Ignacio Ruiz Quintano
Abc
A la gente se la ve contenta, con lo de los bautizos laicos. No es para menos.
Somos un pueblo de creencias, no de ideas, y, como dicen los orteguianos, las creencias cambian poco, o tardan mucho en hacerlo. Usted coge un periódico, ¿y qué? ¿No tiene la sensación de haberlo leído antes? Pues ese «déjá-vu» viene del dominio que sobre nosotros ejercen las creencias. Fernández Flórez, por ejemplo, creía que los españoles somos ovejas. No se sabe si con un punto distinto, como las de «Maripensy», pero ovejas. Y las ovejas, claro, no engendran pastores. Nuestros políticos, según su teoría, nos gobiernan por sugestión: «¡Somos felices!», gritan. Y el pueblo va repitiendo: «Somos felices, somos felices...» Vociferan: «Las más grandes naciones nos envidian.» Y el pueblo rumia: «Nos envidian, nos envidian.» Disponen: «Somos laicos.» Y el pueblo glosa: «¡Qué atrocidad, qué laicos somos!»
Y aquí viene el primer lío, que es el lío del bautismo. Sin bautismo, no hay bautizo, y sin bautizo, ¿cómo echamos al chiquillo a que ruede por el mundo en pos de un destinillo en el Estado de Derecho?
Julio Camba recogió en Berlín la anécdota de un rico judío de antes de la guerra que había abjurado las creencias de su raza para obtener del Kaiser un título de nobleza. Después de todo, también Marx había tenido que bautizar a sus cinco hijos a fin de eludir el decreto prusiano que excluía a los judíos de los altos cargos. El caso es que el judío del cuento necesitaba un secretario, lo cual que puso, al efecto, un anuncio en los periódicos y recibió la visita de un negro. «Vengo a solicitar la plaza que usted anuncia —dijo el negro—. He aquí mis títulos y mis garantías.» El judío examinó los papeles, y con los mejores modales que pudo observar explicó: «Reúne usted condiciones inmejorables; pero sus servicios no me convienen... Dentro de poco seré recibido en la corte, y... ¿qué quiere usted que haga yo en la corte con un secretario negro?» «Es que yo no soy negro», repuso el negro. «¿Cómo que no es usted negro? —protestó el judío—. ¿Y ese color?» «¡Hombre! ¡Si se fija usted en el color...! Es igual que si yo me fijara en la nariz de usted. ¿Acaso es usted judío?» «¿Yo judío? Sepa usted que me he bautizado hace ya mucho tiempo.» «Pues yo también me bauticé, y si gracias al bautismo ha dejado usted de ser judío, a pesar de su nariz, yo, a mi vez, dejé de ser negro, a despecho de mi color...»
Por la impertinencia de un tipo como el fariseo Nicodemo sabemos que nadie que no haya sido bautizado puede entrar en el cielo. Pero, ¿qué es hoy el cielo? Y, sobre todo, ¿cómo debe bautizarse dentro de un Estado de Derecho laico? Cuando Kant puso de moda el latiguillo «Estado de Derecho», el laicismo no conocía estos adelantos, y ahora la gente se encuentra invitada a bautizos donde hay que improvisar. El propio Fernández Flórez registró algunos casos ocurridos en Marbella y Estepona cuando Gil, por cierto, no había nacido. En uno de ellos, el niño fue llevado a la Casa del Pueblo, cuyo titular tomó en sus manos un cuenco de agua y dijo: «Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo...» «No, no —se opusieron los convidados—; eso no está bien. Viene a ser lo mismo que antes.» «Entonces, ¿no os ha gustado?», preguntó el bautista. «¡No!» «Pues que no valga. Llenad otra vez el cuenco.» Más reciente es el ejemplo americano del reverendo Jerry Falwell, que en 1987, y con el propósito de recaudar fondos para salvar su iglesia —«por más almas que tenga una iglesia, sin fondos no anda»— organizó en TV una gran representación del bautismo baptista. Trajeado como un ejecutor de hipotecas, el reverendo cerró los ojos y se arrojó por un tobogán recitando «El Señor es mi pastor» y recaudó veintidós millones de dólares.
Oigo que el alcalde de Barcelona se ha metido a bautista laico. No sé si será buen pastor, pero seguro que es buen negocio. Un cuenco de agua, algunas frases de cáscara crujiente, y a correr. Que ahora, con las Humanidades, no han de faltar cultos para la libertad de cultos.
Reverendo Jerry Falwell
En 1987, y con el propósito de recaudar fondos para salvar su iglesia —«por más almas que tenga una iglesia, sin fondos no anda»— el reverendo Jerry Falwell organizó en TV una gran representación del bautismo baptista. Trajeado como un ejecutor de hipotecas, el reverendo cerró los ojos y se arrojó por un tobogán recitando «El Señor es mi pastor» y recaudó veintidós millones de dólares