los demás, en la capacidad de esta mujer que en plena edad de oro del feminismo es ignorada con cada demostración que da en las Cortes. Allí va dejando pálidos, lívidos y mustios a los señorines gubernamentales, uno a uno, lo que ya no es ninguna casualidad. A Vox le viene muy bien esto.
 
-¿Que no nos gustan las mujeres? Ea, Olona, que es mujer y media, es mujer para todo el “virileo” voxista junto.

Le falta a Vox poner a un gay notorio que sea tres veces más gay que todos los demás, y que se coma con papas a Jorge Javier.
 
Olona, siendo abogada del Estado y premio extraordinario, parece que es una más. El curriculum a ella no se le reconoce porque (dicen) es “facista”. ¿Acaso su Estado es menos Estado que el de los demás abogados del Estado? Soraya también lo era, y Almeida. Pero el Estado de Olona parece que sea otro, otro Estado, más humilde. ¡Parece abogada de pleitos de Estado pobre! Su Estado brilla menos, da para menos, es menos plenipotenciario. En ella se adivina lo que tiene de rocín cansado y cosa desestructurada. ¿Es más real el Estado que presentimos en Olona? Cuando se la ve, se piensa en cómo debe de ser el Estado en Palencia, o cómo será en el País Vasco, donde estuvo. Allí y luego denunciando la corrupción siamesa de PP y PSOE.

Olona está siendo la dicción serena, el temple, el valor en la tribuna, la claridad, el Estado y además la Nación, y eso ya es importantísimo, ¡redondez conseguida! ¡Totalidad ya! Olona reúne en su figura Estado y Nación, los dos, con su perfil de heroína clásica española, de busto cívico verosímil entre la bella María (no Mariana) Pineda, q.e.p.d., y la Amparo Soler Leal innegable, consustancial y también rescatable en ese Arca de Noé de la españolidad que es Vox. Eso no puede perderse. Lo que de Amparo Soler Leal tiene la española frente al español, siempre con menos palabras, eso tenía que estar en el Congreso. En el intercambio, en la discusión, en “la casa de la palabra”, tenía que estar la mujer de carácter, muy difícil de engañar, que nos podría recibir perfectamente con el rodillo porque ¡la auctoritas la tiene! La auctoritas es femenina, ojo, pero no es de las que se dejan embaucar por el donjuanismo playero de Pedro Sánchez.
 
La mascarilla rojigualda de Olona es como el parche de Amparo Soler Leal en La Escopeta Nacional. ¡Posibilidad cinegética ahí, de maridicidio! Vislumbre de la mujer-fuerte, castrense.
¡Ese Estado, ése! Ya no el palaciego, enmoquetado, sino el otro.

Cuando se recoge el pelo, bien estirado hacia atrás, y le canta algunas verdades a Pedro Sánchez, no me importa reconocer que veo en ella (la edad ya) a una Márquez Piquer constitucional, con esa extrema seriedad de copla levantina, es decir, convencida, interna, fatídica, pero sin llegar a lo redicho, sin el ademán. Es ahí cuando la suavidad mejora lo que dice. Cuando podría esperarse el arranque racial, el desgañite, ella se sujeta, porque habla siempre como si hablase ante un juez.

Macarena Olona es mujerón sin femineos, es madre sin sacar el tetamen curul y es Abogada del Estado sin repelencias. Es bastante “titana” la señora Olona, pero aquí, en esta farsa, pasa por fascista o directamente pasa sin más porque no tiene, como tendría si fuera del PP, a líricos suaviters ni a ruiseñores de López Ibor cantándole de mañana a la noche lo buena que es y lo lista que es y lo guapetona que es y lo valiente que es y lo todo que es y lo bien que se sabe los Códigos. Ya llegarán (si no la destierra Pablo Iglesias), pero decirlo entonces será como decir que el sol brilla en primavera.

Reseteo




Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Si en medio de la peste china España encierra a Bardacid, el laboratorio de Bardacid, y suelta a Jorgeja, el obscenario de Jorgeja, será porque el Sistema está de reseteo.

    Los pueblos idiotizados como el nuestro únicamente aprenden por el acontecimiento: sólo creen que llueve cuando se mojan. Al cabo de medio siglo, una corriente liberalia que a mí me enternece comienza a darse cuenta de que esa batucada tautológica del “Estado social y democrático de derecho” no es más que un camello diseñado por una comisión en la rebotica de Casa Manolo, a cuya mesa nuestros Founding Fathers, todos con boina, no dejaron sentarse a Aristóteles, paisano, por cierto, del diseñador del Mini (Morris Mini-Minor) que creó la greguería del camello.
    
El todo antes que las partes, enseña Aristóteles. Los Founding Fathers de Filadelfia, que habían leído al griego, y en griego, lo tuvieron en cuenta, y hoy el reparto del gasto público de los Estados Unidos viene a ser 15 (local), 15 (estatal) y 70 (federal). Los Founding Fathers de Casa Manolo, en cambio, habían leído entre todos una solapa de Rubio Llorente y otra de García Pelayo (¡teniendo a Nicolás Ramiro Rico!), y hoy el reparto del gasto público viene a ser 15 (administración central), 15 (municipal) y 70 (autonomías). Y vamos al Segundo Consenso: el separatista.
    
Autonomía es ahora una voz ideológica. El argumento del único pensador que la combatió fue que el deseo autonómico lleva a la conclusión de que en la independencia está el modo genuino de satisfacerlo, y en la autodeterminación, el de lograr la independencia. La experiencia, en política, es la Historia, y la Historia muestra que la llamada autodeterminación no es cuestión de derecho, sino de fuerza.

    –La verdad es que sólo Dios (“sive Natura”) se autodermina.
    
El mundo liberalio ha tenido que verse atropellado por el reseteo del Sistema para sospechar que estamos en una crisis de Estado, cuya señal, indicada por Lenin, es la falta de respeto a los magistrados.

Y si después de tantas palabras

Manuel Manilla


¡Y si después de tántas palabras,
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!

¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!
¡Levantarse del cielo hacia la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!

¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da...!

¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo, desde luego!

Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena...
Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra!

CÉSAR VALLEJO

martes, 28 de abril de 2020

En la muerte de Robinson

Robinson y Quique Martín


Francisco Javier Gómez Izquierdo

        Como ahora las noticias corren tan rápido me ha llegado la muerte de Michael Robinson mientras compraba unas cajas de cerveza en el supermercado y prometo que me he quedado parado ante el puesto del vino, tentado de coger una borrachera y no soltarla hasta que nos quiten esta prisión camuflada de necesidad.

      ¿Qué voy a poner de Robinson que no se sepa? La mayoría conoce mejor sus labores en radio y televisión por las que se hará inmortal entre los españoles, que su trayectoria futbolística, la que a mí más me atrajo del personaje. Tuve la inmensa fortuna de coincidir en Pamplona con su llegada a Osasuna y vivir quizás la mejor época rojilla con Pedro Zabalza de entrenador y el difunto Fermín Ezcurra al mando del club, presidente que fue perjudicado por comportarse legalmente en el escandaloso reparto de la deuda del fútbol tras el mundial de España. Posteriores directivas osasunistas van engrandeciendo con sus malos ejemplos, como el de la reciente condena por amañar partidos, la ejemplar dirección de aquellos años 80.

      Lo primero que me llamó la atención de Robinson fue su coche con aspecto de bólido de una marca sueca que no había oído nunca y por supuesto su valentía ante aquellos defensas recios broncos y bigotudos. No recuerdo ningún gol suyo como recuerdo los de Sola, que es el que más bonitos los colaba, o Goicoechea, Rípodas y Enrique Martín, que sumaban trofeos a costa de los topetazos del ariete inglés. Robinson fue delantero antiguo con el pedigrí y las más aplaudidas características de los nueves ingleses que yo creo era además el espejo en el que se miraba la afición de El  Sadar. Sarabia, con el que traté, José Luis, no Manolo, y que llegó a jugar en el Burgos me lo decía: “El delantero centro de Osasuna tiene que ser alto y fuerte y yo soy un tirillas chiquitín”. 

Además de este Sarabia, a Robinson le disputó el puesto un tal Pedersen que además de técnico y frío no era simpático; el Cuco Ziganda que empezaba y Pepe Mel con el que un servidor charló alguna vez durante el ostracismo al que le envió el Madrid. Casi nadie recuerda que Mel jugó en Osasuna, aunque jugar, jugar, creo que no jugó ni un partido.

    Robinson tiene dicho que cuando fichó por Osasuna no sabía nada del club ni de la ciudad, pero cuando conoció cómo se vivía en Pamplona convenció a Sammy Lee para venirse con él desde Liverpool nada menos y a todos nos parece que él mismo prometió quedarse aquí de por vida. Dicen, no se si será cierto, que los del Canal + le mandaban a Inglaterra por las vacaciones para que no perdiera ese acento y ese vocabulario tan particular que gastaba y que tan bien caía entre sus fieles seguidores. Se convirtió en llamativa etiqueta distintiva.
     
Robinson, listo y picarón, se ganó a todos los públicos con gestos inteligentes que fueron conformando yo creo que un agradable vivir hasta que le vino atravesada una de estas plagas mortales que nos tienen emponzoñados. Quizás su cátedra de simpático cum laude la recogió en Cádiz cuando se hizo incondicional de un club en el que como jugador  hubiera padecido la incomprensión y la guasa del Carranza. Allí tenían al Mágico, la antítesis de Robinson. La guasa del Carranza dispara en muchas ocasiones para bien y los últimos años nuestro hombre agradecía ése bautismo cadista de permitir nacer a los gaditanos donde les salga de los coj.... tal que en Leicester, como Maichel. Morir tan pronto no tendría que permitirse ni en Cádiz ni en ningún sitio.

      Descanse en paz, Maichel Robinson.

Esquizo



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Decíamos ayer que para la situación invivible española sólo hay las dos soluciones que Cabrera Infante diera para la situación invivible cubana: “La esquizofrenia o la huida”.
    
Uno se ha apuntado a la primera (es mi pobreza, no mi voluntad la que consiente), con la inspiración del alcalde Almeida, que el domingo, más pichi que el machadiano don Guido, fue a la misa de la Almudena a dar ejemplo, cuando lo que tiene que dar, y no da, es una explicación a la toma por sus “rangers”, como salidos de una cantina mexicana de la guerra cristera, del altar mayor de San Jenaro, en Madrid, en plena misa de Resurrección, la fiesta más hermosa de los cristianos.
    
No pedimos guardias de Brighton, exquisitos (en idéntico cometido, estos días de pandemia) como David Niven en “La Pantera Rosa”, pues para eso hay que tener detrás una nación con tres siglos de libertad política, cosa que aquí tenemos por estrenar. Pedimos un respeto de especie a la civilización, como el que algunos pedían ayer a una miliciana que tuiteó contra la imaginera lágrima de luto de Ayuso mezclando Catolicismo, Iglesia, Goya, Saturno y 98.
    
Como la miliciana no nos escucharía, se lo contamos al alcalde, que habla como una parpayuela (para contarnos lo alto que es un abogado del Estado) y que también lo necesita: Azorín llevó al 98 a Toledo para ver al Greco, quien les “descubrió” al cardenal Romo, quien los “adentró en el corazón de España” con su libro “Independencia constante de la Iglesia hispana” donde, en 1843, se lee algo que hoy nos está vedado: que la soberanía nacional, “tan decantada entre los corifeos de nuestras Cortes, no ha sido ejercida nunca ni por sueños en España”…

    –La soberanía del pueblo americano, única que existe en toda la extensión de la palabra, y de la que las de la Europa no son más que un simulacro
    
El cardenal no habla de “Estado social y democrático de Derecho” (muletilla del alcalde) por ser invento de la RDA de aquel Honecker a quien Villapalos colgaba medallas de oro.

Un estudio sobre la auténtica desinformación

ABC

 A qué se refiere la policía cuando recomienda el uso de fuentes oficiales de información: el gobierno dando datos a la OCDE que reproduce el propio gobierno y luego, como champán cayendo por una cascada de copas, sus Ecos del Vocerío




Los heraldos negros

Manuel Manilla


            Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!
           Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
                   la resaca de todo lo sufrido
                se empozara en el alma... Yo no sé!

             Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
             en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
              Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
            o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

             Son las caídas hondas de los Cristos del alma
            de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
             Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
         de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

         Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
          cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
               vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
           se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

            Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!

CÉSAR VALLEJO

lunes, 27 de abril de 2020

Feria en Sevilla


 Oscuro presagio
 
Sevilla 2019
 
  
Francisco Javier Gómez Izquierdo

Tendrían que ser días sevillanos. Días alegres, salerosos y sin pizca de vergüenza en un extraordinaria ciudad donde el sentido del ridículo fue desterrado hace siglos y donde el forastero no puede dejar de maravillarse, envidioso, ante tanta gente convencida de sus privilegios: “...No hay mejor cosa en el mundo que ser español, andaluz y sevillano”. La epidemia asesina se ha cargado el colorido ajetreo entre el puente de las Delicias y el de los Remedios. Vistoso ir y venir de carruajes, caballerías, guapas a reventar y tíos desparramando salero que un  servidor, de natural sosindango, disfruta en tranquila contemplación. Esta alegría sevillana, democracia aristocrática sólo al alcance de espíritus elegidos, no la he visto en otras ferias andaluzas, todas ellas tocadas por el arte de presumir. A mí me parece que el sevillano es el presumido a conciencia. El presumido por antonomasia, pero una presunción que no es eso que en Burgos entendemos como chulería barata. Es una presunción convertida en ritual y que no necesita palabras. Se ve en como andan ellos y ellas, como visten, como calzan, como se peinan... Los sevillanos no disimulan sus aires orgullosos, como los disimularía un cordobés o un malagueño, por ejemplo, porque su chulería no es de “soy más que tu” sino de “voy vestido que da la hora” y “cómo lo vamos a pasar”. Lo va a pasar de cine con otros tan presumidos o más que el o ella. No piensan en dar envidia, sino que les aplaudan el gusto y por supuesto no miran altaneros ni con desprecio a los de niki barato como el de un servidor. Quieren y disfrutan su Feria por tenerla como necesidad vital, porque es la que los va formando desde chicos y ya sobre los treinta los convierte en sevillanos de ley hablando todo el año como en Feria, decidiendo como en Feria, convenciendo como en Feria. Se les nota la sevillanía feriante porque no se enfadan, parecen no dar importancia a casi nada e incluso pueden enredarte con un arte que no puedes tomar a mal. ¡No me digan que no hay que alabarles el gusto de acondicionar las casas y balcones como si fueran casetas para no perder el año tontamente!

       En mis paseos de antes de la peste, sería por enero, en el poligonillo de Pedroches, que son unas naves que se encuentran al entrar en Córdoba por la carretera de Badajoz, se me apareció una ventana un tanto tétrica que quiere ser escaparate de un taller de vestidos de gitana por el que me suelen preguntar en los Montes de Toledo. Me incomodó en su día la imagen, pero nunca pensé que pudiera tomarse como de mal augurio. Con la Feria de Sevilla, me he acordado de ella y aquí la traigo.

Los Dados Eternos

Manuel Manilla



Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;

me pesa haber tomádote tu pan;

pero este pobre barro pensativo

no es costra fermentada en tu costado:

¡tú no tienes Marías que se van!

Dios mío, si tú hubieras sido hombre,

hoy supieras ser Dios;

pero tú, que estuviste siempre bien,

no sientes nada de tu creación.

Y el hombre sí te sufre: ¡el Dios es él!

Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,

como en un condenado,

Dios mío, prenderás todas tus velas,

y jugaremos con el viejo dado…

Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte

del universo todo,

surgirán las ojeras de la Muerte,

como dos ases fúnebres de lodo.

Dios mío, y esta noche sorda, oscura,

ya no podrás jugar, porque la Tierra

es un dado roído y ya redondo

a fuerza de rodar a la aventura,

que no puede parar sino en un hueco,

en el hueco de inmensa sepultura.

CÉSAR VALLEJO

Centrípetos y centrífugos



Hughes
Abc

Como dirían ellos: el centro es una posición moral. En España se ha convertido en la ideología oficial subalterna y, en todo caso, en la ideología que le permite la izquierda hegemónica al resto. El centrismo (o, si se es carca, el “moderantismo”. Moderantismo es la palabra para el que no pudiendo o no queriendo tener aspecto de centrista –un aspecto, por ejemplo, de González Pons- quiere la suavización).

El centro es una zona de paso, es una zona de tránsito hecha lugar de asentamiento: allí coinciden los que van de la derecha a la izquierda, el corredor por donde acuden a recibir la bendición (cultural) de la izquierda, y donde pululan también los que, menos, van en sentido contrario. Condenados todos como estamos a la ignorancia absoluta por la educación prisaico-estatal, el que abandonó la izquierda tiene al menos un poder, un don que le distingue: es un avisado, un introducido en los misterios del racionalismo y cientifismo. Ese centrista estaba diseñado que fuera el límite, y lo es en cierto modo, que fuera el desafecto, el “traidor”, la figura del disidente solitario. Esta es la maravilla española: el centrista límite, el centrista como ser de frontera. ¿Y cómo es posible siendo centrista? Pues ahí está el “deliri” español.


Del Centro

Hay dos dinámicas centristas. El centrismo centrípeto, que va de la derecha a la izquierda; y el centrismo centrífugo, que va de la izquierda a la derecha. El centrismo centrípeto sería, por ejemplo González Pons. El centrípeto es, sobre todo, político, aunque también lo hay intelectual. Es la Semperidad, o la Gonzalezponseidad. El centrismo centrífugo es sobre todo intelectual, eminentemente intelectual, a veces la izquierda que reprocha a la izquierda española su iberismo: es el izquierdismo que se sale, los koestlers, esa figura que a partir de su disidencia será moderado incordio para el hegemón.


El centrismo español es tan rico que habría que empezar a clasificar y a precisar, porque diciendo centrista no se dice nada. Todos lo somos. Empezaría por decir centrípeto o centrífugo, según vengan o vayan. Unos suelen vestir de blanco (son de paz), otros de oscuro (en son de emboscadura). Por ejemplo, Pons no es ya un centrista, es un centrípeto.Así, la prensa dominical es un cruce de movimientos centrípetos y centrífugos.

Como es lo que toca ser, miro al Centro con curiosidad y cierta irritación, y observo cómo se adapta a esta Crisis del coronavirus. El centro es bifronte y siempre cae de pie. Fallo tras fallo, siempre resuelve su posición en una nueva postura adaptativa. Porque el centro es, como Platero, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón, sin huesos. El deshuesado centro nunca es derrotado. Al no tener huesos no sufre fracturas. El centrista no sufre derrotas políticas que le llevan a la tristeza o a la depresión. El derrotado intelectual, con su grandeza, no es una figura centrista. El centrismo es un tránsito, una fluidez, una liquidez.

Para el Centro

El derrotado intelectual es superado por su tiempo, o es ignorado cuando su tiempo no le sigue. El centrista está siempre en el tiempo, en Su Tiempo. No tiene esos problemas utopistas o reaccionarios. Por eso no es una figura trágica, ¡aunque ellos querrán serlo! (el centrismo límite ofrecerá en España la posibilidad del centrismo trágico)

En esta crisis ha habido ya, además del antipedrismo furioso (antipedrismo en el que iguala o supera a la derecha, que es a la vez ultraderecha), algún indicio de respuesta centrista. Se escucha mucho en el centrismo que Vox y Podemos son dos formas de correspondencia (los populismos) pero quienes eso dicen, que pueden acertar, olvidan la correspondencia y colaboración entre su propio centro y la izquierda. La política de la Verdad, el concepto de bulo, fake y posverdad, la intromisión estatal en La Verdad es una política teorizada por el centro. Por el centro ideológico y periodístico, en entrevistas, artículos, think tanks y conferencias. Hay una continuidad entre los planteamientos del macronismo liberal europeo y lo que dice este gobierno. Redondo y Sánchez solo cogen lo que dejaron escrito los centristas y en su condición de grandes recicladores de textos ajenos lo usan (¿A que nadie en el periodismo español acude a comprobar a quién está “plagiando” Sánchez cuando habla de las Fake News? ¿Piensan realmente que eso sí es suyo?). Las sucursales españoles del macronismo nos instruyeron con este asunto y ahora que el asunto se manifiesta ¿qué hacen? Pues criticar al gobierno, por supuesto. Desde los minaretes del racionalismo y la ilustración alertaban contra el populismo, y ahora el gobierno, naturalmente, utiliza ese argumento contra “un populismo”, su populismo, la llamada ultraderecha, a cuya etiqueta, por cierto, contribuyeron de manera entusiasta los del centro y “centroderecha”. Sánchez no inventa nada. Sánchez, el intertextual, nunca inventa nada.

Iglesias, por cierto, usa mucho la expresión “escudo social”. El poder económico real tiene de escudo social a la cultura política socialdemócrata y a su establishment cultural. Y este mudo hegemónico tiene, a su vez, como un círculo concéntrico, el anillo periférico del centrismo. Por eso el centrista es el límite, y el centrismo español acoge esta idea con agrado: el intelectual centrífugo en las lindes del sistema, el Zweig doméstico que superó el izquierdismo a base de mucho leer los traumas del siglo XX, y que, estando de acuerdo en lo fundamental, se permite un aire reaccionario, aunque no mucho.

Desde Matrix, desde el diseño del sistema español, el centrista es esa figura, y por eso sus máximas representantes tienen un aire herético y escandaloso. Desde fuera de Matrix, solo ves un centrista, pero desde dentro es la figura-límite del intelectual incómodo, como una “excrecencia” de la propia ideología dominante que se soporta a duras penas.


Por el Centro

La última pirueta del centrismo va a ser descubrir los fallos del sistema del 78. Algunos fallos. Entre las muchas crisis provocadas por el coronavirus está la del Estado. No voy a repetir lo sucedido porque es conocido. Fallos de coordinación, de articulación, de distribución de competencias, disfuncionalidad (y sin-funcionalidad) y vetos de naturaleza “federal”. Ahora, cuando esto ya es innegable y el ejército es vetado por poderes del propio Estado, cuando se llega a esta ignominia a la que llamaremos “disfunción”, ahora nuestros queridos y admirados centristas, que son unos chicos listos pero con paradójico ritmo de niño tonto, caerán en la cuenta de que falla el Estado actual.
¿Y quiénes han defendido políticamente la crítica al Estado territorial del 78? Pues Vox y quienes no siendo de Vox, y desde posiciones de defensa nacional, criticaban la configuración del Estado Autonómico.
La crítica al Estado Autonómico ha sido antisistema, pero no el antisistema que otorga prestigio, sino el antisistema de la “ultraderecha”. Cuestionar el Estado Autonómico era contrario al 78, y por tanto nefando. Sacrílego. Perfectamente puede pasar, y pasará, que los de Vox se queden de últimos defensores del 78 y que esos centristas de fino olfato analítico les pasen ahora por la derecha criticando el Estado-social-y-democrático-de-derecho-que-con-la-Constitución-nos-dimos. ¡Todavía tendremos que ver cómo le hacen con esto mansplanining centrista a Macarena Olona!

Ahora, con decenas de miles de muertos y un desastre innegable (aunque nos lo negarán y hasta nos convencerán de ello), los amigos centristas van a llegar a base de sinapsis a la conclusión de que este Estado falla. A posteriori, claro, porque decirlo a priori era facha. ¡En España el a priori es facha!

Los centristas, ese último anillo tolerado por el gran anillo progresista que a su vez rodea al anillo duro del dinero, nunca pierden. Como esos círculos concéntricos funcionan como una rueda, como algo giratorio y dialéctico, siempre avanzan, son dinámicos. Sus opiniones son como los paraguas. Entran con las suyas en un fenómeno histórico y salen con las de otro. Da igual.

"España está agotada"


CONVERSACIÓN CON EUGENIO NOEL
Madrid, 1885 - Barcelona, 1936


Por Alberto Guillén

Yo vi en la calle un hombre con rizada melena. Parecía un músico de arrabal. Las gentes lo miraban sonriendo. El hombre era gordo, iba con capa y llevaba a su lado una mujer y un niño. Entraron a comprar flores. Al salir, la señora tenía un ramillete de violetas y el niño una sonrisa en sus ojos celestes.
 
¿Es usted Eugenio Noel?

–Sí, señor.

–¿Podría verle en alguna parte?

–Sí, señor. No faltaba más. En la Maison Doré, calle de Alcalá.

–Bueno. Gracias. Estaré allí a las once.


No tuve que preguntar. La melena rubia y la frente de Noel son inconfundibles. Estaba en el centro del café. Solo, sin hacer caso a nadie. Bebía cerveza y desdoblaba periódicos. Un periódico, luego otro periódico.


–¿Es usted americano?

–Sí, señor.


Noel sigue desdoblando periódicos. El humo de los cigarros hace denso el ambiente. Cada corrillo es dueño de una mesa y dueño de hacer la autopsia a medio mundo. Se discute, se opina, se vocifera, se dejan caer razones contundentes como manotazos. Todos aquí son “eminentes”. Fuera de cada corrillo el mundo no existe. Cada mesa es un castillo cerrado. Noel me mira con recelo. Entorna los ojos por encima de los periódicos. Tiene cierta languidez femenina en la mirada.

 
–Yo he leído de usted, señor Noel, un cuento admirable. Se llamaba, si mal no recuerdo, Alma de Santa.
 
Noel deja los periódicos sobre la mesa y ahora me mira a la cara. No es ya el Noel de los retratos. Es gordo como una abadesa, con los carrillos un poco descolgados y la frente, la gran frente, sucia de sudor y de polvo. Tiene los ojos claros y los cabellos rubios en desorden.

 
–¿Sí? ¿Usted ha leído Alma de Santa? Es un cuento de juventud, cuando D'Annunzio y los preciosistas triunfaban con sus acrobacias de estilo. Cuando Valle-Inclán también triunfaba con su palabrería tan artística.

–¿No le gusta a usted Valle-Inclán?

–No, señor. Sus libros son muy bonitos, pero muy huecos. Vasos bien cincelados que dan gusto a la vista, pero que no contienen nada.

–¿Pero no cree usted que en Valle-Inclán hay verdaderos atisbos de la raza?

–Sí, algunos, sobre todo de Galicia, su tierra. Pero no es eso la España verdadera. Los personajes de Valle-Inclán se oyen hablar, cuidan de su estilo como muñecos de guiñol, se enmascaran con gestos hermosos, son teatrales como lo somos todos los hombres de ciudad. Es decir, los que hemos perdido la ingenuidad, la virginidad primitiva de la Raza. Esos personajes de Valle-Inclán están fuera de la vida, están en tablado, son para la escena. Por eso Valle-Inclán no quedará. Ya no se le lee. Ya pasó...


Noel está sudoroso. Tiene la frente mojada y de cuando en cuando subraya sus frases pasándose por ella una mano regordeta. En los dedos de la mano no hay anillos como en las de Francés, pero hay luto en las uñas y en las vueltas de la capa hay grasa. También hay grasa en otras prendas. Yo siento en el corazón dolor agudo, algo como una decepción. Y es que, a la verdad, Noel tiene un talento formidable, y aquel cuento Alma Santa está muy bien escrito...

 
–Que le traigan cerveza. Beba usted algo.

–Gracias. No bebo. ¿Decía usted?
–pregunto.


Decía que las ciudades españolas han perdido su carácter, todas, absolutamente todas. El mismo Toledo no tiene otro mérito que haber inspirado a un espíritu tan complicado coomo el de Barrès. Pero el Toledo que nos pinta Barrès es un Toledo muy suyo. Yo veo otra cosa. Si a mí me leyera Barrès o Anatole France, me reconocerían como lo más grande que hay en España, pero no me leen ni saben que hay un Noel en España. Y es que la literatura actual española da asco. Es una literatura de falsificación y de mercaderes. España no es, no puede ser lo que pintan Francés y Belda. ¡Uf! ¡Qué asco! Y no me indigno por gazmoñería, como usted comprenderá...

–¡Claro está!...

–Es porque nos presentan al extranjero como un pueblo sin personalidad, sin carácter, sin originalidad, como un pueblo de simios que tratan de remedar a todos y pierden lo propio que tienen. Yo trato de hacer otra cosa. Otra cosa muy distinta. En vez de copiar las ciudades me voy a la montaña. Yo he estado desde muy jovencito en la montaña, en plena estepa. Yo descubrí el Guadarrama antes que los deportistas. Yo he conversado con los cabreros y con los pastores para hacer mi obra; con los gañanes y con los arrieros. Yo fui antes que ellos al alma virgen de la raza; yo les mostré el camino
.

Noel bebe, excitándose a medida que habla.


–¿De modo que no cree usted en ningún valor español de hoy?

–En ninguno. Absolutamente. Todos están equivocados. Azorín no ha hecho más que acuarelas, sin penetrar en la entraña virgen de la Raza. Baroja es un Montepín, trasladado a los cortijos. El español es observador por excelencia: anda observando a su vecino para criticarlo. Viven de la vida ajena, como las comadres del Arcipreste. Pero es una observación superficial. Pepita Jiménez está bien: La Hermana San Sulpicio es una monada deliciosa; pero qué pequeñitas, qué epidérmicas. Ni Galdós ha hecho la novela española. Desde Cervantes, no hay nada, absolutamente nada. El Cervantes de los Entremeses, del Quijote. Los Entremeses son lo más grande que hay en el mundo. Si Cervantes pestañeara, estaría a mi lado...

–¿En serio, señor Noel?

–Completamente. A mí no se me da nada de las alabanzas como de las censuras. Yo estoy solo. Solo como los leones. No contesto nunca las palizas ni los insultos. El tiempo los convencerá. No me trato con nadie. Además, no leo nada de lo que escriben. Esas novelas de Zamacois, de Francés, para citarle a usted los más respetables de toda esa cáfila de imitadores de Trigo, hiede a zorra, hiede a burdel barato. Para mí no tiene ningún interés saber cómo se acuesta un hombre con una meretriz o con una señorita honesta. Por más que aquello esté complicado con diálogos a lo Julieta y Romeo; con danzas estrambóticas, antes del acto, o con exotismos y perfumes de París. Yo voy a la raza misma, la raza que está virgen e inexplotada en los cortijos y en las sierras, en las majadas y en las crestas. De ahí es únicamente de donde se puede sacar lo característico, lo típico, lo verdaderamente original que podamos presentar a la literatura universal como nuestro. Es la raza lo que yo quiero. Por eso creo que hoy no hay nada más grande que Dostoyevski.


Noel habla en voz baja, casi melodiosa, a pesar de que arruga el entrecejo y le brillan los ojos. Entorna la mirada con cierta coquetería. Hay en él no sé qué aire femenino, muelle, mórbido. No obstante, se cree un león y anda siempre solo. Siempre, menos cuando lleva a su hijo de la mano. Su hijo tiene tres años y Noel lo adora tanto como a su genio.

 
–Tengo a mi hijo enfermo -dice– y sólo me ocupo de él. Yo sólo vivo para él; él y mis libros.

–¿Cómo se explica usted el atraso de España, señor Noel?

Muy sencillo. Está agotada. Quiere y no puede, pero no quiere que se lo digan. Pega una puñalada al que tiene esa audacia. Como me la han pegado a mí, como me la seguirán pegando. España está agotada. Lo hemos dado todo a manos llenas como niños botarates. Ya no tenemos nada, ni sangre ni espíritu. España conquistó América no con la espada, que era de lata muchas veces, sino haciendo hijos, muchos hijos. Los frailes decían una misa en la llanura tras de fecundar una hembra. Nuestro espíritu lo han derrochado hasta los golfillos. Si usted ha leído las novelas picarescas...

 
El camarero, inclinándose:


–¿Traigo más cerveza?

–Sí, con tal de que sea pronto –dice Noel. 

–¿Por cuál de sus obras tiene usted más cariño? –pregunto.
 
–Por mis Aguafuertes ibéricos y mis Vidas de Santos. Aquellos cuentos que usted leyó tenían un cosmopolitismo fácil y muy en moda del que ya me curé. Yo quiero ser racialmente español. Mire usted: una cocota francesa coge una novela de Francés o de Zamacois y la encuentra bien. Esto es lo absurdo...

–¿Y para el teatro no piensa usted trabajar, señor Noel?

–No, no tengo disposiciones. Además, Benavente ha matado el teatro español, con esos diálogos caseros, con esas intriguillas de novicia, con esos adulterios al estilo francés. La noche del sábado es perfecta, técnicamente hablando, pero...


El reloj canta una hora con su voz rítmica. No sé cuál. Nunca se sabe a la hora que será. Hay humo de tabaco y el café hiede a comadrería y a imbecilidad.


–¿Quiere usted, señor Noel, que salgamos a respirar la noche?...

(De La linterna de Diógenes, de Alberto Guillén, en Ave del Paraíso Ediciones

Lunes, 27 de Abril


Específicos nacionales y extranjeros

domingo, 26 de abril de 2020

La violencia de las horas


Todos han muerto.
Murió doña Antonia, la ronca, que hacía pan barato en el burgo.
Murió el cura Santiago, a quien placía le saludasen los jóvenes y las mozas, respondiéndoles a todos, indistintamente: «Buenos días, José! Buenos días, María!»
Murió aquella joven rubia, Carlota, dejando un hijito de meses, que luego también murió a los ocho días de la madre.
Murió mi tía Albina, que solía cantar tiempos y modos de heredad, en tanto cosía en los corredores, para Isidora, la criada de oficio, la honrosísima mujer.
Murió un viejo tuerto, su nombre no recuerdo, pero dormía al sol de la mañana, sentado ante la puerta del hojalatero de la esquina.
Murió Rayo, el perro de mi altura, herido de un balazo de no se sabe quién.
Murió Lucas, mi cuñado en la paz de las cinturas, de quien me acuerdo cuando llueve y no hay nadie en mi experiencia.
Murió en mi revólver mi madre, en mi puño mi hermana y mi hermano en mi víscera sangrienta, los tres ligados por un género triste de tristeza, en el mes de agosto de años sucesivos.
Murió el músico Méndez, alto y muy borracho, que solfeaba en su clarinete tocatas melancólicas, a cuyo articulado se dormían las gallinas de mi barrio, mucho antes de que el sol se fuese.
Murió mi eternidad y estoy velándola.

CÉSAR VALLEJO

"Todo español por el hecho de ser español es un hombre disminuido"



CONVERSACIÓN CON RAMÓN PÉREZ DE AYALA
(Oviedo, 1880- Madrid, 1962)

Por Alberto Guillén


Quiero acordarme de la dedicatoria de mi libro. Yo le llevé un libro a don Ramón, aunque hay quien dice que no lee los libros americanos que le envían. ¿Qué decía la dedicatoria? Ni más ni menos, así: "A don Ramón Pérez de Ayala, que es el único español en cuyo talento creo". ¿Así? ¿Tanto? ¿Y por qué? Justifiquémonos. Opinión tan decisiva ha menester razones contundentes. Pero ¿no es Ayala el que ha dicho ser un "hombre semifrustrado sólo por el hecho de haber nacido español"? ¿Es un hombre semifrustrado en el único en quien creo? No, señor. Es que "todo español por el hecho de ser español –es Ayala el que habla– es un hombre disminuido, es tres cuartos de hombre, medio hombre, un ochavo de hombre". ¿Entonces? Nada. La consecuencia es clara: Ayala tiene un admirable talento, porque...

¿Pero no es España?... " No; España no es todavía nación civilizada", dice don Ramón. ¡Todavía! Esto es, a pesar de los mil novecientos veintiún años que... (Perdonen los puntos suspensivos los lectores, que en este caso me ahorran tiempo y bilis.) ¿Cómo no estar, pues, de acuerdo, absolutamente de acuerdo con don Ramón? Menos mal que yo nací en cualquier parte y a él, es decir, a don Ramón, le "cupo la desdicha de nacer en España, a deshora". Esto es, cuando aún no es nación civilizada. Antes en sus dominios no se ponía el sol. ¿Y ahora? Esto se ha reducido a una grillera. Pues bien, paseando en la grillera, dándome de codazos con mendigos y con grillos... Nada. Que a mí me pasa lo que a Ayala: "A cada paso que doy –dice don Ramón– experimento una manera de congoja, de asfixia, que no es sino la ausencia de ideas en el ambiente".

Bueno. Ahora es Ayala el que habla. Paseamos por el Prado y ya los almendros están en flor; también los golfillos enseñan impunemente las desnudeces en el aire tibio.

Haría mucho bien –dice Ayala– que cada cierto tiempo viniera un muchacho de talento como usted, con ese valor que tiene usted, o observar el ambiente literario. España es una pecera demasiado chica y unos peces molestan a los otros con la cola.

Serán como los asnos de mi aldea, don Ramón. Cuando no se revuelcan, dan con los cascos en el predio vecino.

Sí, aquí es igual, somos como comadres que vivimos de la vida ajena a falta de la propia. Murmurando de todo. Ensayando el palillo de dientes en el nombre del amigo. Dando mordisquitos de ratón en...

Es verdad, don Ramón. Tiene usted razón. Ya lo había pensado. Si yo no tuviese un título tan bueno como La linterna de Diógenes para un libro humorista que estoy haciendo sobre la vida literaria de aquí, lo llamaría Las alegres comadres. Yo no he hecho más que escribirlo: ellos lo han pensado. Los visité a todos sin otra intención que conocer hombres, pero como más que hombres eran literatos, hablamos de literatura. Yo creo que la literatura le interesará siempre a un literato más que el arte culinario, ¿no le parece? ¡Eso fue todo y no fue nada! Y así nació mi libro.

Muy bien. Será ése un libro moral. Hará bien. Saneará el ambiente. Enseñará a amordazar esos pequeños odios, esos pequeños rencores que se tienen unos a otros, y a no tener siempre sino una opinión. Aquí son distintos el literato en sus libros y el hombre en su casa. Parece que siguen la máxima de Dumas: "Yo tengo –decía Dumas– dos opiniones de la Virgen: una para los periódicos y otra para los amigos". Esto es lo que pasa aquí. Se elogian en letras de molde y se muerden por la espalda. Yo abomino esta duplicidad. Soy uno en la vida como en mis libros. Opino igual delante de un amigo que en los diarios. Es necesario que cada cual cargue con lo que dice, ¿no es verdad?

–¡Claro! O que no lo diga.

–Esto es, que no lo diga si no tiene el valor de sostenerlo. Por ejemplo, yo tengo para mí que Benavente puede tener todos los defectos orgánicos que le dé la gana, pero eso no le quitaría el derecho de poder ser un buen dramaturgo. Cien veces he ido a un estreno suyo con el deseo de que aquello fuese una maravilla. Si luego ha resultado un desastre, yo no he tenido la culpa.

–Claro está, don Ramón. Pero ¿no es verdad que usted le dijo al escritor Hidalgo que Benavente era un...?

–No, hombre. No le dije eso. Ese joven ignora los matices. Pude haberlo dicho, pero no en esa forma. Lo que le dije es que Benavente tenía esa malevolencia morbosa y aguda que caracteriza a las mujeres. Nada más. Yo no digo nunca palabras que deben decir sólo los jayanes. La fisiología no tiene que ver nada en mis apreciaciones sobre Benavente. Hay hombres con sicología femenina, como hay mujeres que al escribir parecen machos. Un caso es la Pardo Bazán: muy mujer, ha tenido hijos y todo y, sin embargo, sus libros son hombrunos. Cosas sicológicas.
Jacinto Benavente

–¿De modo que usted siempre dice la verdad?

–Siempre.

–Pero eso crea enemigos.

–Sí, muchos. Yo los tengo sin contar. Me llaman el malévolo por eso. ¿Malévolo? No, señor: un individuo puede ser mi amigo, pero si tiene un verso bien medido que le hemos de hacer, yo se lo digo.

–¿O viceversa?

–¿Cómo? ¿Qué quiere usted decir?

–¿Que si su amigo es un idiota?...

–Sí, señor; o viceversa.

Don Ramón en la calle usa unos lentes enormes y un gabán de color indeciso. Es nervioso. A veces pega unas carreritas de chiquillo. Se entusiasma hablando. En su casa no es ni calvo ni fatigado, ni "poseur" como un Ortega y Gasset, por ejemplo, ni inocente como los Quintero, ni desharrapado y tonto como Baroja, o gélido como Azorín. Es más bien sencillo, más bien afable, agudo y cordial, muy agudo y muy cordial. En Ayala no hay nada decorativo. Nada, ni su desdén por los demás. ¿Habla bien? ¿Habla mal? No sé, está en un plano superior. Nada más. Otros elogian por lo contrario. Eso es todo. ¡Cómo he gozado yo viéndole quitar los oropeles a tantos hombres consagrados con la misma alegría y la misma naturalidad que un niño las alas a una mariposa!... ¿Por qué? Dice lo que siente. Nada más.

–¡Baroja es!... (Suprimo la palabra por decoro.)

–Ya lo sabía. Siga usted.

–Él mismo ha confesado su debilidad en Juventud, egolatría, diciendo que no ha tenido nunca el valor de acercarse a una mujer.

–¡Eso es bastante económico!

–¡Es verdad, don Pío es muy económico! Más aún, es avaro. Los Baroja juntan el dinero por el placer de juntarlo. Son sucios. De panaderos han llegado...

–¿Cómo? ¿Don Pío fue panadero?

–Sí, don Pío fue panadero muchos años. Hoy es escritor, aunque no sabe escribir. No hay más que ver sus obras para comprender su caso. Tienen esa desconexión, esa falta de fijeza, de atención, de energía sostenida del hombre normal. Don Pío es un hombre que se sienta a la vera del camino y ve pasar un hombre. Lo describe con dos pinceladas y ya no se vuelve a acordar más del hombre. Luego una mujer... Luego don Pío se va de la vera del camino y se acuesta en el primer fondín. En el detalle, en la pincelada, es en lo único que está bien...

–¿Entonces es algo así como Gómez de la Serna?

–Sí, algo semejante. Sólo que Gómez de la Serna no es más que eso: un detallista, un observador del microcosmos; un hombre que tiene, en vez de ojos, lunas de aumento. Nada más. La Serna trata de hacer una catedral sobre la cabeza de un alfiler, cuando lo lógico sería construir una grillera. Cuando La Serna se contenta con la grillera, está bien; pero muy bien.

–Es verdad –digo, mirando el aire azul por la ventana.

–¿Y qué impresión le da a usted Picón?

–No tiene importancia –dice don Ramón, cruzando una pierna sobre la otra–. A mí me da la impresión de un animalito que se conserva en alcohol.

–¿Y Palacio Valdés, señor Ayala? A mí me ha hecho un gran teatro. Me ha dicho que él y Cervantes son los representativos de la novela en España.

Hay que perdonarle. Está viejo, el pobre. Y ha estado muchos años solitario. Cuando le visitan se desahoga. Es el suyo un caso de epilepsia senil. Ya no tiene control. No hay que ser crueles con los ancianos. Mire usted, cuando yo le visité la última vez, me dijo señalándome su estante: "Goethe, para sobrevivir, no ha necesitado sino eso: diez o doce obras". Debajo de las obras de Goethe, don Armando había puesto las diez o doce suyas.



Pío Baroja


Estuve a visitar a Jiménez, señor Ayala. Le encontré metido en un cuarto sordo. Quiere aislarse como una marmota.

–Sí, Jiménez es muy amigo mío, y yo le conozco mucho. Se aísla. Quiere sacarlo todo de sí mismo, como las arañas el hilo de su vientre. Por eso sus versos son inconsistentes y finos, como telas de araña, así de finos y de inconsistentes.

–Pero tiene trescientos libros.

–¡Hombre! Han aumentado en progresión geométrica; hace dos años que no eran más que ochenta.

–Y Linares Rivas, ¿qué le parece, señor Ayala?

–Hombre. Ése sí, usted perdone, ése sí es un animal. Yo pedí que le concedieran un sillón punitivo en la Academia para que no volviese a escribir. Pero parece que no se ha contentado sólo con el sillón y sigue escribiendo cosas para el Teatro.

–El que sí evoluciona es Martínez Sierra; me he encontrado con un furioso bolchevique.

–Sí, Martínez Sierra evoluciona como los cangrejos, para atrás. Muda de alma como de calcetines. Cuando el alma vieja está un poco hedionda...

–Sí, la arroja al basurero; ¿pero es que usted no le concede ningún valor a la obra de Martínez Sierra?

–No, eso no. Literatos como Martínez Sierra son siempre necesarios para divertir a las muchachas y proporcionar buena lectura a las mamás honestas. Sus obras se venden por cientos, especialmente Tú eres la paz. No sólo gusta a las aldeanas. En Nueva York el año pasado se reunieron las señoritas neoyorquinas para discutir muy seriamente si Martínez Sierra era el primer dramaturgo del mundo.

–Tiene gracia. Y ¿es verdad lo que dicen los Quintero, que es usted un discípulo de Clarín?

–Materialmente, sí; lo fui de chiquillo, cuando iba a la escuela. Clarín era maestro de escuela. ¿Pero espiritualmente? Aunque, como los Quintero ven que Clarín escribió unos cuantos panfletos y yo también, han deducido... Bueno. Los Quintero son muy buenos, pero muy inocentes, casi tontos. Han hecho ese teatrito pequeño con personajes vulgares; también pequeñitos, con mujercitas del pueblo, con niñitas muy apasionadas.

–¿Un teatro para niños?

–O para burgueses. A los Quintero se les ve perfectamente después de las comidas y no interrumpen las digestiones. Al contrario...

–¿Es verdad que a Benavente le acusaron de plagiario en La comida de las fieras?

–No, en ese caso concreto no. Más bien en Sacrificios. Los diarios le publicaron Sacrificios a doble columna con Aglavena y Seliseta, de Maeterlinck. Todo el mundo lo sabe.

Me decía don Armando Palacio Valdés –digo yo, tomando un sorbo de naranjada– que la Pardo Bazán se daba cuenta de todo.

A mí me parece todo lo contrario –dice don Ramón, moviendo el azúcar de la suya, con la cucharilla–, todo lo contrario. No se da cuenta de nada. Es como una portera que no sabe dónde tiene las narices. ¿No ha conversado usted con ella?

–No, señor. No estuvo en disposición de recibirme.

–Pues si alguna vez está dispuesta, verá usted que habla como una tonta, sin darse cuenta de lo que la preguntan ni de lo que contesta. Parece que está en babia.

–Será la edad. Hay que perdonarla. ¿Y Maeztu?

–Maeztu no se olvida ni me perdona el Mazorral de mi novela Troteras y danzaderas, un personaje que era él. Tiene una pedantería insoportable. Me envió sus libros y me olvidé de leerlos y de agradecérselo.

–¿Y Unamuno? ¿No cree usted que esté en el mismo plano con Ortega y Gasset y Alomar?

–Hombre, no hay que confundir: Ortega y Gasset es un hacedor de frases. Un catedrático vacío, retórico y petulante. A mí me hace el efecto de un maestro de escuela. Unamuno es otra cosa. Es un pensador. Anda siempre tras de la verdad profunda del yo, la verdad trascendental de la conciencia. Así, está muy bien. Pero cuando se da un codazo con el prójimo es intolerable. Hace tres años que no escribe más que contra el Rey porque no le quiso recibir.

–¿Usted estima a Cejador?

–Intelectualmente, no. Pero personalmente sí. Nos une una vieja amistad. A mí me ha disgustado que el joven Hidalgo dijera que lo creía un borrico. No, él es testarudo y trabajador como una mula nada más.

–¿Y Concha Espina?

–No la he leído ni pienso leerla. Creo que tiene algunos éxitos de librería con sus novelas. Tiene un hijo. No sé más.

–¿Y Grau? ¿Cómo es que hay personas que creen en el talento de Grau?

–Hombre, no sé. Grau es un ignorante que ni siquiera lee. Destroza el castellano. Cree que con alterar el orden de las palabras hace poesía.

–Pues a mí me ha dicho que un húngaro le besó en la mejilla en el estreno de El hijo pródigo.

–El tal húngaro es Andrés Revetz, que escribe en El Sol. Él me escribió diciéndome que estudiara la obra de Grau y la diera a conocer. La carta estaba hecha en colaboración con Grau. Otra igual fue dirigida a la Guerrero. Yo me he divertido mucho con las cosas de Grau. Aquí venía a decirme que yo era el primer crítico del mundo. Yo no le hacía caso. Luego no ha vuelto más...

Ayala es un poco estrábico. Pequeño y delgado. Sin bigotes, sin barbas y sin pedantería. Eso sí, tiene un gran talento y una vasta cultura. También tiene de los demás una visión aguda como un triángulo o como un puñal. Habla de música, de pintura, y habla mal o bien (más mal que bien) de los demás con un admirable conocimiento. Es un crítico, el único que tiene España, sin salvar a Andresito González Blanco, que es muy estimado en los cafés. Y es un novelista. Ha hecho, además, hermosos libros de versos, muy frescos, muy bellos y muy hondos. A mí me gustan mucho los versos de don Ramón. En España no me gustan otros, salvando los del gran Juan Ramón Jiménez. Luego ha hecho ensayos críticos muy valientes, muy minuciosos, muy completos. Demasiado completos.
(...)
Tiene, además, varios retratos: uno admirable, pintado por López Mezquita; varios, por Vázquez Díaz y otro por un pintor de cuyo nombre no puedo acordarme. A mí me ha regalado uno por Vázquez Díaz, dedicado. Es todo Ayala: los ojos pensativos, la boca despectiva y la frente grávida. ¡Ah! Me olvidaba de las orejas: son de lobo.

(De La linterna de Diógenes, 1921. Ave del Paraíso Ediciones, 2001)


Ramón Gómez de la Serna

El orgullo de Azaña



...El ridículo que el señor Guillén [Alberto] hace recaer sobre casi todos sus interpelados, mana de la desproporción entre las pretensiones y la realidad, entre las promesas y los frutos, entre la bambolla o el engreimiento de muchos y la endeblez de su obra...


Cuando el señor Guillén [Alberto] llegue a conocer a fondo a sus colegas españoles, verá que, si muchos son fútiles y parlanchines, pocos tienen verdadera mala intención. Si participan en el infantilismo que aqueja a nuestro pueblo, y andan por ahí algunos engreidillos con sus descubrimientos, es, más que nada, por falta de mundo; pero son buenos, y muy campechanos, demasiado campechanos, y quien pretende ser satánico pasa los mayores trabajos del mundo, porque esta vida que llevamos en Madrid, tan sana y tranquila, tan sin quebraderos de cabeza, es el antídoto de la corrupción, de la perversidad. Lo verdaderamente feo es el vicio de disimular la opinión íntima, alabando en público lo que en privado se zahiere. Quisiera disculpar ese extravío como prevención necesaria para vivir en este pueblo tan chico...


Comentario de Manuel Azaña a La linterna de Diógenes, del peruano Alberto Guillén
Ave del Paraíso Ediciones, 2001

***

Azaña estaría orgulloso de mí

César Antonio Molina, escritor, en ABC

"Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos"

DOMINGO, 26 DE ABRIL

AL enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retirá a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán,  Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló». Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:

-Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos.
 
Paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo:

-Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres.
 
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.

Mateo (4,12-23)