domingo, 8 de marzo de 2020

Cadena perpetua




Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Arrecia el palique sobre el asunto de la cadena perpetua. En estas cosas, nuestros librepensadores profesionales suelen mostrarse partidarios de caminar siempre en vanguardia, aunque nunca sepan a dónde van. ¿De la nada a la nada pasando por la inutilidad? Tal vez. Pero a estos hombres ya puede hacerles la realidad el saludo de las brujas a Macbeth, que, como ellos dicen, el caso es aprovechar cualquier sinergia. ¿Que qué es una sinergia? En el viejo lenguaje corriente, nada, pero en el nuevo lenguaje elegante, todo. ¿No aprovechó Licurgo la sinergia de que le saltaran un ojo para ganar para sus leyes el favor de sus conciudadanos? Pues eso.

A propósito de sinergias, aún colea en los papeles la historia de ese juez que, al verse amenazado de muerte por un asesino, olvidó, al parecer, su obligación de mostrarse «avanzado» y, en lugar de comentar amablemente con él los asesinatos, manifestó quedarse con las ganas de darle «dos hostias». Ahí está el escándalo. En nuestros colegios, un niño que diga «teta, culo, pis» merecerá peor consideración que otro niño que acostumbre apalear a sus compañeros, lo cual que una de las pegas de vivir en una sociedad donde la grosería sigue escandalizando más que la crueldad es que un juez no puede aprovechar una sinergia emocional para utilizar figuras de dicción propias de gente sin carrera. Ni qué decir tiene que a ese juez le faltó tiempo para retractarse públicamente de sus palabras, sustituyendo el tropo vulgar por otro más culto, «soplamocos», resultando así que el señor juez se quedó con las ganas de darle un soplamocos al caballero que exponía ante sus narices ciertas ideas extravagantes acerca de la inmortalidad.

«¿Sabría usted decirme qué carácter puede deducirse de la forma de mi cráneo?», preguntó a Lombroso cierto caballero que acudió un día a su tertulia. «Creo poder afirmar que usted es un hombre violento», respondió el criminólogo. «¿Violento? ¿Qué quiere usted decir?», protestó el caballero. «La protuberancia del crimen está en usted muy desarrollada», fue la explicación más lombrosiana que se le ocurrió a Lombroso. «Bueno —dijo el caballero, sacando un cuchillo—, ésta es una afirmación que yo no puedo consentir a nadie. A mí no me llama usted criminal.» Y para probar que no lo era, el caballero corrió tras el criminólogo con el propósito de asestarle unas cuchilladas.

En octubre de 1994, los americanos, que también hacen sus «rentrées» llenos de ideas nuevas, endurecieron su legislación penal con un concepto, «Three Strikes», extraído del béisbol, que obliga a los jueces a condenar a cadena perpetua a los responsables de un tercer delito, al margen de su importancia. «Tres faltas y fuera del partido», es la idea. (Woody Allen ha pintado a Bush como a un tipo de esos que aparecen en las gradas del béisbol desnudos de cintura para arriba, pasando del frío.) Y en julio de 1997 causó sensación en España el siguiente titular periodístico: «Estados Unidos: cadena perpetua a un "narco" por insultar al juez.» En efecto, el juez Lawson Little, de Alabama, había condenado al ciudadano Jerrick Michael Snell a veinte años de prisión por posesión de cocaína. Camino de la celda, el señor Snell cometió el error de manifestar en voz alta su deseo de que el juez le hiciera determinadas prácticas sexuales. Entonces el juez Lawson Little ordeñó a los alguaciles que amordazaran al señor Snell y que lo devolvieran a la sala de vistas, donde, cara a cara, y haciendo uso de sus prerrogativas, resolvió cambiar la condena a veinte años por la condena a cadena perpetua.

¿Resulta tan obvio preferir la cadena perpetua a la pena de muerte? ¿Mil años de prisión a la cadena perpetua? Desde luego, nuestra mentalidad nos impide desarrollar sobre el papel una abstracción como la cadena perpetua. Hay que huir de la manía de juzgar las costumbres de otra cultura con los valores de la propia, pero podemos decir que en la cultura americana la ley sólo es el perro que guarda la finca. Aquí es más que eso. «Es el coco. Tiene una voz terrible y una sábana. Pero no se lleva nunca al niño malo.» Porque, vamos a ver, ¿cómo cumplir íntegramente una condena de mil años sin una fe explícita en la doctrina de la reencarnación?

 Lombroso
El juez Lawson Little, de Alabama, había condenado al ciudadano Jerrick Michael Snell a veinte años de prisión por posesión de cocaína. Camino de la celda, el señor Snell cometió el error de manifestar en voz alta su deseo de que el juez le hiciera determinadas prácticas sexuales. Entonces el juez Lawson Little ordeñó a los alguaciles que amordazaran al señor Snell y que lo devolvieran a la sala de vistas, donde, cara a cara, y haciendo uso de sus prerrogativas, resolvió cambiar la condena a veinte años por la condena a cadena perpetua