Ignacio Ruiz Quintano
Abc
España había ganado la Davis, pero, ¿cómo asomarse al patio y, estirando el gollete, vocear «¡La ensaladera es nuestra!»? En ésas, procedente de Chamartín, llegó el gol de Figo contra los celtas, una raza espiritualista que prefirió la espada a la lanza, y entre las espadas, precisamente, se coló Figo como un jirón de niebla.
Todas las naciones necesitan goles. España produce goles, y Europa, como se ha visto en la cumbre de Niza, envidia los goles de España. Goles como el de Figo, claro, exento del traje de faena —del «fato macaco», en este caso— y con la belleza suprema de una verdad matemática. El gol dominical de Figo fue un despliegue madrileño —de abanico o de capa de torear— hecho con humo y pensamiento, «pero también con una materia explosiva que hace estallar en pleno vuelo a todas las metáforas», como los poemas del cubano Orlando González Esteva, al decir de Octavio Paz, quien con este mismo carácter de pesquisa los tomó como «pruebas de que el idioma español todavía sabe cantar y bailar».
Orlando González, que, en efecto, canta y baila cubanamente, está con Juan Soriano en Madrid para presentar mañana en el Círculo de Bellas Artes su «Amigo enigma», consagrado a los dibujos, 1945-2000, del patriarca mexicano: esqueletos que esqueletean, medusas que medusean y mujeres que lupemarinean, porque Lupe Marín —movilidad y permanencia— pertenece a la realidad y a la mitología del siglo mexicano. «Enigma: anagrama —en cierne— de amigo.» «Las líneas actúan como los amantes... Qué beatitud la de una sola línea.» «Si en vez de escribir “una rosa es una rosa es una rosa”, Gertrude Stein hubiera escrito “una línea es una línea es una línea”, quién sabe lo que hubiera dibujado.» «Los esqueletos de Juan Soriano bailan, y hacen bien en bailar, se han quitado un peso de encima: el de la vida.» «Las medusas de Juan Soriano flotan, pero no en el agua, en el aire; pero no en el aire, en nosotros; pero no en nosotros, en nuestros pensamientos. Tienen alma nuestros pensamientos.» «Una mujer decente no toma el sol. Si “la luz es el primer animal visible de lo invisible”, como observara el poeta, ¿qué hace una mujer entregada a ella? Los acoplamientos públicos, al aire libre, no sólo atentan contra el decoro sino contra el buen gusto de la sociedad. Enoja el bestialismo, aun cuando la bestia, halagada, acceda a él, y hasta lo solicite.» «¡Ah, fumadores, artistas, atesorad vuestro vicio, que sin vosotros el aire se moriría de aburrimiento, las nubes niñas no tendrían a quién imitar, y los ángeles no sabrían con qué hacer las pelucas de los muertos que salen a pasear por el cielo!»
Es bien conocido el sucedido de José Luis Cuevas con Diego Rivera: «Me acerqué al muralista con intención de saludarlo y él me llamó “escuincle cara de ratón”. Yo, ofendido, le di un pisotón.» Rivera sólo daba la mano a Soriano, que dibujó sus primeras figuras en la tapa de una caja de zapatos. Y escribe Orlando González: «Quien inicia una carrera de pintor sobre un objeto de esta índole, tiene un largo y misterioso camino por recorrer. Porque si bien es cierto que son los pies los responsables de nuestro destino, no menos cierto es que nada está más cerca de ellos, ni ejerce mayor presión sobre sus decisiones, que un par de zapatos. Destapar, pues, la caja que los contiene para estrenar en su tapa una vocación es ponerse a merced de una voluntad superior, asumir un plan de vida.»
Que bienvenidos sean los dos al Madrid mágico de Figo. «No es fácil vestir de blanco. Quien lo haga debe tener algo del poema que ocupa la hoja. O del dibujo que la conquista.» «¿A quién se rinde quien empuña una hoja de papel en blanco? ¿A quién, quién viste una camisa blanca?» «“El reino de Dios no viene de manera ostensible”, escribió Juan. Hay que tener fe en los espacios en blanco. Y cuidado con ellos. Acaso Dios no vista de otra cosa.» «Le pregunté a un dibujo por la utilidad de los espacios en blanco. “Son indispensables” —me dijo—. Lo que para ustedes Dios”.»
Juan Soriano
Que bienvenidos sean los dos al Madrid mágico de Figo. «No es fácil
vestir de blanco. Quien lo haga debe tener algo del poema que ocupa la
hoja. O del dibujo que la conquista.» «¿A quién se rinde quien empuña
una hoja de papel en blanco? ¿A quién, quién viste una camisa blanca?»